Espacio de opinión de Canarias Ahora
La soledad del Rey
Baleares es el refugio veraniego de la Casa Real y los empresarios turísticos mallorquines lo han sabido fidelizar por los extraordinarios réditos de imagen que una estancia permanente produce. Ha dinamizado los puertos deportivos, los comercios, los hoteles, los apartamentos, la cultura... En verano no cabe un alfiler en Baleares y sin duda que ha influido en ello el regalo que una veintena de empresarios le hicieron al monarca: un nuevo yate, más moderno que el del Pocero, Mario Conde o De la Rosa, con el que éstos se pavoneaban y trataban de ganar la admiración regia. En el libro, la dádiva recibe críticas, pero su eficacia es demoledora: además de agradecimiento y roce, el rey y su familia ya no se mueven de Mallorca y a su socaire miles de turistas de alto rango ?y nivel económico? intentan emularlos.
Pero quedaban las vacaciones de invierno y el Rey esquiaba en Baqueira Beret, provincia de Lleida, aunque en 1999 decidió cambiar de aires e irse con su familia a Lanzarote. Según García Abad, en Cataluña sonaron todas las alarmas “y se produjo un movimiento de disgusto por una decisión que dejaba a la citaba estación de deporte sin la real promoción”. No fue el entonces presidente Manuel Hermoso quien se atrajo al Rey sino Hussein de Jordania al regalarle la magnífica estancia de La Mareta ?que la Casa Real donó a continuación al Estado? pero los catalanes rápidamente reaccionaron y consiguieron al menos que la Familia Real diversificara sus inviernos: Ni Baqueira ni Canarias, un poco para todos. Lo que sigue faltando en el archipiélago, ahora que asoma el fantasma, es el ejemplo balear: una Fundación Turística privada ?aunque con apoyo público testimonial-, unos ricos patrocinadores que aflojen por barba seiscientos mil euros y una decidida apuesta política y empresarial por atraerse el favor vacacional regio ?y no el famoseo petardo de medio pelo? pues con él viajan también quienes sueñan con princesas y príncipes con los que sobrellevar sus vidas bastante más anodinas, que somos todos.
Federico Utrera
Baleares es el refugio veraniego de la Casa Real y los empresarios turísticos mallorquines lo han sabido fidelizar por los extraordinarios réditos de imagen que una estancia permanente produce. Ha dinamizado los puertos deportivos, los comercios, los hoteles, los apartamentos, la cultura... En verano no cabe un alfiler en Baleares y sin duda que ha influido en ello el regalo que una veintena de empresarios le hicieron al monarca: un nuevo yate, más moderno que el del Pocero, Mario Conde o De la Rosa, con el que éstos se pavoneaban y trataban de ganar la admiración regia. En el libro, la dádiva recibe críticas, pero su eficacia es demoledora: además de agradecimiento y roce, el rey y su familia ya no se mueven de Mallorca y a su socaire miles de turistas de alto rango ?y nivel económico? intentan emularlos.
Pero quedaban las vacaciones de invierno y el Rey esquiaba en Baqueira Beret, provincia de Lleida, aunque en 1999 decidió cambiar de aires e irse con su familia a Lanzarote. Según García Abad, en Cataluña sonaron todas las alarmas “y se produjo un movimiento de disgusto por una decisión que dejaba a la citaba estación de deporte sin la real promoción”. No fue el entonces presidente Manuel Hermoso quien se atrajo al Rey sino Hussein de Jordania al regalarle la magnífica estancia de La Mareta ?que la Casa Real donó a continuación al Estado? pero los catalanes rápidamente reaccionaron y consiguieron al menos que la Familia Real diversificara sus inviernos: Ni Baqueira ni Canarias, un poco para todos. Lo que sigue faltando en el archipiélago, ahora que asoma el fantasma, es el ejemplo balear: una Fundación Turística privada ?aunque con apoyo público testimonial-, unos ricos patrocinadores que aflojen por barba seiscientos mil euros y una decidida apuesta política y empresarial por atraerse el favor vacacional regio ?y no el famoseo petardo de medio pelo? pues con él viajan también quienes sueñan con princesas y príncipes con los que sobrellevar sus vidas bastante más anodinas, que somos todos.