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Uso de periódicos en bares, cafeterías y otros establecimientos

Fue en las peluquerías cuando de niños aprendimos a leer los periódicos. Allí estaban, esparcidos y desordenados, sobre una mesa, entremezclados ocasionalmente con revistas y otras publicaciones. Era casi un rito acudir hasta el establecimiento y leerlos, para informarse, para estar al día, para seguir algunas firmas, para conocer resultados y hasta para leer las esquelas.

Después, vinieron algunos bares y las bibliotecas como lugares donde deglutíamos la actualidad diaria, a veces haciendo lista de espera o en horarios muy dispares, según la funcionalidad. Cuando fue mermando la distribución, hasta los taxis fueron espacios donde acceder a las páginas de los rotativos. En algunas cafeterías, estaban las ediciones de determinadas publicaciones nacionales. Proliferaban las revistas y suplementos, que se hacían viejos en mesas y mostradores.

Hasta que la digitalización habitó entre nosotros y los consumidores de información cambiaron sustancialmente los hábitos de lectura. En los bares y restaurantes, el uso común del periódico se vio reemplazado por el acceso individualizado al dispositivo móvil e inteligente. Unos sesenta años deben haber transcurrido entre aquel punto de partida y el desenvolvimiento más reciente: leer en los tanatorios.

El caso es que los establecimientos que todavía mantenían un periódico al alcance de los clientes para que lo compartieran ya no siguen esa costumbre. Y nos todos los taxistas lo ofrecen como servicio complementario al transporte. La pandemia ha acabado con el costumbrismo y el ritual. Es otra prueba de que el papel parece condenado.

Pero conste que, en contra de lo que falsa e injustamente se ha transmitido, aprovechando que el virus pasaba por allí (no,por todos lados), los periódicos no transmiten la COVID-19. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ya ha dejado claro que la posibilidad de transmitir el coronavirus por compartir un diario es “infinitamente insignificante”. Algunas instituciones ya se han pronunciado al respecto y han dispuesto oficialmente la autorización de los diarios impresos en cafeterías y zonas comunes de los hoteles y alojamientos turísticos.

La conclusión de la OMS va en la línea de las evidencias científicas sobre la (no) relación entre los periódicos y la COVID-19. En efecto, nunca se ha documentado la transmisión de la enfermedad a través del papel de periódico ni tampoco por su uso compartido, “así como que la transmisión del virus a través de superficies sugieren que las porosas tienen menor potencia y durabilidad”. Parece probado que los periódicos son aún más estériles al virus debido a la tinta y al proceso de impresión y que los editores y la cadena logística han adoptado las precauciones de seguridad necesarias en las plantas de impresión, el proceso de distribución, los quioscos y las entregas a domicilio.

Ya puestos, recordemos que la propia OMS ha explicado que el contagio del coronavirus se produce principalmente por vía aérea y resulta casi imposible que suceda a través de superficies porosas. Uno de los mejor valorados expertos, el virólogo noruego George Lomonososof, que trabaja en el Centro de Investigación Microbiótica ‘John Innes’ ha asegurado que “los periódicos son bastante estériles debido a la forma en que se imprimen y el proceso de producción por el que pasan”. Tanto el citado centro como el National Institute of Allergy and Infectious Diseases de Estados Unidos, insisten en que “nunca ha habido un incidente documentado en el que la COVID-19 haya sido transmitido por un periódico, revista, carta impresa o paquete impreso”.

En fin, que si algún propietario o arrendatario de bares y cafeterías desea reponer el uso del periódico para que sus clientes hagan uso de él, pueden hacerlo con toda tranquilidad.

Fue en las peluquerías cuando de niños aprendimos a leer los periódicos. Allí estaban, esparcidos y desordenados, sobre una mesa, entremezclados ocasionalmente con revistas y otras publicaciones. Era casi un rito acudir hasta el establecimiento y leerlos, para informarse, para estar al día, para seguir algunas firmas, para conocer resultados y hasta para leer las esquelas.

Después, vinieron algunos bares y las bibliotecas como lugares donde deglutíamos la actualidad diaria, a veces haciendo lista de espera o en horarios muy dispares, según la funcionalidad. Cuando fue mermando la distribución, hasta los taxis fueron espacios donde acceder a las páginas de los rotativos. En algunas cafeterías, estaban las ediciones de determinadas publicaciones nacionales. Proliferaban las revistas y suplementos, que se hacían viejos en mesas y mostradores.