Desde algunos sectores especializados, apelan a la prudencia en plena euforia por la evolución del negocio turístico. Se pide reflexión y hasta se recomienda no dejarse deslumbrar tras la evidente recuperación. El problema es que van apareciendo en el vertiginoso camino algunas señales consideradas peligrosas y a las que es necesario prestar atención. Están muy bien las previsiones de las líneas aéreas que hacen vislumbrar un verano de récords; que las reservas de alojamiento lleven semanas creciendo a ritmo de doble dígito y que los establecimientos hoteleros ya superen los ingresos y precios medios prepandemia. Está muy bien, pero…
Hay que fijarse, por ejemplo, en los cuellos de botella en el transporte aéreo. Ya vemos que no acaban las huelgas de controladores en Francia ni las de Heathrow en Londres, en tanto que se suceden las de Alemania. Se suman los paros de las tripulaciones de vuelo de varias aerolíneas, entre las que hay que anotar la de pilotos de Air Europa en mayo y junio. Si el 83 % de los extranjeros que llegaron el año pasado a nuestro país llegaron en avión, podemos hacernos una idea de la incidencia en los desplazamientos de estas coyunturas distorsionantes.
La incertidumbre creciente en torno a los pisos o viviendas turísticas no contribuye favorablemente. Va calando la impresión de que los intentos de regulación por parte de comunidades autónomas y ayuntamientos o son insuficientes o no cuajan a satisfacción de todos. Hay muchos intereses encontrados, claro. Las viviendas, cada vez en mayor número, pasan ser comercializadas por plataformas online. La tentación es considerable para los propietarios. En algunas ciudades, se registran casos de edificaciones enteras que en un santiamén se convierten en un hotel sin ser propiamente un hotel ni siquiera una pensión. Y pensemos en las exigencias: lidencias, prestación de servicios, normativas de seguridad, generación de empleo y hasta control fiscal. Mientras destinos de la Unión Europea (UE) ya están denunciando falta de transparencia en esta modalidad, otra de las repercusiones de este fenómeno creciente es que parece alimentarse una suerte de rechazo del turismo, también localidades de playa e interior.
En el sector saben que una mayor afluencia de turistas no equivale a una mayor rentabilidad. Hay analistas que coinciden en que durante el bienio 2023-24 la inflación y el aumento de los tipos de interés van a influir en la cuenta de resultados de las empresas turísticas en un grado mayor que en los años anteriores a la pandemia. El economista de CaixaBank, Javier Ibáñez de Aldecoa, advierte al respecto que “realmente estamos en un escenario de ‘schock’ de costes importante, tanto por el encarecimiento de la deuda como por el de los consumos, como la comida para abastecer hoteles y restaurantes, la luz o el gas… El incremento de costes es el gran riesgo para el sector este año”.
Así las cosas, algunas planteadas muy genéricamente, es conveniente reflexionar. Cierto que hay espacio para el optimismo que invita a innovar y profundizar en promociones y demás, como la reactivación de mercados de larga distancia, pero no hay caer en los peligros de una euforia desmedida. O lo que es igual, cuestionarse si estamos yendo demasiado rápido. Sabemos que la industria no se debe detener cuando está en marcha y que la competitividad obliga a un esfuerzo constante pero hay que asegurar el ritmo y el dominio del volante. Atentos a las señales, pues. Haciendo un símil, hay que comprobar el correcto funcionamiento de los soportes del negocio. El turismo de nuestros días –y el del futuro- comporta exigencias y hay que estar a su altura. El sector ha de moverse con valentía y con soltura, haciendo valer en Canarias el peso de la experiencia. Y no dejarse deslumbrar: la cualificación de la oferta, una apuesta clara por la digitalización y la sostenibilidad son los compromisos de cualquier propósito de futuro que se haga.