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La Restinga, con erre de resignación y resistencia

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Ya son muchos episodios y todos en el mismo sitio. La Restinga es tan dura como las lavas que la circundan, como los acantilados que bañan su mar, como las conchas de las lapas que se resisten a despegarse del callado que le sirve de casa. Su personalidad se ha ido esculpiendo y fraguando a golpe de cincel y martillo. 

Pasar unos días en La Restinga puede resultar atractivo, gratificante y hasta idílico, pero vivir de forma permanente en el pueblo más meridional de Europa es extremadamente duro, nunca ha sido fácil y menos ahora. 

Este pueblo, inicialmente asentamiento de pescadores, ha pasado por distintos episodios tristes y devastadores que sin duda han marcado el carácter rudo de su gente. Aparte de los temporales de mar que se llevaban por delante las embarcaciones cuando no existía muelle sino aquel precario desembarque de La Laja, La Restinga sufrió durante casi dos años las continuas sacudidas de terremotos que ahuyentaron el turismo, y que finalmente tuvo su culmen cuando el 11 de octubre del 2011 el mar mostró su cara más pavorosa y dañina con la erupción submarina del volcán Tagoro al que también le faltó por ignorancia de los atrevidos una erre final. 

Fueron muchos meses previos de miedo y pánico que llevaron en dos ocasiones a evacuar el pueblo y a colocar titulares sensacionalistas de terror y miedo que se encargaron de hacer el resto. La Restinga fue un pueblo fantasma durante días, las calles y su casas se veían a ojo de helicóptero. Padeció meses de inactividad económica derivada del cierre de alojamientos turísticos, bares, restaurantes, supermercados, tiendas y centros de buceo, una de las principales actividades asociadas al turismo. 

La flota pesquera amarrada y sin poder faenar, lo que llevó a decretar además un paro biológico como consecuencia de la gran matanza de pescado que se produjo en Las Calmas por los altos contenidos de azufre en las aguas próximas al volcán submarino. 

La Restinga no resucitó al tercer día como se relata en el pasaje bíblico. Hicieron falta días, meses y años para transmitir normalidad, y mucha promoción del destino para recuperar La Restinga como ese acogedor pueblo que fue y como atractivo turístico insular. 

Llegó en 2020, cuando La Restinga empezaba a levantar cabeza, la pandemia de la COVID volvió a sacudir sus cimientos, y como en todos los lugares de nuevo se paraliza la actividad económica, perdiendo de nuevo todo lo recuperado. El pueblo volvió a retroceder en el tiempo y la parálisis se apoderó de nuevo de sus actividades principales, el turismo y la pesca. 

Terminada la pandemia, pareció que volvía a retomar el pulso. Que tanta cuarentena invitaba al turismo a disfrutar de la vida, a cambiar los hábitos del tiempo libre y del consumo, y así El Hierro empieza a tener una explosión, especialmente de turismo interior canario deseoso de unas merecidas vacaciones y que preferiblemente tenían que ser cercanas y de corta distancia por lo que pudiera suceder. 

Sin embargo, la historia no termina, y La Restinga vuelve a sufrir a partir de 2022 un nuevo varapalo, en este caso como puerto recurrente de llegada de personas que huyen de sus países de origen en los que la pobreza, el maltrato y las guerras les conduce a enfrentarse a la mortal ruta atlántica, subiéndose a un frágil cayuco cuya proa enfila en linea recta el puerto más meridional de Europa, que no es otro que el de La Restinga. 

Este pueblo marinero ha visto pasar por su muelle en el pasado año más migrantes que la población de todo El Hierro, concretamente unos 14.417, y en lo que va del año 2024 vamos rozando los 16.000, por lo que la duplicaremos. El Hierro, y de manera particular los habitantes de La Restinga, se preguntan ante tanta avalancha de embarcaciones, de visitas institucionales, de titulares de medios de comunicación y de promesas, si este drama que les toca de lleno se terminará algún día y la normalidad llegará a este pueblo. 

El pasado fin de semana pasé unos días en La Restinga y pude comprobar el hartazgo de su gente, no con los migrantes con los que apenas mantienen contacto, puesto que son derivados inmediatamente al Centro de Atención Temporal de Emigrantes (CATE), sino con una situación inacabable que está condicionando su propio modo de vida.

Sus miradas, siempre pendientes de los movimientos de los barcos de Salvamento Marítimo, y sus oídos en el sigilo de la noche pendientes de sus motores. “Ahí viene otro” se ha convertido en una frase habitual. Un puerto siempre en emergencia, ocupado casi en su totalidad con carpas y casetas para el dispositivo de primera atención sanitaria, una única línea de atraque para las embarcaciones de Salvamento Marítimo y un recinto portuario, que hay que decirlo, lleno de suciedad, y en el que el paisaje principal son los últimos cayucos en el agua o los de días en proceso de destrucción. 

Los nuevos pantalanes siguen esperando acomodo, y las promesas de las obras se quedan en meros discursos políticos para agradar al público escuchante. Mientras tanto, los yates deportivos pasan de largo porque no hay atraques disponibles que ofrecerles. Los centros de buceo esperan pacientemente su turno de carga y descarga de clientes y material de submarinismo en una única escalinata, a veces dos, y las salidas no eran tan multitudinarias como las de antaño. 

Un 12 de octubre, festivo nacional, es para un lleno casi total en este enclave que al fin y al cabo es nuestro sur turístico con seguro de sol. Las apariencias pueden engañar, pero las evidencias es que vi muy poca gente. No pretendo ser negativo con mis apreciaciones, incluso pongo en valor la calidad del servicio que se esta dando, sobre todo en los establecimientos de comida.

Tampoco quiero serlo con la percepción que pueda tener del tratamiento de los habitantes ante este drama migratorio, sigue ganando por goleada la solidaridad y la empatía, pero al igual que ocurre con la sanidad hay que prevenir para no tener que curar, y los medicamentos, vacunas y soluciones no terminan de llegar a este enclave. 

Sé que no son fáciles pero sí posibles. La Restinga vive entre dos erres: la de la 'resignación' y la de la 'resistencia'. Faltaría añadirle una nueva erre, que no es otra que la de la 'respuesta' a sus demandas. Solo hay que escucharla. 

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