Espacio de opinión de Canarias Ahora
¿Son el canarismo y la obediencia canaria lo mismo?
En la política, como en tantos otros terrenos, sucede a veces que determinadas fórmulas lingüísticas encuentran cierto acomodo en el lenguaje popular y acaban siendo usadas como metáforas de ideas más elaboradas que serían muy complejas a la hora de ser expresadas. Así, todos usamos construcciones como “la izquierda a la izquierda del PSOE”, “la clase política” o “los movimientos sociales” para referirnos a realidades que merecerían mayor detenimiento si quisiéramos afinar en cuanto a la precisión sobre aquello que queremos describir. Esto, con ser insatisfactorio, resulta imprescindible puesto que en la comunicación cotidiana e inmediata -no solo oral sino escrita- sería poco efectivo estar constantemente detallando las incontables aristas que posee cada idea, cada concepto. Una de estas construcciones, que ya cuenta con cierta tradición, es la de “la (estricta) obediencia canaria”, que parece gozar de una nueva vida tras las declaraciones de Alberto Rodríguez, (El País, 30 de octubre), principal cabeza visible del recientemente creado Proyecto Drago. En ellas, el tinerfeño se refirió al mismo como un proyecto “de obediencia canaria”, sorteando inteligentemente definiciones más problemáticas como la de “nacionalista”, así como la de “izquierda”, por cierto.
Sin afán de ser exhaustivo, creo que no yerro si digo que dicha fórmula se empezó a usar con cierto éxito a raíz de los debates conducentes a la constitución de Coalición Canaria en 1993. Seguramente circularía desde algún tiempo antes pero fue en la atmósfera del nacimiento de la primera fuerza canarista transversal cuando se habló abiertamente de la creación de una fuerza de “estricta obediencia canaria” en oposición a fuerzas abiertamente sucursalistas. Con ello se quería de alguna manera expresar de manera condensada la idea de que en Canarias debíamos contar con fuerzas cuya foco de atención, prioridades, proyecto político estuviera radicado en el archipiélago y no fuera del mismo. No era sino el reverso de siglos de historia en los que las élites de todo tipo radicadas en Canarias trasladaban al resto de ámbitos de la vida su sempiterna desubicación cognitiva, por la que sus pies estaban en las islas pero su mente estaba en Europa.
Ahora bien, sin menospreciar la efectividad de la fórmula en cuestión, no podemos quedarnos del todo satisfechos si no somos capaces de abordar los aspectos menos convincentes de la misma. En el epílogo a mi libro Canarismo. Sobre nacionalistas y otras especies amenazadas, un incisivo Pablo Utray -alter ego del profesor de Filosofía Política, Pablo Ródenas- me preguntaba lo siguiente: “¿Qué debe significar ”obediencia canaria“ o ”que las cosas de Canarias se decidan en Canarias“? Si una pequeñísima oligarquía económica canaria, prolongada en lo político y lo administrativo, y además de en lo militar y lo religioso, decide todo en connivencia y bajo las órdenes de sus pares en Madrid, Bruselas y Washington, ¿significa que ”Canarias decide“ o más bien que el régimen dominante pervive ”lampedusianamente“, haciendo que ”todo cambie para que todo siga igual?“. Argumenté entonces que una obediencia canaria que no respondiera al interés general, al bien común, si ese poder ejercido desde Canarias se hace en contra de las mayorías sociales canarias y a favor de las oligarquías extractivas en connivencia con los poderes ejercidos desde dichas capitales… no representaría un cambio sustancial con respecto a los últimos cinco siglos. Sigo pensando lo mismo.
Toca ahora, por fin, tratar de responder a la pregunta con la que titulo este artículo. Adelanto desde ya mismo que no creo que sean exactamente lo mismo aunque sí en parte. Precisando, creo que no puede haber canarismo sin obediencia canaria pero el canarismo debe ser mucho más que la obediencia canaria. Y como brújula para orientarnos en el laberinto de la política canaria propongo una doble mirada. Por un lado, debemos atender al eje izquierda-derecha o redistribución-acumulación. Por otro lado, prestaremos atención al eje soberanía-dependencia o Canarias-España. Cualquier análisis que no contemple como mínimo esta doble mirada será forzosamente incompleto o excesivamente simplificador.
A mi juicio, la fórmula “de obediencia canaria” va a ser acusada siempre, no sin razón, de imprecisión o de ser un subterfugio para enmascarar el viejo centralismo con nuevos ropajes. Si no un cambio lampedusiano, sí un cambio insuficiente. Si entendemos exclusivamente por “fuerzas de obediencia canaria” aquellas fuerzas políticas que no responden a estructuras radicadas fuera de las islas, perfectamente podríamos incluir entre ellas a Unidos por Gran Canaria, la Agrupación Socialista Gomera y Gana Fuerteventura, si finalmente esta última fuerza no vuelve al Partido Popular. Por tanto, su principal debilidad sería la de agrupar a fuerzas demasiado dispares si centramos nuestra mirada únicamente en el eje izquierda-derecha. Puede servir, de alguna manera, como así ocurre con una de las dimensiones del canarismo, que es, además de muchas otras cosas, una categoría de análisis para describir un espacio político muy heterogéneo. Sin embargo, nada dice esa “obediencia canaria” por sí misma en cuanto al tipo de sociedad que se propone, qué va a ocurrir con el modelo de desarrollo, la protección social, el papel de lo público, etc., donde los extremos del espacio canarista (UxGC y CC-TF y, por otro lado, el Proyecto Drago, por ejemplo) apenas hallarían elementos de coincidencia.
En cambio, los partidarios de la “obediencia madrileña” -ya por convicción, ya por ingenuidad- encuentran en la fórmula “obediencia canaria” un flanco débil por el que tratarían de defender el unionismo y el dependentismo al ser, por lo visto, intrínsecamente más progresistas y avanzados. Escurren así convenientemente el bulto de tener que explicar por qué es mejor y más democrático que los asuntos canarios se decidan fuera de Canarias. De paso, caricaturizan a su antojo a los canaristas como gente que se pelea por una bandera o un timple mientras que ellos aparecen como seres centrados en lo verdaderamente importante, que no se distrae con tonterías. “El nacionalismo no es una ideología”, dicen. Ellos dicen lo que es una ideología y lo que no. ¿Puede haber un acto más ideológico? Cuentan a su favor, si no con la razón, sí con la fuerza de la tradición y el nacionalismo español que gangrena todo el Estado español, sus instituciones, su cultura, etc. en su propio beneficio.
No es fácil aunar en una sola fórmula la voluntad de defender un buen autogobierno para Canarias, sorteando la complejidad de términos poco abarcadores y en cierta medida excluyentes como izquierda o nacionalista. Vivimos en tiempos líquidos, de identificaciones débiles, en las que la rigidez de las grandes categorías suele encontrar numerosas dificultades a la hora de aunar pueblo, ciudadanía detrás de valores que merecen ser defendidos por mayorías sociales amplias, más allá de etiquetas políticas en sentido estricto. Es hora de encontrarnos en terrenos donde compartamos ideas, visiones, sentimientos, menos estancados en una sociedad dividida casi al cincuenta por ciento entre izquierda y derecha.
¿No merecen la sostenibilidad, la igualdad de género, el bienestar, una cultura propia… ser defendidas por mucha más gente que la que se pueda definir a sí misma como de izquierda o nacionalista, por ejemplo? ¿Qué es lo que quiere decir la inmensa mayoría de la gente que en Canarias se declaran nacionalistas? ¿Que están comprometidos con un proyecto de construcción nacional? De todos los engaños posibles, el autoengaño es el más patético. Si siempre necesitaremos categorías, busquemos aquellas que unan en mayor medida de la que separan, sin por ello caer en una oportunista indefinición.
Por ello, con toda prudencia pero con el mejor de los deseos, desde fuera de cualquier proyecto partidista pero desde dentro de la sociedad civil canarista, me atrevo a proponer la definición de canarismo popular para las personas que auspician el incipiente Proyecto Drago. Tampoco es perfecta pero sí creo que encarna mejor las aspiraciones que creo adivinar tras las gentes de Alberto Rodríguez. Ojalá contribuya a encarnar la no siempre bien defendida voluntad del pueblo canario por construir su propio futuro en bienestar y libertad.
En la política, como en tantos otros terrenos, sucede a veces que determinadas fórmulas lingüísticas encuentran cierto acomodo en el lenguaje popular y acaban siendo usadas como metáforas de ideas más elaboradas que serían muy complejas a la hora de ser expresadas. Así, todos usamos construcciones como “la izquierda a la izquierda del PSOE”, “la clase política” o “los movimientos sociales” para referirnos a realidades que merecerían mayor detenimiento si quisiéramos afinar en cuanto a la precisión sobre aquello que queremos describir. Esto, con ser insatisfactorio, resulta imprescindible puesto que en la comunicación cotidiana e inmediata -no solo oral sino escrita- sería poco efectivo estar constantemente detallando las incontables aristas que posee cada idea, cada concepto. Una de estas construcciones, que ya cuenta con cierta tradición, es la de “la (estricta) obediencia canaria”, que parece gozar de una nueva vida tras las declaraciones de Alberto Rodríguez, (El País, 30 de octubre), principal cabeza visible del recientemente creado Proyecto Drago. En ellas, el tinerfeño se refirió al mismo como un proyecto “de obediencia canaria”, sorteando inteligentemente definiciones más problemáticas como la de “nacionalista”, así como la de “izquierda”, por cierto.
Sin afán de ser exhaustivo, creo que no yerro si digo que dicha fórmula se empezó a usar con cierto éxito a raíz de los debates conducentes a la constitución de Coalición Canaria en 1993. Seguramente circularía desde algún tiempo antes pero fue en la atmósfera del nacimiento de la primera fuerza canarista transversal cuando se habló abiertamente de la creación de una fuerza de “estricta obediencia canaria” en oposición a fuerzas abiertamente sucursalistas. Con ello se quería de alguna manera expresar de manera condensada la idea de que en Canarias debíamos contar con fuerzas cuya foco de atención, prioridades, proyecto político estuviera radicado en el archipiélago y no fuera del mismo. No era sino el reverso de siglos de historia en los que las élites de todo tipo radicadas en Canarias trasladaban al resto de ámbitos de la vida su sempiterna desubicación cognitiva, por la que sus pies estaban en las islas pero su mente estaba en Europa.