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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

Golfos y bandidos

Tenemos que ver la cara de los bandidos para que nos hierva la sangre. Tenemos que poner nombres y apellidos a estos golfos para que nos enervemos. Nos duele más saber que unos chulos ricachones fundían tarjetas con el dinero de cuentacorrentistas que enterarnos que el rescate de Bankia costó 24.000 millones de euros. Vaya vista tuvo la Caja de Canarias para integrarse en el grupo.

No hay color entre la monstruosa y pornográfica cantidad milmillonaria y los quince millones (15, igual que los daños del temporal en Tenerife) que gastaron los directivos de Bankia con sus tarjetas opacas, pero a estas personas les ponemos caras. Los jetas de las tarjetas vivían a todo trapo mientras endilgaban preferentes a los jubilados y estafaban a los titulares de cartillas de ahorro.

Estos mismos que nos reprochaban haber vivido por encima de nuestras posibilidades y que nos daban lecciones económicas sobre la austeridad son los que han arrasado y quemado dinero público con la excusa baladí de que eran gastos de representación. Estos doctos expertos en macroeconomía se reconocen ahora ignorantes en fiscalidad porque dicen que creían que no tenían que cotizar a Hacienda por esos gastos suntuosos.

Más cabrea aún que los consejeros bancarios se valieran de instrumentos sucios para pagarse la compra en el súper, la siesta en hoteles de lujo, las copas en clubes de alterne, las comidas en restaurantes de cinco tenedores o el safari en Kenia, donde Blesa posaba altanero en medio de las cornamentas de dos cadáveres de antílopes.

Estos sinvergüenzas no solo eran viciosos de la vida cara y los masajes tailandeses. Su avaricia de rateros de cuello blanco les permitía pagarse desde un parquímetro de cinco euros o un bonobús de ocho, hasta litros de alcohol y helados, lencería, perfumes, joyas, sastre y electrodomésticos.

Los más finolis cargaban la visa en El Corte Inglés, los más cutres en Mercadona o en Ikea. Pagaban su sastre, sus zapatos, sus flores, sus frutas y hasta artículos de arte sacro. Se puede explicar cómo Rato gastaba tanto en bebidas por su manera de dirigir el banco.

Rafael Spottorno, ex jefe de la Casa Real, llegó a pagarse con la tarjeta varias sesiones de masajes filipinos. Aquí no se salvaba nadie: partidos de derecha e izquierda, sindicalistas y empresarios notables, incluso un destacado diplomático servidor en la Casa Real.

Nunca tantos hicieron en tan poco tiempo tantos favores a un solo partido, que denuncia continuamente los abusos y sinvergüencerías de la casta. Tanta desfachatez destapada es la mejor campaña gratuita de Podemos.

Hubo un consejero que incluso gastó un dineral con su tarjeta negra en las farmacias. Teniendo en cuenta que también se fundió una pasta gansa en saunas, masajes, spa y hoteles a horas intempestivas, no es de extrañar que arrasara con las existencias de las píldoras azules de Viagra para salvar su declarada impotencia.

Tenemos que ver la cara de los bandidos para que nos hierva la sangre. Tenemos que poner nombres y apellidos a estos golfos para que nos enervemos. Nos duele más saber que unos chulos ricachones fundían tarjetas con el dinero de cuentacorrentistas que enterarnos que el rescate de Bankia costó 24.000 millones de euros. Vaya vista tuvo la Caja de Canarias para integrarse en el grupo.

No hay color entre la monstruosa y pornográfica cantidad milmillonaria y los quince millones (15, igual que los daños del temporal en Tenerife) que gastaron los directivos de Bankia con sus tarjetas opacas, pero a estas personas les ponemos caras. Los jetas de las tarjetas vivían a todo trapo mientras endilgaban preferentes a los jubilados y estafaban a los titulares de cartillas de ahorro.