Espacio de opinión de Canarias Ahora
La Unión Deportiva y los niños
Me parece que Miguel Ángel Ramírez se equivoca una vez más en el trato de la institución amarilla con los niños. El presidente amarillo tenía que tener un poco más de corazón, y hasta de cerebro, cuando en las reuniones con su staff directivo deciden el precio de los abonos para los niños. Quizá porque estoy convencido por mi experiencia que la mejor manera de fomentar la afición es la cantera de niños, el futuro de aficionados que vayan relevando a generaciones anteriores, incluida la mía, creo que había que tener un especial cuidado en dar unos precios que a los padres de ahora permitan hacer abonados a sus pequeños hijos para que el color amarillo sea imperecedero, que el color amarillo sea el futuro de Gran Canaria y el resto de las islas, incluido nuestros amigos amarillos tinerfeños, que haberlos, haylos. Cuando mi padre me hizo socio de la Unión Deportiva Las Palmas recién ascendido el equipo a Primera División tenía siete años y hoy día es un orgullo para mí competir con amigos de mi generación en cuanto a la cronología de mi “fichaje” por la UD como socio, y puedo afirmar y afirmo que de los presidentes vivos, a dios gracias, el único que me gana en veteranía y antigüedad es mi amigo José de Aguilar Hernández. Y sólo por dos meses, ¡eh, Pepito!, que no es para tanto lo que me ganas en tiempo de amarillismo oficialista de carnet, y tal.
El historicismo amarillo tiene períodos de uno y otro signo, de uno y otro bagaje, pero sin temor a equivocarme puedo decir que un presidente como Juan Trujillo Febles y un secretario general como Jesús García Panasco, inolvidables dirigentes, tuvieron siempre a la hora de aplicar precios a los socios el ponerle a los niños unos muy bajos que sirvieran de “gancho” a sus padres para hacerles copartícipes de la historia amarilla que se cocía semana a semana, que vinieran al Estadio Insular con toda la familia si fuera posible. No recuerdo bien cuanto pagaba mi padre por mi carnet de socio, por el que tenía derecho a ver todos los partidos del año, incluidos los amistosos y los de Copa de España, pero era un precio muy razonable.
Ahora Miguel Ángel Ramírez se ha pasado dos pueblos y cuatro barrios periféricos de Las Palmas de Gran Canaria, porque debía de tener en cuenta cómo anda la crisis cebada en las clases populares, y que un niño tenga que pagar 125 euros por un abono en la grada sur, me parece un poco alto teniendo en cuenta la crisis y tal, para no enrollarme mucho con los EREs que están proliferando por todos los rincones de la geografía empresarial grancanaria, majorera y conejera. Todo esto viene a cuento porque un padre amarillo, en el paro, y con dos hijos amarillos, me comentaba ayer en la playa de Las Canteras “a ver cómo coño pago 210 de mi abono de adulto, y 125 por cada uno de mis hijos, que no se lo voy a comprar a uno sólo, ya verás en el lio que me meto con los niños, y claro, suma y ya me dirás cómo estando en el paro hago frente a tamaño derroche, mi mujer me mata”. Sumo toda la inversión de este padre en el paro, y me da 460 (cuatrocientos sesenta) euros. Una suma para hacer un par de buenas compras en el supermercado de la esquina para comer una familia con la pareja sin trabajo. A ver Miguel Ángel si pensamos un poco con la cabeza para seguir haciendo afición amarilla en estos tiempos de crisis.
Me parece que Miguel Ángel Ramírez se equivoca una vez más en el trato de la institución amarilla con los niños. El presidente amarillo tenía que tener un poco más de corazón, y hasta de cerebro, cuando en las reuniones con su staff directivo deciden el precio de los abonos para los niños. Quizá porque estoy convencido por mi experiencia que la mejor manera de fomentar la afición es la cantera de niños, el futuro de aficionados que vayan relevando a generaciones anteriores, incluida la mía, creo que había que tener un especial cuidado en dar unos precios que a los padres de ahora permitan hacer abonados a sus pequeños hijos para que el color amarillo sea imperecedero, que el color amarillo sea el futuro de Gran Canaria y el resto de las islas, incluido nuestros amigos amarillos tinerfeños, que haberlos, haylos. Cuando mi padre me hizo socio de la Unión Deportiva Las Palmas recién ascendido el equipo a Primera División tenía siete años y hoy día es un orgullo para mí competir con amigos de mi generación en cuanto a la cronología de mi “fichaje” por la UD como socio, y puedo afirmar y afirmo que de los presidentes vivos, a dios gracias, el único que me gana en veteranía y antigüedad es mi amigo José de Aguilar Hernández. Y sólo por dos meses, ¡eh, Pepito!, que no es para tanto lo que me ganas en tiempo de amarillismo oficialista de carnet, y tal.
El historicismo amarillo tiene períodos de uno y otro signo, de uno y otro bagaje, pero sin temor a equivocarme puedo decir que un presidente como Juan Trujillo Febles y un secretario general como Jesús García Panasco, inolvidables dirigentes, tuvieron siempre a la hora de aplicar precios a los socios el ponerle a los niños unos muy bajos que sirvieran de “gancho” a sus padres para hacerles copartícipes de la historia amarilla que se cocía semana a semana, que vinieran al Estadio Insular con toda la familia si fuera posible. No recuerdo bien cuanto pagaba mi padre por mi carnet de socio, por el que tenía derecho a ver todos los partidos del año, incluidos los amistosos y los de Copa de España, pero era un precio muy razonable.