Espacio de opinión de Canarias Ahora
Togas sospechosas
Según Mario Puzo y Francis Ford Coppola relataron en su espléndido fresco sobre la mafia, Virgil Sollozzo, más conocido como el turco en el ambiente, se había formado como asesino a sueldo en Sicilia, especializándose en el manejo del cuchillo. Tras una estancia postdoctoral en Turquía, donde pudo aprender las reglas comerciales y construir un negocio rentable, se trasladó a Nueva York con la intención de internacionalizar la distribución del jaco manufacturado en los laboratorios locales.
De acuerdo con los manuales del sector necesitaba contactos, y los mejores se encontraban en tres mundos unidos por la ambición: la política, la prensa y la judicatura. Precisamente los tres yacimientos de los cuales Vito Corleone había extraído el material con que cimentar su estructura empresarial. Basta mirar alrededor para comprobar que el modelo no ha cambiado. No hace mucho que un político de la derecha explicaba a sus jefes cómo mantener el orden de las cosas «por la puerta de atrás», refiriéndose al control de los magistrados que habían ido colocando en los puestos claves del poder judicial.
A pesar de nuestra ignorancia terminológica, caben pocas dudas de que el sistema continúa funcionando con la eficacia de una maquinaria bien engrasada al leer esos textos farragosos en los que fundamentan sus conclusiones, las cuales parecen sospechosamente decididas de antemano, y casi siempre siguiendo el mismo corte ideológico y moral. Como en una ocasión escribiera Rafael Sánchez Ferlosio, y tantas veces ha ocurrido en la historia de este país, parece que una trama organizada se haya erigido «en el cuerpo entero de la patria, en única ciudadanía dirimiente».
Era esperable, por más que indeseable, que sus actividades resultasen más ladinas y repugnantes en medio de una emergencia sanitaria, al tiempo que un instrumento idóneo para hacer política por detrás. Las togas exquisitas cumplen las órdenes familiares e interpretan la realidad infecciosa, epidemiológica o preventiva con la impunidad de quien sabe que puede hacerlo. La combinación de las tres influencias que Sollozzo demandaba compartir a Corleone —políticos, jueces y periodistas en nómina— sigue manteniendo su capacidad para mover los hilos, ubicar las fichas y garantizar el final de las jugadas.
Qué más da que la doctrina se retuerza hasta adaptarla al interés del amo, y que una supuesta «ciencia jurídica» se interprete de forma distinta en casos idénticos, probablemente como resultado de los diferentes matices de cada implantación familiar. Qué importa que las veleidades en el uso de la toga puedan tener efectos nocivos sobre la salud de la ciudadanía, provocar la pérdida de libertad por afirmar en una canción lo que la mayoría piensa a estas alturas acerca de la dinastía borbónica, o permitir la puesta en la calle de un corrupto confeso y condenado, mientras se expulsa a un par de ancianos de su casa, malvendida a fondos buitre como parte de los negocios de la familia, al mismo tiempo que la prensa no quiera mostrarnos el nombre y el careto de los magistrados que toman las decisiones en cada comunidad autónoma.
Según Mario Puzo y Francis Ford Coppola relataron en su espléndido fresco sobre la mafia, Virgil Sollozzo, más conocido como el turco en el ambiente, se había formado como asesino a sueldo en Sicilia, especializándose en el manejo del cuchillo. Tras una estancia postdoctoral en Turquía, donde pudo aprender las reglas comerciales y construir un negocio rentable, se trasladó a Nueva York con la intención de internacionalizar la distribución del jaco manufacturado en los laboratorios locales.
De acuerdo con los manuales del sector necesitaba contactos, y los mejores se encontraban en tres mundos unidos por la ambición: la política, la prensa y la judicatura. Precisamente los tres yacimientos de los cuales Vito Corleone había extraído el material con que cimentar su estructura empresarial. Basta mirar alrededor para comprobar que el modelo no ha cambiado. No hace mucho que un político de la derecha explicaba a sus jefes cómo mantener el orden de las cosas «por la puerta de atrás», refiriéndose al control de los magistrados que habían ido colocando en los puestos claves del poder judicial.