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Sólo sé que no sé nada; ¡y tonto el que lo lea!

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“Sólo sé que no sé nada”. Ésta célebre frase de Sócrates, en sus diálogos con Platón, ha servido para presentar su pensamiento y su método en la búsqueda de la verdad y el conocimiento. El padre de la Mayéutica era un experto en fingir ignorancia para conducir a sus discípulos e interlocutores a resolver problemas y eludir engaños, a través de sutiles preguntas y la continua formulación de dudas. La virtud principal de esta estrategia no radicaba en alcanzar certezas, sino en mantener un constante cuestionamiento de las ideas. De esta manera intentaba asegurar que el discernimiento, la comprensión de la naturaleza y de su relación con el hombre, se sometían a un proceso de actualización permanente.

El presidente del gobierno hace suya esta sentencia, pero no como ejercicio de “ironía socrática”, sino como recurso evasivo; como una vía de escape no exenta de constituir una auténtica tomadura de pelo colectiva.

Un pueblo esquilmado por las políticas de su gobierno y su seguimiento “a pies juntillas” de los dictados de la Troika, asiste boquiabierto al espectáculo que supone el mayor caso de corrupción política de nuestra historia democrática, que señala directamente a las tripas de su partido y el presidente no tiene nada que decir; salvo repetir como un mantra, como una revelación del oráculo, que “saldremos de la crisis en 2015” ?cada vez más tarde, por cierto-.

El caso Bárcenas nos revela, por capítulos ?siempre presuntamente-, cómo se ha financiado irregularmente al PP; cómo un sinfín de empresarios ha apostado a caballo ganador, haciendo llegar maletines y cajas de puros repletas de billetes hasta la calle Génova, a cambio de servidumbre política; cómo se han comprado, de forma extensiva, voluntades individuales, untándolas con sobresueldos. Pero el presidente no tiene nada que decir, más allá del “sólo sé que no sé nada”.

Las cuentas de Bárcenas se multiplican y la intervención de las autoridades suizas sobre sus “valores”, viene a demostrar las conexiones entre el caso Gürtel y su propio caso; un supuesto original de la “presunta” contabilidad “B” del partido, implica personalmente a M.R. y el presidente no puede comparecer ante el congreso: “Sería hacerle el caldo gordo a un delincuente” ?esgrimen desde sus filas-.

La oposición patalea: “Con su mayoría absoluta están secuestrando el Parlamento” -expresan con dramático enojo, al tiempo que nos lanzan un mensaje de impotencia y, de su mano, un subliminal llamamiento a la resignación-.

Y es que las cosas, formalmente, están como están: Unos no se van “ni a tiros” y otros no cuentan ni con la aritmética parlamentaria ni con la claridad de ideas necesarias para echarlos.

El PP, por si las moscas, como suele hacer cada vez que su imagen se encuentra muy perjudicada, saca en procesión a “San Esteban González Pons” quien, con cara de buena gente y de creerse lo que dice (¡el tío es un monstruo! ¡Hay que reconocerlo!), intenta recuperar la fe de los parroquianos con emotivos discursos: Esta vez ha echado mano de la memoria de Miguel Blanco para airearlo como símbolo del auténtico espíritu pepero ?aquí no hay paz ni para los muertos-.

Sin embargo, en esta ocasión, ni Esteban “el bueno” con su mirada lánguida, aun acompañado por la misma Santa Rita ?patrona de los imposibles-, parece que vaya a conseguir que las heces huelan a incienso: El culebrón Bárcenas sigue desgranándose y la reciente divulgación de unos cómplices “SMS” (que conste el “presuntos”) entre el ex tesorero y el propio Mariano, hacen que se esfume cualquier resquicio de credibilidad y honorabilidad que aún pudiera quedarle al presidente y a su aparato.

En cualquier estado civilizado, por mucho menos, la dimisión del gobierno y la convocatoria de elecciones anticipadas se produciría de forma inmediata, pero España siempre ha sido diferente.

Mientras tanto Fernández Toxo no ve motivos para observar nuevos ataques a las y los trabajadores y, por tanto, no contempla un “inminente” escenario de movilización sindical y social. Pero el mismo gobierno que se esconde tras la niebla de la ignorancia, sigue cabalgando a sus anchas y prometiendo, viernes tras viernes, nuevos sacrificios “ineludibles” sobre los mismos hombros: Más reducciones salariales y mayor incremento de tarifas sobre bienes de consumo y servicios, más privatización de los servicios públicos, nuevas agresiones al sistema de pensiones, más desahucios, menos protección social, etc., etc., etc.

Muchos viernes nos quedan de aquí al 2015. Acaso, ¿no hay nada que podamos hacer?

¡Sólo sé que no sé nada!

¡“Ditoseadios”! (Diría cualquier personaje de las tiras gráficas del genial Morgan).

“Sólo sé que no sé nada”. Ésta célebre frase de Sócrates, en sus diálogos con Platón, ha servido para presentar su pensamiento y su método en la búsqueda de la verdad y el conocimiento. El padre de la Mayéutica era un experto en fingir ignorancia para conducir a sus discípulos e interlocutores a resolver problemas y eludir engaños, a través de sutiles preguntas y la continua formulación de dudas. La virtud principal de esta estrategia no radicaba en alcanzar certezas, sino en mantener un constante cuestionamiento de las ideas. De esta manera intentaba asegurar que el discernimiento, la comprensión de la naturaleza y de su relación con el hombre, se sometían a un proceso de actualización permanente.

El presidente del gobierno hace suya esta sentencia, pero no como ejercicio de “ironía socrática”, sino como recurso evasivo; como una vía de escape no exenta de constituir una auténtica tomadura de pelo colectiva.