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Que no me toque

-¿Qué estás haciendo ahí arriba?, le preguntó el director del manicomio.

-Comiendo castañas, respondió.

-¿Pero cómo vas a estar comiendo castañas si eso es un nogal?, le reprendió cariñosamente.

-Ya, pero es que yo las llevo en un cartuchito.

Sin embargo, no fue que a la isla no llegara la suerte acompañada de millones de euros lo que hizo que yo no ganara nada en la lotería. La razón exacta es de Perogrullo: no me tocó nada porque no jugué nada.

Nunca juego a la lotería ni a ningún juego de azar por principios. Me parece inmoral que pueda hacerme millonario tras invertir una nimia cantidad en un sorteo. Como me lo parece que un broker o cualquier especulador se haga rico jugando en la bolsa.

Cuando hay alguien que gana tanto dinero es porque ha salido de otros bolsillos menos agraciados. Igual que hay fortunas que no sostienen un mínimo análisis ético. Nadie puede tener tanto si no es a costa de los demás.

Esa es la diferencia esencial entre lo legal y lo moral. La lotería es legal, como lo es la bolsa, la especulación inmobiliaria o el registro de la propiedad. Sin embargo, todos tienen un tufillo indeseable. Si uno jugando, por un golpe de suerte, se saca el primer premio de la lotería nacional, o el segundo, o los ciegos, recibirá de golpe un aluvión de euros que no se merece.

Son como las máquinas tragaperras de los bares, aunque producen menos dolores de cabeza al no sonar esa musiquilla infernal, si bien el soniquete de los cursis niños de San Ildefonso tampoco te priva de una aspirina.

Los juegos de azar son el refugio de los cobardes, de los que no se atreven a encarar las adversidades de la vida. Soria, por ejemplo, se fue el otro día a Madrid a comprar lotería en el Consejo General del Poder Judicial con el vano deseo de empapelar a una juez. No sacará nada, y él lo sabe, pero no puede evitar sus antojos porque está abonado siempre al mismo número.

-¿Qué estás haciendo ahí arriba?, le preguntó el director del manicomio.

-Comiendo castañas, respondió.