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Estados Unidos, la tragedia repetida

Si bien circula suficiente información sobre este asunto, conviene recordar datos significativos. Más de 148.000 personas perdieron la vida por armas de fuego durante los últimos cinco años; el 39 % de las familias dispone de una en casa; hay 200 millones en manos privadas; se registran ventas de entre 3 y 4 millones al año, calculándose entre uno y tres millones más en distintos mercados; los costes económicos por la violencia que provoca este negocio asciende a 100.000 millones de dólares anuales. Quizá lo más llamativo consista en otras cifras. La tasa de muerte por balas entre menores de 15 años supera en 11 veces el total de los otros 25 países industrializados juntos. Entre 1997 y 2007 hubo 23 masacres y cinco tiroteos en centros educativos, con un resultado de 92 muertos y 136 heridos. De conjunto, cabe deducir que la mayor amenaza para la seguridad nacional de Estados Unidos proviene de su propia casa.La dificultad principal para los líderes políticos que pretenden acabar con este mercado suicida estriba menos en que algunos consigan millones de dólares de la Asociación Nacional del Rifle y empresas del ramo para las campañas electorales, que en la voluntad de los ciudadanos. Dicho de otra manera, la mayoría de los estadounidenses rechazan todavía cualquier limitación a la posesión privada de armas, de la misma manera que considera la pena de muerte conveniente, justa y saludable. Tanto los líderes demócratas como los republicanos suelen excluir estos temas de las campañas electorales porque temen perder votos. Hay escasas excepciones.Nos encontramos ante tradiciones muy arraigadas en la historia breve de Estados Unidos, desde antes incluso de su formación como nación. La literatura estadounidense, miles de películas y otras expresiones culturales lo vienen contando a su manera. Armarse fue para millones la única forma de sobrevivir, ellos, sus tierras, sus ganados, en un inmenso país donde la sociedad crecía a una rapidez mucho mayor que las capacidades del Estado para asumir la función del orden con eficacia. El rifle les proporcionaba seguridad e independencia. La paranoia nacional de hoy con respecto al terrorismo aumenta aquellas inseguridades heredadas y demostradas durante todo su devenir histórico. Quizá por ese motivo resulta comprensible que los sucesos registrados en la bucólica Universidad de Virginia apenas cuestionen el derecho por ahora inmodificable a tener armas en casa, en el bolsillo o en el coche.Algunos imaginan que resulta inconcebible arrastrar este atraso en el país más rico, organizado, democrático, libre e imperialista del mundo. Pero esto le ocurre a quienes suponen que el progreso camina en línea recta y que los más avanzados económicamente representan modelos a seguir por los más atrasados hasta alcanzar el paradigma. En realidad, cada país (siempre relacionado con los demás) camina sometido a un desarrollo desigual y combinado. Estados Unidos puede ser, al mismo tiempo, el más poderoso económicamente y uno de los más atrasados desde el punto de vista político o social. Por ejemplo.

Rafael Morales

Si bien circula suficiente información sobre este asunto, conviene recordar datos significativos. Más de 148.000 personas perdieron la vida por armas de fuego durante los últimos cinco años; el 39 % de las familias dispone de una en casa; hay 200 millones en manos privadas; se registran ventas de entre 3 y 4 millones al año, calculándose entre uno y tres millones más en distintos mercados; los costes económicos por la violencia que provoca este negocio asciende a 100.000 millones de dólares anuales. Quizá lo más llamativo consista en otras cifras. La tasa de muerte por balas entre menores de 15 años supera en 11 veces el total de los otros 25 países industrializados juntos. Entre 1997 y 2007 hubo 23 masacres y cinco tiroteos en centros educativos, con un resultado de 92 muertos y 136 heridos. De conjunto, cabe deducir que la mayor amenaza para la seguridad nacional de Estados Unidos proviene de su propia casa.La dificultad principal para los líderes políticos que pretenden acabar con este mercado suicida estriba menos en que algunos consigan millones de dólares de la Asociación Nacional del Rifle y empresas del ramo para las campañas electorales, que en la voluntad de los ciudadanos. Dicho de otra manera, la mayoría de los estadounidenses rechazan todavía cualquier limitación a la posesión privada de armas, de la misma manera que considera la pena de muerte conveniente, justa y saludable. Tanto los líderes demócratas como los republicanos suelen excluir estos temas de las campañas electorales porque temen perder votos. Hay escasas excepciones.Nos encontramos ante tradiciones muy arraigadas en la historia breve de Estados Unidos, desde antes incluso de su formación como nación. La literatura estadounidense, miles de películas y otras expresiones culturales lo vienen contando a su manera. Armarse fue para millones la única forma de sobrevivir, ellos, sus tierras, sus ganados, en un inmenso país donde la sociedad crecía a una rapidez mucho mayor que las capacidades del Estado para asumir la función del orden con eficacia. El rifle les proporcionaba seguridad e independencia. La paranoia nacional de hoy con respecto al terrorismo aumenta aquellas inseguridades heredadas y demostradas durante todo su devenir histórico. Quizá por ese motivo resulta comprensible que los sucesos registrados en la bucólica Universidad de Virginia apenas cuestionen el derecho por ahora inmodificable a tener armas en casa, en el bolsillo o en el coche.Algunos imaginan que resulta inconcebible arrastrar este atraso en el país más rico, organizado, democrático, libre e imperialista del mundo. Pero esto le ocurre a quienes suponen que el progreso camina en línea recta y que los más avanzados económicamente representan modelos a seguir por los más atrasados hasta alcanzar el paradigma. En realidad, cada país (siempre relacionado con los demás) camina sometido a un desarrollo desigual y combinado. Estados Unidos puede ser, al mismo tiempo, el más poderoso económicamente y uno de los más atrasados desde el punto de vista político o social. Por ejemplo.

Rafael Morales