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Tras los ritos

O sea, que lo que está hecho, hecho está. Y que a quien no le guste, o le pone azúcar –que, a veces, es peor- o se va a llorar al barranco. Pero, a partir de este momento, el personal y los medios de comunicación y los partidos que se quedan al margen del ceremonial y del llamado templo de la palabra, que más bien es un mercadillo del palabreo, debiéramos empeñarnos en que las cosas cambien para la próxima legislatura. Sin más esperas. Es decir, hemos de forzar a los privilegiados del modelo tripartito a reformar radicalmente la norma electoral. Mientras la ley sea la que es, nada cambiará realmente y siempre estaremos a merced de unas matemáticas que parcheen la imposibilidad de las mayorías suficientes. Fue Jerónimo Saavedra quien hace ya tiempo me dijo que, en tanto se mantuvieran estas reglas del juego, los políticos de este Archipiélago están condenados al discurso insularista. Y es verdad. Debemos conseguir, pues, para empezar, que se cree una circunscripción regional, de la que surja, obligatoriamente, el candidato a la presidencia (única forma de modificar ese discurso y generalizarlo) y rebajar los disparatados topes electorales (ese 30 por ciento triplica las barreras más elevadas para el acceso a una cámara legislativa de todas las existentes en el planeta). Un 5 regional y un 3 insular serían topes más que suficientes y aportarían una mayor representatividad de los deseos del electorado, además de la presencia en el Parlamento de fuerzas que modificaran nuestro mapa político y permitieran combinaciones novedosas y más divertidas. Lo de la diversión no es una coña. Porque el más de lo mismo durante siete legislaturas empieza a aburrir hasta a las gregarias ovejas (esos bichitos lanudos que acuden a las urnas para votar siempre igual, oye).

José H. Chela

O sea, que lo que está hecho, hecho está. Y que a quien no le guste, o le pone azúcar –que, a veces, es peor- o se va a llorar al barranco. Pero, a partir de este momento, el personal y los medios de comunicación y los partidos que se quedan al margen del ceremonial y del llamado templo de la palabra, que más bien es un mercadillo del palabreo, debiéramos empeñarnos en que las cosas cambien para la próxima legislatura. Sin más esperas. Es decir, hemos de forzar a los privilegiados del modelo tripartito a reformar radicalmente la norma electoral. Mientras la ley sea la que es, nada cambiará realmente y siempre estaremos a merced de unas matemáticas que parcheen la imposibilidad de las mayorías suficientes. Fue Jerónimo Saavedra quien hace ya tiempo me dijo que, en tanto se mantuvieran estas reglas del juego, los políticos de este Archipiélago están condenados al discurso insularista. Y es verdad. Debemos conseguir, pues, para empezar, que se cree una circunscripción regional, de la que surja, obligatoriamente, el candidato a la presidencia (única forma de modificar ese discurso y generalizarlo) y rebajar los disparatados topes electorales (ese 30 por ciento triplica las barreras más elevadas para el acceso a una cámara legislativa de todas las existentes en el planeta). Un 5 regional y un 3 insular serían topes más que suficientes y aportarían una mayor representatividad de los deseos del electorado, además de la presencia en el Parlamento de fuerzas que modificaran nuestro mapa político y permitieran combinaciones novedosas y más divertidas. Lo de la diversión no es una coña. Porque el más de lo mismo durante siete legislaturas empieza a aburrir hasta a las gregarias ovejas (esos bichitos lanudos que acuden a las urnas para votar siempre igual, oye).

José H. Chela