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El uniforme de Manuel Alcaide

Va y suelta el hombre que hay que poner uniforme a los funcionarios, con la finalidad evidente de saber si están en la calle o en su puesto de trabajo, si están tomando café o si están aprovechando para llevar la cesta de la compra o así sucesivamente. Si no fuera porque estamos en Canarias, donde estas cosas forman parte del surrealismo con que nos conducimos, es para alucinar.

¿Qué se habrán dicho en la península, en cualquier círculo, en cualquier tertulia cuando han sabido que el defensor del pueblo canario, ni más ni menos, inicia una cruzada para estigmatizar a un colectivo profesional?

Cierto que no habrán faltado opiniones favorables, esas que convergen en torno a la denostada figura del funcionario, esa de un ser privilegiado y que igual se la ha ganado a pulso sostenible. Pero ¡hombre!, que en la sociedad del siglo XXI, estemos pensando en la uniformidad de vestuario para hallar una hipotética solución a los vicios acumulados, es para desternillarse, escrito sea con todos los respetos para el señor Alcaide que, por otro lado, parece gustar de estas salidas de pata de banco: recuérdese cuando habló de invasión para referirse a la tragedia humana que era la inmigración irregular; cuando esgrimió la ineptitud del Parlamento de Canarias para producir su relevo (en efecto, lleva en situación de interinidad casi cuatro años) y cuando habló del régimen cuartelero para cantar las excelencias de la administración franquista. Lo triste es que pasará a la historia por estas 'boutades' de fácil recordación.

Canarias, su política y su Diputado del Común son así. De ahí las reacciones -no esperaría Su Señoría que iba a pasar inadvertida tan singular parida- que se vienen sucediendo desde que presentara su informe en sede parlamentaria. Comentarios de todo tipo fluían como un torrente entre indignación, descalificaciones y estupor. ¡Cómo estaría esa clase “uniformizable”! Y todo eso, para “ilustrar” una de las conclusiones de su entrega anual: “Falta profesionalidad y sobra burocracia”. Pues ya pudo quedarse ahí, que los matices a la generalización hubieran brotado sin precisar estado de verdor.

Pero no. El Diputado del Común, que le hace un favor al Gobierno al propiciar un debate (?) que desvía la atención de otros problemas más serios y acuciantes, sacó de la chistera lo del uniforme funcionarial y añadió al pote de la surrealista política canaria otro de esos ingredientes que produce hilaridad o incomprensibles movimientos de cabeza a diestra y siniestra para acabar exclamando:

-¡Qué mal está esto!

Va y suelta el hombre que hay que poner uniforme a los funcionarios, con la finalidad evidente de saber si están en la calle o en su puesto de trabajo, si están tomando café o si están aprovechando para llevar la cesta de la compra o así sucesivamente. Si no fuera porque estamos en Canarias, donde estas cosas forman parte del surrealismo con que nos conducimos, es para alucinar.

¿Qué se habrán dicho en la península, en cualquier círculo, en cualquier tertulia cuando han sabido que el defensor del pueblo canario, ni más ni menos, inicia una cruzada para estigmatizar a un colectivo profesional?