Espacio de opinión de Canarias Ahora
El turno de Bolivia
La derecha no tiene remedio democrático. En cuanto ven cercana la posibilidad de perder algunos privilegios, tiran de todos los remedios legales e ilegales a su alcance para evitarlo. Y hasta ponen oídos de mercader a recomendaciones de sus ilustres personajes. La oligarquía boliviana, por ejemplo, olvida el consejo del presidente Belzu, allá por el siglo XIX, quien les advertía: “Haced las reformas por vosotros mismos si no queréis que el pueblo haga revoluciones a su modo”. Otro presidente, un poco más al norte y llamado John F. Kennedy, asumía una reflexión parecida el siglo pasado: “Quien no emprende las reformas posibles hace las revoluciones inevitables”. Contempladas con cuidado, las reformas en Bolivia son tan comedidas como imprescindibles en uno de los países más pobres de América Latina.
Declararon la guerra a Evo Morales desde el principio, a pesar de que el presidente aymara se convirtió en el candidato más votado en la historia reciente de Bolivia. Los belicosos oligarcas se aglutinaron en torno a Quiroga y su partido Podemos, los restos de las organizaciones tradicionales, el bloque racista encabezado por Santa Cruz, medios de comunicación privados (entre ellos el diario La Razón, del grupo español PRISA), regiones donde habían ganado las elecciones, bandas paramilitares juveniles y el embajador gringo Philip Goldberg. La primera campaña de estos patriotas giró en torno a la disolución de la patria. Pretendían tanta autonomía que reivindicaban el control de los recursos existentes en sus regiones, así como la posibilidad de negociar con cancilleres propios la participación de empresas extranjeras en su explotación. Como parte de esa campaña permanente, exigieron la instalación de la capital en Sucre.
Pero su gran trabajo de demolición giró en torno a la Asamblea Constituyente. El MAS (Movimiento Al Socialismo) no alcanzó los dos tercios pactados para sacarla adelante. La minoría de bloqueo impidió la aprobación de uno solo de sus artículos durante meses. ¿A qué venía tanto empecinamiento? Primero, el rechazo a contenidos del texto constitucional que declara los servicios básicos del agua, la energía eléctrica y las comunicaciones como derechos humanos, por lo que deben ser de servicio público y no un negocio privado, además de autorizar las autonomía departamentales e indígenas e impedir la privatización del gas y otros recursos nacionales. Segundo, el proyecto de Constitución, que en todo caso tiene que ser aprobada o rechazada por un referéndum, constituye la clave normativa sin la cual las reformas podrían quedar paralizadas. El empecinamiento de la derecha resulta así comprensible: si evitan la nueva Constitución, pueden acabar con el presidente y su proyecto.
Sobre el terreno, los miembros de la Asamblea Constituyente sesionaban en Sucre. Allí tuvieron que soportar las campañas racistas, con agresiones incluidas en las calles de la ciudad. La campaña desatada contra sus miembros obligó a un cambio de sede para aprobar el texto (con la oposición ausente, lo que resta legalidad a la decisión), provocando así violentas manifestaciones en Sucre, con las consecuencias conocidas de varios muertos. Quiroga ya puede proclamar que los bolivianos deben olvidarse de la consulta sobre la nueva Carta Magna e imponer un referéndum para echar a Evo Morales. Excelente.
PD.- La prensa española deja caer las culpas por las víctimas fatales al Gobierno boliviano, aunque uno de los cuatro fallecidos fue un policía linchado. También dicen que el abogado Gonzalo Durán murió de un disparo en el pecho, pero olvidan informar de que el calibre de la bala usada no corresponde a las armas de fuego reglamentarias de la policía ni del ejército. Etcétera. Ya que ellos ocultan algunas cosas, alguien tiene que contarlas.
Rafael Morales
La derecha no tiene remedio democrático. En cuanto ven cercana la posibilidad de perder algunos privilegios, tiran de todos los remedios legales e ilegales a su alcance para evitarlo. Y hasta ponen oídos de mercader a recomendaciones de sus ilustres personajes. La oligarquía boliviana, por ejemplo, olvida el consejo del presidente Belzu, allá por el siglo XIX, quien les advertía: “Haced las reformas por vosotros mismos si no queréis que el pueblo haga revoluciones a su modo”. Otro presidente, un poco más al norte y llamado John F. Kennedy, asumía una reflexión parecida el siglo pasado: “Quien no emprende las reformas posibles hace las revoluciones inevitables”. Contempladas con cuidado, las reformas en Bolivia son tan comedidas como imprescindibles en uno de los países más pobres de América Latina.
Declararon la guerra a Evo Morales desde el principio, a pesar de que el presidente aymara se convirtió en el candidato más votado en la historia reciente de Bolivia. Los belicosos oligarcas se aglutinaron en torno a Quiroga y su partido Podemos, los restos de las organizaciones tradicionales, el bloque racista encabezado por Santa Cruz, medios de comunicación privados (entre ellos el diario La Razón, del grupo español PRISA), regiones donde habían ganado las elecciones, bandas paramilitares juveniles y el embajador gringo Philip Goldberg. La primera campaña de estos patriotas giró en torno a la disolución de la patria. Pretendían tanta autonomía que reivindicaban el control de los recursos existentes en sus regiones, así como la posibilidad de negociar con cancilleres propios la participación de empresas extranjeras en su explotación. Como parte de esa campaña permanente, exigieron la instalación de la capital en Sucre.