Espacio de opinión de Canarias Ahora
Surrealismo
Ya en los años noventa, cuando las ambiciones de los insularistas se desbordaron y José Carlos Mauricio -¡quién lo iba a decir!- impulsó el emergente nacionalismo haciendo ver que sólo cristalizaría la operación si se tocaba poder, el surrealismo de la política canaria iba creciendo a ritmo imparable.
Tras la censura a Saavedra -medio gobierno se autocensuraba pero no importaba; Hermoso, vicepresidente hasta entonces, era el sucesor- todo cambió. Que nadie hablara de ideología pues era preferible acuñar lo de “gobierno de obediencia canaria”. Obediencia: ni más ni menos. En la ideología cabía todo hasta el punto de que la organización política cuajada a raíz de todos aquellos vaivenes se asemejaba mucho al peronismo argentino: había empresarios financiando la cosa y compartiendo afanes con sindicalistas, comunistas conversos y derechistas desengañados.
Nacía Coalición Canaria que iba a por todas, políticamente hablando. Quería el control de las instituciones, de los agentes sociales, de las organizaciones cívicas, de los fenómenos de masas, incluido el carnaval. No dudaba en utilizar lo que fuese -hubo censuras en corporaciones locales verdaderamente inauditas- para satisfacer una auténtica voracidad de poder. Una voracidad insaciable.
El Partido Popular, desesperado por su escasísima implantación en la islas pero consciente de que había un electorado expectante que aguardaba la caída del socialismo, se subió al carro actuando muchas veces como muleta. El curso de la historia demuestra que no han escarmentado los populares pese a muchos impoderables y muchos reveses auspiciados o propinados por sus aventajados socios.
Y así se han sucedido episodios insólitos, contradictorios, inconsecuentes. Los personalismos y los intereses de grupos, de sectores, de islas han prevalecido en la política canaria. La lista es larga.
Pero sería bueno apuntar el último de esos episodios. Por si no han reparado, en los próximos comicios del 9 de marzo en las candidaturas al Senado por la isla de Tenerife aparecen Ricardo Melchior (CC), actual presidente del Cabildo Insular, y Antonio Alarcó (PP), actual vicepresidente de la institución en virtud del pacto de gobernabilidad suscrito tras las elecciones de mayo del pasado año.
O sea, que presidente y vicepresidente, socios y todo lo que ustedes quieran en el Cabildo, son rivales en las elecciones. Lo han leído bien: concurren en opciones políticas distintas. No digan que Buñuel no lo hubiera imaginado mejor. Pregunten lo que quieran, hasta en plan sarcástico se pudiera: ¿cómo se lo montarán Melchior y Alarcó? ¿Pactarán los ataques? ¿Concurrirán en un mismo debate? ¿Dejarán al Cabildo de sus amores al margen? ¿Lograrán impedir uno y otro la impresión generalizada de que PP y CC la misma cosa es?
Y no adelantemos nada en cuanto a posibles resultados. ¿Han pensado ustedes las consecuencias de que Alarcó, vicepresidente, aventaje en votos a Melchior? A ver, los defensores de las listas abiertas, que se definan. Ahí tienen.
Es una situación para genio de la lámpara, desde luego.
P.S. En las últimas horas se ha sabido que hay una nueva moción de censura está en marcha en un Ayuntamiento lanzaroteño. Y se ha sabido que se debatirá ¡el martes de Carnaval! No está claro que los ediles tengan que ir disfrazados.
Surrealismo, puro surrealismo.
Ya en los años noventa, cuando las ambiciones de los insularistas se desbordaron y José Carlos Mauricio -¡quién lo iba a decir!- impulsó el emergente nacionalismo haciendo ver que sólo cristalizaría la operación si se tocaba poder, el surrealismo de la política canaria iba creciendo a ritmo imparable.
Tras la censura a Saavedra -medio gobierno se autocensuraba pero no importaba; Hermoso, vicepresidente hasta entonces, era el sucesor- todo cambió. Que nadie hablara de ideología pues era preferible acuñar lo de “gobierno de obediencia canaria”. Obediencia: ni más ni menos. En la ideología cabía todo hasta el punto de que la organización política cuajada a raíz de todos aquellos vaivenes se asemejaba mucho al peronismo argentino: había empresarios financiando la cosa y compartiendo afanes con sindicalistas, comunistas conversos y derechistas desengañados.