Espacio de opinión de Canarias Ahora
Tambores de guerra
La constatación de los efectos del horror del Holocausto, la destrucción de buena parte de Europa y los millones de muertos ocasionados por la Segunda Guerra Mundial, hicieron a muchos pensar a mitad del siglo pasado que la Humanidad no repetiría un desastre como el ocurrido entre los años 1939 y 1945. Y así ha sido hasta ahora, pero no porque desde entonces hayamos tenido un mundo en paz. Ni mucho menos. Ha estado plagado de distintas guerras. En Corea, Vietnam o Afganistán, así como las que han implicado a Israel y a los países árabes. La Guerra de los Balcanes. La invasión de Irak. Los conflictos bélicos en Eritrea, Yemén, Ucrania o Gaza. Además de decenas de contiendas armadas regionales de mayor o menor intensidad. Ahora, en la tercera década del siglo XXI, como si no hubiésemos aprendido nada de la historia, vuelven a sonar insistentemente los mortales tambores de un conflicto global.
Como bien señala Amnistía Internacional, estos conflictos llevan consigo “pérdidas atroces de vidas civiles, desplazamientos masivos y violaciones del derecho internacional humanitario y de los derechos humanos”. Siendo habitual la tortura y, en el caso de las mujeres y niñas, la violencia sexual como arma de guerra. Con la destrucción de infraestructuras -eléctricas, hídricas, colegios y hospitales…- básicas para la vida. Con millones de personas desplazadas en todo el mundo que dependen para sobrevivir de la ayuda humanitaria.
Ucrania y Gaza
En estos momentos los terribles efectos de la guerra los podemos ver con nitidez en Ucrania, invadida por el ejército ruso en febrero de 2022. Un conflicto bélico que desde entonces ha causado, según distintas fuentes, la muerte de unos 10.000 civiles y de cientos de miles de soldados, así como el desplazamiento de varios millones de personas, dentro del país o hacia otros estados, especialmente de la Unión Europea. La respuesta de la comunidad internacional incluye sanciones económicas y de todo tipo (deportivas, entre otras) a Rusia, así como el despliegue de la ayuda militar y económica a Ucrania.
La barbarie de la guerra también los observamos cotidianamente en Gaza. Con más de 30.000 civiles palestinos muertos en apenas seis meses, de ellos más de 10.000 niños y niñas. Con el sometimiento de la población a una auténtica hambruna. Con asesinatos de cientos de periodistas o de miembros de organizaciones humanitarias. Con la destrucción sistemática de todo tipo de infraestructuras, entre ellas las sanitarias. Lamentablemente, la respuesta de la comunidad internacional es bien diferente e incluye silencios, bloqueo de resoluciones de Naciones Unidas y, complicidad, mucha complicidad, con los crímenes de Israel.
Muchos ciudadanos y ciudadanas rechazamos la continuidad de ambos conflictos, exigiendo la inmediata retirada rusa de Ucrania y que Israel ponga fin a su genocidio en Gaza. No tenemos dobles raseros. Lo hacemos con la misma convicción ética con la que en 2003 nos opusimos en las calles a la guerra inmoral, injusta e ilegal que patrocinaron Bush, Blair y Aznar en Irak, causando medio millón de muertos. Empobreciendo a su población. Alimentando el odio.
Canarias, tierra de paz, expresó en su momento su apuesta firme por un mundo en que prevalezca la concordia y la diplomacia frente a la guerra. Lo hizo con su mayoritario No en el referéndum sobre la permanencia en la OTAN celebrado en marzo del año 1986. Defendiendo la neutralidad de las Islas y un mundo desnuclearizado, justo y en paz.
Preguerra
Las actuales circunstancias son tan graves como de alto riesgo. Con acciones como el reciente bombardeo israelí de la embajada iraní en Damasco; a la que Teherán, que lo califica de grave provocación, puede ofrecer una respuesta en los próximos días, complejizando aún más la tensión en una zona del mundo ya suficientemente crítica. Con la situación en el Sahel, con millones de personas desplazadas y una grave crisis política, económica y de seguridad que afecta a varios estados africanos y que ha facilitado la expansión del islamismo radical en la zona. Con la relevancia de la salida de Francia y el peso cada vez mayor de Rusia en la región.
Y, más cerca, Marruecos desarrolla maniobras militares en aguas próximas a Canarias. Lo hace en aguas del Sahara occidental, vulnerando por tanto la legalidad internacional. Con la preocupante inacción del Gobierno estatal -que vuelve a vulnerar el Estatuto al ocultar datos sobre un asunto de interés para las islas- y la tibieza del Gobierno de Canarias. Una comunidad que, por su geoestratégica ubicación en el mundo, debe tener análisis e información permanente para evaluar los posibles riesgos en la zona.
Hoy suenan, cada vez más, tambores de guerra. El presidente francés, Enmanuel Macron, plantea que tropas de la OTAN participen directamente en el conflicto de Ucrania, lo que elevaría sustancialmente el nivel de confrontación con Rusia. A lo que Putin responde señalando que eso “nos colocará a un paso de una tercera guerra mundial a gran escala. No creo que a nadie le interese esto”. Por su parte, el primer ministro polaco Donald Tusk habla de que Europa se encuentra en una etapa de preguerra, mientras que la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, afirma que la guerra “no es imposible”. Mientras la ministra de Defensa, Margarina Robles, reconoce que los misiles rusos pueden alcanzar la Península Ibérica. En definitiva, una vuelta al clima y los discursos de los tiempos de la Guerra Fría.
Gasto en armamento
Paralelamente a los discursos se implementan medidas que visualizan ese estado prebélico. Incorporación a la OTAN de estados que mantenían un estado de relativa neutralidad, como Suecia. País que, por cierto, ha recuperado el servicio militar obligatorio, algo que empieza a proponerse por distintas formaciones políticas en Italia, Alemania o Francia. Y, como no, sustancial incremento de las partidas presupuestarias destinadas a armamento. El gasto militar global se incrementó en 2023 el 9% respecto a 2022, hasta alcanzar la cifra récord de 2,2 billones de dólares, según datos del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos, ofrecidos en el contexto de la celebración de la edición número 60 de la Conferencia de Seguridad de Múnich, celebrada el pasado mes de febrero.
Hay un clima prebélico muy grave. Suenan proféticas las palabras del papa Francisco en su visita a Sarajevo hace ya nueve años: “Hay quien este clima lo quiere crear y fomentar deliberadamente, en particular los que buscan la confrontación entre las distintas culturas y civilizaciones, y también cuantos especulan con las guerras para vender armas. Pero la guerra significa niños, mujeres y ancianos en campos de refugiados; significa desplazamientos forzados; significa casas, calles, fábricas destruidas; significa, sobre todo, vidas truncadas”.
Estamos obligados a evitar que se produzca una escalada que nos sitúe en las puertas de una Tercera Guerra Mundial, con armas de suficiente potencial para acabar con la vida en el Planeta. Reformando, democratizando y potenciando a las Naciones Unidas para que sean más efectivas en la prevención y reconducción de todos los conflictos; rompiendo con su actual y enorme debilidad. Construyendo una política de seguridad y defensa europea propia, con una mayor coordinación e integración, y contando con una adecuada política de acogimiento y asilo. Disponiendo de un ejército dimensionado para la defensa frente a posibles agresores externos. Combatiendo los populismos extremistas que ponen en riesgo las democracias, las libertades y los derechos cívicos. Movilizando las conciencias pacifistas frente a los discursos belicistas -que alimentan, además, al ultranacionalismo más reaccionario- y construyendo un mundo con mayores niveles de equidad y justicia y menores niveles de desigualdad y violencia. Con más democracia y más diplomacia.
La constatación de los efectos del horror del Holocausto, la destrucción de buena parte de Europa y los millones de muertos ocasionados por la Segunda Guerra Mundial, hicieron a muchos pensar a mitad del siglo pasado que la Humanidad no repetiría un desastre como el ocurrido entre los años 1939 y 1945. Y así ha sido hasta ahora, pero no porque desde entonces hayamos tenido un mundo en paz. Ni mucho menos. Ha estado plagado de distintas guerras. En Corea, Vietnam o Afganistán, así como las que han implicado a Israel y a los países árabes. La Guerra de los Balcanes. La invasión de Irak. Los conflictos bélicos en Eritrea, Yemén, Ucrania o Gaza. Además de decenas de contiendas armadas regionales de mayor o menor intensidad. Ahora, en la tercera década del siglo XXI, como si no hubiésemos aprendido nada de la historia, vuelven a sonar insistentemente los mortales tambores de un conflicto global.
Como bien señala Amnistía Internacional, estos conflictos llevan consigo “pérdidas atroces de vidas civiles, desplazamientos masivos y violaciones del derecho internacional humanitario y de los derechos humanos”. Siendo habitual la tortura y, en el caso de las mujeres y niñas, la violencia sexual como arma de guerra. Con la destrucción de infraestructuras -eléctricas, hídricas, colegios y hospitales…- básicas para la vida. Con millones de personas desplazadas en todo el mundo que dependen para sobrevivir de la ayuda humanitaria.