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Los Reyes Magos, el populismo y el fundamentalismo de mercado

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Si eres un buen niño y te portas bien los Reyes Magos te traerán muchos regalos. Pero si te portas mal, te castigarán y no te traerán más que carbón. A mí me criaron contándome ese cuento. En los cuentos que me contaban, en las historias de los tebeos, en los programas de televisión e incluso en las películas (no solo infantiles), el mundo era un lugar justo, en el que los buenos recibían su recompensa y los malos su merecido. En otros lugares los regalos los traía Papá Noel o el Abuelo de las Nieves, pero el cuento era básicamente el mismo: pórtate bien y serás recompensado; como te portes mal serás castigado. Cuando yo era niño el mundo estaba dividido en tres. En el primer mundo, capitalista y democrático, imperaba la ideología meritocrática: caídos los privilegios del Antiguo Régimen, en una sociedad abierta las posiciones socialmente más importantes se ocupaban por aquellos que tenían más mérito. En el segundo mundo, el del socialismo real, también imperaba la ideología meritocrática: sus defensores planteaban que sólo en ellos se daba una verdadera meritocracia, pues, independientemente de quiénes fueran tus padres, o de dónde hubieras nacido, si tenías condiciones para convertirte en un gran músico, científico o deportista lo acabarías logrando. Y se denominaba “tercer mundo” a los “países subdesarrollados”, en los que se tendía a pensar que, como la sociedad no funcionaba muy bien podían existir privilegios e injusticias, y podías tener que ocupar un lugar en el mundo que no fuera acorde con tus méritos. 

El mundo en el que yo viví de niño saltó por los aires. Muchas personas, en muchos lugares del mundo, tienen la sensación de que el mundo en el que viven de mayores no es como de niños les dijeron que era. Les habían dicho que si se portaban bien los Reyes Magos (o quien fuera) los recompensaría y les traerían regalos. Y que los Reyes Magos (o quien fuera) castigarían a los que se portan mal.  La crisis financiera de 2008 hizo que muchos, que se habían sacrificado para pagar su hipoteca, cuidar de su familia, y que, en resumidas cuentas “se habían portado bien”, se vieran de repente sin casa, sin trabajos y sin medios con los que alimentar a su familia. Por el contrario, algunos que habían sido “malos” acumularon una gran riqueza y recibieron toda clase de regalos. A partir de 2011 movimientos como Occupy Wall Street, los indignados o el 15 M recogieron ese malestar, y posteriormente fue canalizado, en muchos lugares, en un populismo de izquierdas que fue el primero en popularizar el término “casta”. En muy poco tiempo la revuelta contra el establishment cambió de bando, y las victorias electorales del Brexit, en el Reino Unido, y de Trump, en Estados Unidos, y después Bolsonaro en Brasil, se asociaron a la sensación de frustración de una clase media que siente que las promesas de que el mundo acabaría recompensando a los buenos y castigando a los malos han sido pervertidas por unas élites globales que son las responsables de que los malos se lleven los regalos que deberían corresponder a los buenos. Y el último (de momento) en unirse a este “clan anti casta” es Javier Milei.  

¿Qué tienen que ver los recortes al estado y el fundamentalismo de mercado con los Reyes Magos? Muchas personas comparten la experiencia que Mariano José de Larra relató en un artículo periodístico de 1833: vas a una oficina gubernamental y te encuentras a alguien que, en vez de portarse bien y hacer su trabajo, está vagueando, y te dice: “vuelva usted mañana”. Y el Estado, en vez de castigar a los malos, les recompensa con buenos trabajos. Si estuvieran en una empresa privada y no hicieran bien su trabajo ya estarían en la calle, es una expresión que se oye a menudo. Lo que no es sino otra forma de decir: el “mercado” es como los Reyes Magos, que recompensa a los buenos y castiga a los malos. ¿Y no podría darse el caso de que en la empresa privada no hagas bien tu trabajo y te mantengas en tu puesto, por ser, por ejemplo, amante del dueño? No, porque si lo hicieras así sería ineficiente, y en el mercado no hay lugar para empresas ineficientes. Un argumento más o menos como ése es el que darían muchas personas, a partir de lo que creen que son conocimientos “científicos”. Y prefieren no indagar acerca de si las teorías científicas apoyarían verdaderamente esa afirmación, o lo que ellos han entendido no es más que una caricatura de éstas, no se les vaya a desmontar su cuento de buenos y malos. 

El término “fundamentalismo de mercado” alude a que las teorías económicas dejan de considerarse teorías científicas, y, por lo tanto, sujetas a su posible falseamiento y revisión, y se convierten en creencias religiosas no cuestionables. Parafraseando una conocida metáfora, un número infinito de observaciones positivas del fenómeno “lo público es ineficiente” no permite demostrar la veracidad de la afirmación “lo público siempre es ineficiente”, pero basta una sola observación del fenómeno contrario para falsear la teoría. La mente humana, aunque sea maravillosa, está hecha para simplificar, y para diferenciar entre “familiar/no familiar”, no entre “verdadero/falso”. Nos encantan los relatos que son simples y que nos resultan familiares, sean verdaderos o no, y el fundamentalismo de mercado nos ofrece un relato simple en el que los buenos acaban siempre ganando, y que parece que últimamente se ha impuesto al que circulaba en 2011: los ricos y banqueros son malos, los honrados trabajadores son buenos. De ahí la popularización de las guerras culturales: cada parte considera que los suyos son los buenos y que si no reciben lo que les pertenece es por culpa de los malos. Claro que quizá, algún día, descubramos que los Reyes Magos son sólo un cuento. Ojalá no nos matemos antes.  

Si eres un buen niño y te portas bien los Reyes Magos te traerán muchos regalos. Pero si te portas mal, te castigarán y no te traerán más que carbón. A mí me criaron contándome ese cuento. En los cuentos que me contaban, en las historias de los tebeos, en los programas de televisión e incluso en las películas (no solo infantiles), el mundo era un lugar justo, en el que los buenos recibían su recompensa y los malos su merecido. En otros lugares los regalos los traía Papá Noel o el Abuelo de las Nieves, pero el cuento era básicamente el mismo: pórtate bien y serás recompensado; como te portes mal serás castigado. Cuando yo era niño el mundo estaba dividido en tres. En el primer mundo, capitalista y democrático, imperaba la ideología meritocrática: caídos los privilegios del Antiguo Régimen, en una sociedad abierta las posiciones socialmente más importantes se ocupaban por aquellos que tenían más mérito. En el segundo mundo, el del socialismo real, también imperaba la ideología meritocrática: sus defensores planteaban que sólo en ellos se daba una verdadera meritocracia, pues, independientemente de quiénes fueran tus padres, o de dónde hubieras nacido, si tenías condiciones para convertirte en un gran músico, científico o deportista lo acabarías logrando. Y se denominaba “tercer mundo” a los “países subdesarrollados”, en los que se tendía a pensar que, como la sociedad no funcionaba muy bien podían existir privilegios e injusticias, y podías tener que ocupar un lugar en el mundo que no fuera acorde con tus méritos. 

El mundo en el que yo viví de niño saltó por los aires. Muchas personas, en muchos lugares del mundo, tienen la sensación de que el mundo en el que viven de mayores no es como de niños les dijeron que era. Les habían dicho que si se portaban bien los Reyes Magos (o quien fuera) los recompensaría y les traerían regalos. Y que los Reyes Magos (o quien fuera) castigarían a los que se portan mal.  La crisis financiera de 2008 hizo que muchos, que se habían sacrificado para pagar su hipoteca, cuidar de su familia, y que, en resumidas cuentas “se habían portado bien”, se vieran de repente sin casa, sin trabajos y sin medios con los que alimentar a su familia. Por el contrario, algunos que habían sido “malos” acumularon una gran riqueza y recibieron toda clase de regalos. A partir de 2011 movimientos como Occupy Wall Street, los indignados o el 15 M recogieron ese malestar, y posteriormente fue canalizado, en muchos lugares, en un populismo de izquierdas que fue el primero en popularizar el término “casta”. En muy poco tiempo la revuelta contra el establishment cambió de bando, y las victorias electorales del Brexit, en el Reino Unido, y de Trump, en Estados Unidos, y después Bolsonaro en Brasil, se asociaron a la sensación de frustración de una clase media que siente que las promesas de que el mundo acabaría recompensando a los buenos y castigando a los malos han sido pervertidas por unas élites globales que son las responsables de que los malos se lleven los regalos que deberían corresponder a los buenos. Y el último (de momento) en unirse a este “clan anti casta” es Javier Milei.