Espacio de opinión de Canarias Ahora
Tomás Rivero presenta su nuevo libro 'La alegre ignorancia'
La espera, de su paciente espíritu de escritor, se hizo extensa en el espacio. A ello, se habían sumado inexorables circunstancias personales, en la aristada y arraigada coexistencia del pensador, en la que el deseado camino de rosas se tornó pedregoso e inhóspito en su andar. Nunca en el interés anhelado. Siempre al albur de los avatares externos. Del 'Yo y mis circunstancias', que no le permitieron la entrega absoluta a su innata vocación en aquel tiempo, que sus marcados genes talentosos que en sus adentros efervescían, le demandaban poner en práctica. Poner en práctica en la inmediatez. Atisbado el radiante acontecer, había llegado el alba de su renacer a la escritura. Propicios los hechos, de acumulación cognitiva y de tiempo libertino, se entrega incondicionalmente ahora, cuan druida, en reverente fervor a su mística labor escritural, a la que sus neuronas le fustigan constantemente.
La feliz natalidad de Tomás Rivero como escritor, ha tenido lugar desde hace relativamente, unos pocos años. Desde que, pluma en mano, conjugó sus conceptos, los ordenó, les dio cuerpo y los imprimió. Y lo hizo, de puntillas, sin tratar de molestar y rogando fuera perdonado, entre sus amigos y conocidos, por esta intrépida irrupción en las letras creativas, para expresarse y que conocieran sus dadivosos pensamientos, que yacían, ya maduros, en los recónditos de su mente, desde tiempo ha. Se bautizó infielmente, con el seudónimo de Mario Simbio, para que sus libros no fueran, simplemente anónimos. En su fuero interno, tenía por modestia ?la cual le satura internamente?, encubrirse ante los demás. Pasar desapercibido. Modestia, aderezada de generosa bondad en la humanidad que atesora.
El primer libro, fue un parto creativo de un hijo de probeta de la letra impresa, El intronauta. Era un intento de su peculiar aportación literaria, en plan experimental y entregado aquél en la trastienda, a sus amigos. Con este desprendido gesto, debía sopesar la respuesta remanente, sobre el fondo y la forma, confiando sobremanera, en la sinceridad de sus aliados. El resultado fue: de ingratitud y reprimenda de todos, por no haber comenzado muchos antes en su filosófica escritura. Había sustancia, rigor y seriedad en los contenidos expuestos; cultura y reflexión en los pensamientos brindados, en este ensayo de pura psicología sobre la naturaleza humana. Además, de la buena retórica hilvanada, con la que nos reconfortaba. Así se creó y cumplimentó con la segunda entrega: El zoquete perfecto.
Es Tomás Rivero (o Mario Simbio), un digno escritor. Aunque él no se crea, ni le dé importancia en su exorbitada humildad, a su ser escribidor e inflexible pensador. No escribe por pasar el ocioso rato, lo hace por una necesidad interna que tiene la infalible potestad de expresarse a través de la prosa, en sus temas concebidos exponencialmente y de honda preocupación personal, en los intramuros de la mente humana y sus comportamientos sociales. Pero, no ya por sus bien redactadas y dotadas maneras de escribir, en su distintiva literatura, en lo que llamamos estilo. La cual ya tiene un modo escritural personal, en el apartado gramatical narrativo y de estigmas en los habituales términos usados. Lo es, por el mensaje en todos los contenidos que trata. La ética y la moral están presentes en esta particular ontología. Los argumentos expuestos, son el origen de una visión personal muy meditada y de total coherencia con los sentires y vivencias propias; de los hechos, avatares y devenires, que afligen o conviven inevitablemente con el hombre actual, la sociedad y la misma vida, con el carácter privativo de cada cual. Preñado, en tantas veces, de momentos vividos o pensados, y expuestas, para dar una respuesta o formular sus propias captaciones.
El libro actual que nos presenta, La alegre ignorancia, está sujeto a esos roles de su preocupada vigilia interna y externa, por los aconteceres inherentes en la vida del hombre y su relación con los otros. Sus temas expuestos se han convertido en pautas que engulle, analiza y medita en los abisales de su mente. Y sentencia a los demás su personal aportación. Siempre profunda y analizada íntimamente. Y su tributo es totalmente ajeno y exento de partidismos ni ideologías al uso. Éstas son solo las motivaciones, de un límpido deliberar en sus adentros.
Se continúa definiendo su escritura, y en sus varios volúmenes precedentes, como una filantrópica preocupación por la relación social, en sus vicios y virtudes. Expone unos significados criterios y sobre ellos, y nos exhorta a seguir por esa vereda. Los reflexionados consejos son los suyos propios, siempre en el buen ejemplo moral y en el saber vivir, desde los parámetros individuales. Bajo una educación también individualizada, bajo el libre albedrío en la ideología de cada uno, en la que se manejen los valores morales, éticos y de comportamientos en cada persona, reitero. Distante siempre, de una educación de masa sistémica, de igualación borreguil.
En uno de sus loables y generosos consejos, extraído de los párrafos de su libro, nos recuerda que tenemos la suerte de vivir en este lindo planeta, en el cual, no lo olvidemos jamás, solo estamos eventualmente. Solo un tiempo fugaz vivido, con la simple misión de respeto al equilibrio natural, no eviternamente. Es una de las amnésicas tragedias del ser humano, olvidando la transitoriedad de nuestra existencia. Si así lo tuviera presente en todo momento, su comportamiento ante la vida, el medioambiente, que nos cobija y protege, y de generosidad y honradez con sus homólogos, sería de respeto y entrañablemente agradecidos en esta momentánea existencia. Su animadversión y perversidad desaparecían ipso facto, hacia todo y contra todos.
El planteamiento que se hace el protagonista, es la de seguir en su 'alegre ignorancia'. Antagonismo muy alejado de su ser, porque en su texto escritural, nos da toda una lección de cultivada formación, de una indagación preocupada y constante, de un pensamiento profundo en los relatos de este ensayo, en las más profundas raíces de su inquieta psiquis. Esta formación que delata, no le llega por ciencia infusa ?a pesar de su modestia y casto proceder, nada envanecido, ante sus congéneres?. Sino por haberse culturizado durante tiempo, mediante la lectura y una meditación argumentada de lo leído y de su especular escrutador, con los problemas que afligen al ser humano en su vida cotidiana. Cuantos menos conocimientos, señala, se encuentra su feliz vivir (que por supuesto, no es el propio del autor). El conocimiento es para Rivero ?o Simbio?, un manantial de contrariedades mentales, en la relación social o misma persona. El incógnito personaje de La alegre ignorancia, es un anónimo ente que traslada su ego (pensamiento del escritor), a la permanente duda existencial.
Tomás Rivero o Mario Simbio, itero, ha llegado en tiempo y forma al mundo de la escritura, transmitiéndonos su pensamiento y su forma de ver, entender la vida y su dependencia mutua en tiempo propicio por elegido y por su momento oportuno. Nunca es tarde, si la época es la propuesta por el escritor. Perdón, el escribiente, según su autodescripción (no compartida por nadie).
Teo Mesa
La espera, de su paciente espíritu de escritor, se hizo extensa en el espacio. A ello, se habían sumado inexorables circunstancias personales, en la aristada y arraigada coexistencia del pensador, en la que el deseado camino de rosas se tornó pedregoso e inhóspito en su andar. Nunca en el interés anhelado. Siempre al albur de los avatares externos. Del 'Yo y mis circunstancias', que no le permitieron la entrega absoluta a su innata vocación en aquel tiempo, que sus marcados genes talentosos que en sus adentros efervescían, le demandaban poner en práctica. Poner en práctica en la inmediatez. Atisbado el radiante acontecer, había llegado el alba de su renacer a la escritura. Propicios los hechos, de acumulación cognitiva y de tiempo libertino, se entrega incondicionalmente ahora, cuan druida, en reverente fervor a su mística labor escritural, a la que sus neuronas le fustigan constantemente.
La feliz natalidad de Tomás Rivero como escritor, ha tenido lugar desde hace relativamente, unos pocos años. Desde que, pluma en mano, conjugó sus conceptos, los ordenó, les dio cuerpo y los imprimió. Y lo hizo, de puntillas, sin tratar de molestar y rogando fuera perdonado, entre sus amigos y conocidos, por esta intrépida irrupción en las letras creativas, para expresarse y que conocieran sus dadivosos pensamientos, que yacían, ya maduros, en los recónditos de su mente, desde tiempo ha. Se bautizó infielmente, con el seudónimo de Mario Simbio, para que sus libros no fueran, simplemente anónimos. En su fuero interno, tenía por modestia ?la cual le satura internamente?, encubrirse ante los demás. Pasar desapercibido. Modestia, aderezada de generosa bondad en la humanidad que atesora.