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Sombras en la oscuridad

Existen muchas dudas, sombras e interrogantes acerca de lo que realmente ocurrió este fin de semana en aquella galería. Una más de las tantas que perforan en todas direcciones el subsuelo de Tenerife, convertido, a lo largo del tiempo, en un verdadero queso de gruyere. Todo en busca del agua. Del tesoro fundamental para estas ínsulas. Galerías que generaron fortunas y ruinas familiares, porque eran la lotería del momento y una apuesta arriesgada que casaba el progreso propio con el de la tierra. La primera de las preguntas sería por qué unos amantes de la naturaleza, unos ecologistas, se adentran en una de estas tremendas grutas artificiales –yo mismo he recorrido una, hasta las madres del agua, durante más de cuatro kilómetros, roca adentro, pero para informar, para hacer un reportaje, y con todas las de la ley: permisos, acompañantes, protecciónÂ… Las galerías encierran un interés sociológico, económico e histórico, pero no natural. Son la muestra del ingenio y de la laboriosidad de un pueblo para captar lo que la propia naturaleza les niega o les esconde. Pero, cualquier observador con sentido común sabe, nada más penetrar en una de ellas, que se trata de una vía subterránea artificial. La segunda de las preguntas se refiere a la posibilidad de que, en efecto, los excursionistas se perdieran y confundieran la galería con un túnel de canalización cercano que habría sido un atajo considerable en su ruta. A este respecto, conviene señalar que el guía previsto para conducir a los deportistas no pudo acudir a la cita y que les enviaba sus instrucciones por móvil. Una temeridad. Si el guía no estaba disponible, lo más prudente habría sido suspender la caminata. Pero, es que, en cualquier caso, los miembros de ATAN, ecologistas y, al parecer, en parte, organizadores de la dramática marcha, saben, perfectamente, que penetrar en galerías o en canalizaciones, como el túnel que se buscaba, está taxativamente prohibido. Simplemente, no se puede hacer. La tercera de las preguntas –hay más, pero dejémoslo estar- se refiere a las señalizaciones y al cierre de las bocas de estas prospecciones. Ahí, me sospecho, existen fallos y lagunas en la normativa vigente que sería preciso corregir. Pero, lo cierto es que, una vez fuera de explotación estas minas acuíferas, es de responsabilidad exclusiva de los propietarios tapiar las entradas o colocar puertas y candados que impidan el paso a su interior. Normalmente, se hace. Sin embargo, con mucha frecuencia, los curiosos y los atrevidos derriban murallas y destrozan portalones en aras de aventuras que pueden acabar malamente. Como la memoria es flaca, olvidamos que hace poco más de un lustro se produjo, por los mismos motivos y en escenarios similares, otro drama de idénticas características, también en Tenerife. No señalo a nadie –Dios me libre- ni distribuyo responsabilidades, que no es mi oficio. Sólo trato de poner un poco de luz donde, repito, hay demasiadas sombras. Mayormente para ver si sensateces y normativas se aúnan, a la vista de lo sucedido, para conseguir que no se repita jamás, y para dolor de todos, algo parecido.

José H. Chela

Existen muchas dudas, sombras e interrogantes acerca de lo que realmente ocurrió este fin de semana en aquella galería. Una más de las tantas que perforan en todas direcciones el subsuelo de Tenerife, convertido, a lo largo del tiempo, en un verdadero queso de gruyere. Todo en busca del agua. Del tesoro fundamental para estas ínsulas. Galerías que generaron fortunas y ruinas familiares, porque eran la lotería del momento y una apuesta arriesgada que casaba el progreso propio con el de la tierra. La primera de las preguntas sería por qué unos amantes de la naturaleza, unos ecologistas, se adentran en una de estas tremendas grutas artificiales –yo mismo he recorrido una, hasta las madres del agua, durante más de cuatro kilómetros, roca adentro, pero para informar, para hacer un reportaje, y con todas las de la ley: permisos, acompañantes, protecciónÂ… Las galerías encierran un interés sociológico, económico e histórico, pero no natural. Son la muestra del ingenio y de la laboriosidad de un pueblo para captar lo que la propia naturaleza les niega o les esconde. Pero, cualquier observador con sentido común sabe, nada más penetrar en una de ellas, que se trata de una vía subterránea artificial. La segunda de las preguntas se refiere a la posibilidad de que, en efecto, los excursionistas se perdieran y confundieran la galería con un túnel de canalización cercano que habría sido un atajo considerable en su ruta. A este respecto, conviene señalar que el guía previsto para conducir a los deportistas no pudo acudir a la cita y que les enviaba sus instrucciones por móvil. Una temeridad. Si el guía no estaba disponible, lo más prudente habría sido suspender la caminata. Pero, es que, en cualquier caso, los miembros de ATAN, ecologistas y, al parecer, en parte, organizadores de la dramática marcha, saben, perfectamente, que penetrar en galerías o en canalizaciones, como el túnel que se buscaba, está taxativamente prohibido. Simplemente, no se puede hacer. La tercera de las preguntas –hay más, pero dejémoslo estar- se refiere a las señalizaciones y al cierre de las bocas de estas prospecciones. Ahí, me sospecho, existen fallos y lagunas en la normativa vigente que sería preciso corregir. Pero, lo cierto es que, una vez fuera de explotación estas minas acuíferas, es de responsabilidad exclusiva de los propietarios tapiar las entradas o colocar puertas y candados que impidan el paso a su interior. Normalmente, se hace. Sin embargo, con mucha frecuencia, los curiosos y los atrevidos derriban murallas y destrozan portalones en aras de aventuras que pueden acabar malamente. Como la memoria es flaca, olvidamos que hace poco más de un lustro se produjo, por los mismos motivos y en escenarios similares, otro drama de idénticas características, también en Tenerife. No señalo a nadie –Dios me libre- ni distribuyo responsabilidades, que no es mi oficio. Sólo trato de poner un poco de luz donde, repito, hay demasiadas sombras. Mayormente para ver si sensateces y normativas se aúnan, a la vista de lo sucedido, para conseguir que no se repita jamás, y para dolor de todos, algo parecido.

José H. Chela