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Al ritmo de los móviles

Es raro el programa de tertulia o debate televisivo en que los intervinientes no acuden provistos de su dispositivo móvil, teléfono o tableta, que consultan sin pudor mientras pregunta el moderador o hablan los otros invitados. Es más: son evidentes algunas intervenciones o réplicas convenientemente aleccionadas. Se dirá que en la sociedad de la comunicación es un hecho absolutamente normal: si el medio lo permite, nada que objetar. Cierto que hace unas cuatro o cinco campañas, en las confrontaciones entre políticos candidatos, algunas emisoras no lo autorizaban: notas y apuntes, sí; celulares, no. Las cosas han cambiado y la flexibilidad se impone.

Porque hay otro modelo de negocio que, a su vez, se sustancia en otros conceptos y otras prácticas de hacer periodismo. Y es que, hoy en día, se trabaja en una actividad, en un negocio que se desarrolla en los dispositivos móviles. Cuando Pilar Miró accedió a la dirección de Radiotelevisión Española (RTVE), ordenó que los redactores y reporteros que habrían de cubrir una información en el exterior salieran provistos de lápiz y papel. Hoy, hacer sus tareas sin teléfonos celulares o smartphones, es impensable. Herramienta indispensable (o casi), así de claro.

Se informa o se escribe para los móviles, pues. Los lectores, alrededor de un ochenta por ciento, acceden desde sus aparatos. Hay un cálculo científico de ciento veinte consultas diarias. Y ahí empiezan a aflorar las contradicciones: dormimos, prácticamente, con los dispositivos; las adicciones a las redes siguen en aumento; la tendencia a informarse a través de ellas es cada vez más acusada; hay que hacer memoria para rescatar la última vez que acudimos al quiosco o a la librería para encontrar algo impreso; pulsamos hasta con rabia para suprimir alguna oferta publicitaria que se cuela... En fin, todo ello abona el llamado ensimismamiento cósmico, uno de los males que aquejan al periodismo. “No sé si los periodistas hemos terminado de asimilar esto aún”, duda Antonio Martínez Ron, además de periodista, divulgador científico. En efecto, no parece que abunde la preocupación por saber cómo aparecen las noticias y comentarios en los móviles.

Es una de las principales contradicciones que caracteriza el desempeño profesional de nuestros días. Por eso, hay que asumir la nueva realidad en que hemos de desenvolvernos. Los cambios impuestos por los avances tecnológicos son incesantes e imparables. Los modelos de negocio, guste o no, discurrirán a su ritmo, lo que significa que se reduce sensiblemente el margen para la nostalgia. Costará -cada vez menos, parece- aceptar esa realidad pero hay que ser consecuentes si es que queremos seguir siendo profesionales competitivos.

Es raro el programa de tertulia o debate televisivo en que los intervinientes no acuden provistos de su dispositivo móvil, teléfono o tableta, que consultan sin pudor mientras pregunta el moderador o hablan los otros invitados. Es más: son evidentes algunas intervenciones o réplicas convenientemente aleccionadas. Se dirá que en la sociedad de la comunicación es un hecho absolutamente normal: si el medio lo permite, nada que objetar. Cierto que hace unas cuatro o cinco campañas, en las confrontaciones entre políticos candidatos, algunas emisoras no lo autorizaban: notas y apuntes, sí; celulares, no. Las cosas han cambiado y la flexibilidad se impone.

Porque hay otro modelo de negocio que, a su vez, se sustancia en otros conceptos y otras prácticas de hacer periodismo. Y es que, hoy en día, se trabaja en una actividad, en un negocio que se desarrolla en los dispositivos móviles. Cuando Pilar Miró accedió a la dirección de Radiotelevisión Española (RTVE), ordenó que los redactores y reporteros que habrían de cubrir una información en el exterior salieran provistos de lápiz y papel. Hoy, hacer sus tareas sin teléfonos celulares o smartphones, es impensable. Herramienta indispensable (o casi), así de claro.