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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

La revolución francesa aún no está acabada

Se dice que en 1972 preguntado Chu En-Lai, primer ministro de la República Popular China, cuál era su opinión sobre la revolución francesa, respondió que aún era pronto para valorarla.

¿Simple evasiva?, ¿una forma habilidosa de escabullirse de una pregunta comprometida?, ¿o tal vez una manera sutil de sugerir que la revolución francesa aún no estaba acabada?

Me inclino por la tercera interpretación porque si el objetivo último de la revolución francesa era instaurar el reino o, más bien, la república de la libertad, la igualdad y la fraternidad entre todos los hombres, ese anhelo excelso todavía no se ha alcanzado.

Porque preguntémonos, ¿cuánta libertad, igualdad y fraternidad hay en el mundo actual?

Por fortuna negar los progresos de la libertad entre 1789 y nuestros días es impensable. En los siglos XVIII y XIX se abolió la servidumbre de la gleba de millones de personas en Europa, y en el XIX la esclavitud de millones de seres humanos de origen africano en América.

¿Nuestro mundo, el mundo del siglo XX y XXI es pues un mundo de personas libres?

El mapa mundi de la libertad es muy desigual. Es innegable que el repertorio de las libertades, de expresión, de conciencia, de culto, etcétera, muestra un panorama de contrastes entre regiones del planeta donde se respetan esos derechos humanos y regiones donde solo sucede a medias o, sencillamente, se vulneran o hasta se pisotean. Lograr igualar el mapa mundi de la libertad, extenderlo a todo el planeta y no solo a unas pocas regiones privilegiadas es un objetivo primordial de nuestro tiempo.

Pero con eso no basta. Si en los siglos XVIII, XIX e incluso en el XX en lugares atrasados, hubo que abolir la servidumbre y la esclavitud para que los seres humanos fueran libres, en el siglo XXI para hacer real, efectiva, y no puramente nominal la libertad habrá que declarar ilegal la pobreza y obrar en consecuencia. Miles de millones de personas en nuestro planeta son pobres y la pobreza casa muy poco y muy mal con la libertad. Por consiguiente, la ONU, única representante legítima de la comunidad internacional, que en 1948 formuló la Declaración Universal de los Derechos Humanos, debe dar un paso adelante decisivo en la lucha por la libertad declarando la pobreza ilegal e instando a todos sus estados miembros a proporcionar una renta básica universal que empezando por los más pobres acabe comprendiendo al conjunto de la sociedad.

2018, setenta aniversario de la declaración Universal de los Derechos Humanos, sería una buena oportunidad para la ONU de declarar ilegal la pobreza e instar a sus estados miembros a actuar consecuentemente.

¿Y qué decir de la igualdad? ¿Se ha avanzado mucho desde 1789 hasta nuestros días? ¿Es más igual o más desigual la sociedad de nuestro tiempo que la de aquella fecha?

Se nos dirá, sí la revolución francesa trajo consigo la igualdad de todos ante la ley. Como vimos se abolió la servidumbre de la gleba y la esclavitud y los siervos y los esclavos fueron hombres libres, y luego se consiguieron otros progresos, como el sufragio universal masculino primero y más tarde el femenino, etcétera, todos esos progresos en la igualdad de derechos son innegables, pero a la pregunta de si hoy la sociedad es más igual o más desigual que a finales del siglo XVIII, en términos económicos y por consiguiente sociales se puede responder que es más desigual, mucho más desigual, ¿ o acaso, por poner solo un ejemplo, no es cierto que en nuestro tiempo 8 personas tienen, ellas solas, tanta riqueza como la mitad más pobre, 3.700 millones de personas, de toda la humanidad? ¿No es esa una desigualdad monstruosa, aberrante?

En suma, si en el camino de la libertad se han dado pasos adelante, aunque sean aún insuficientes, en el de la igualdad económica y social ha habido un retroceso espectacular, porque el crecimiento económico de los últimos siglos ha enriquecido y enriquece cada vez más a una exigua minoría, pero no a una gran mayoría que aumenta sin cesar.

Queda mucho por hacer no ya para alcanzar la igualdad, sino para reducir la intolerable desigualdad. Solo un sistema económico nuevo que además de respetar la naturaleza impida que la riqueza se concentre en unos pocos perjudicando a la inmensa mayoría, podrá poner fin a la crisis ecosocial capitalista que ese sistema se muestra incapaz de resolver.

Queda por considerar la fraternidad.

Hasta la misma palabra parece haber caído en desuso. ¿ Se la considera inadecuada para nuestro tiempo ? ¿ Pedir hoy fraternidad es poco realista ? ¿ Tanto nos hemos alejado de ese ideal ? Es lo que parece. Un botón de muestra, en un mundo con mucha menos libertad de la que sería posible y mucha más desigualdad de la que sería deseable, decenas de millones de personas huyen del hambre, de la pobreza, de las persecuciones y de las guerras, son los migrantes y refugiados, los desesperados de la Tierra, contra los que se levantan muros y alambradas en Estados Unidos y en la Unión Europea. No obstante, en medio de este panorama desolador la labor, a veces heroica, de las organizaciones ciudadanas en favor de la acogida de migrantes y de refugiados, “ ningún ser humano es ilegal ”, constituye un rayo de esperanza y una muestra de que el ideal de la fraternidad, pese a todo, permanece vivo.

Concluyendo, tras más de 225 años la revolución francesa aún no puede darse por acabada, ni en el sentido de estar ya muerta, ni mucho menos en el sentido de haber dicho su última palabra.

Se dice que en 1972 preguntado Chu En-Lai, primer ministro de la República Popular China, cuál era su opinión sobre la revolución francesa, respondió que aún era pronto para valorarla.

¿Simple evasiva?, ¿una forma habilidosa de escabullirse de una pregunta comprometida?, ¿o tal vez una manera sutil de sugerir que la revolución francesa aún no estaba acabada?