Algunas veces sentimos cosas que no podemos explicar. Una de ellas sería el bienestar que nos da el contemplar cómo se riega una planta en un día de calor, la melancolía que nos invade ver llover a través de una ventana o el sosiego que nos afecta contemplando un atardecer… En otras palabras, un escalofrío sin que haya un cambio objetivo de temperatura, sino un cambio en las sensaciones. Menos trascendental es quedarse prácticamente en la hipnosis viendo a alguien ordenando una zapatera o doblando la ropa. Esta percepción se asemeja a la sinestesia entendida como la percepción conjunta de los sentidos como, por ejemplo, el sabor del color naranja. En definitiva, la respuesta sensorial en cuestión consiste en una sensación en la piel transmitida a través de cualquiera de los sentidos, pero sin existir contacto corporal alguno. Pero no todas las partes son igual de susceptibles y, por lo tanto, los resultados tampoco serán los mismos. Ahora bien, no confundamos la susceptibilidad con la sensibilidad. La reacción de manera sobredimensionada puede que esconda problemas en la gestión de las emociones, de ahí que sería necesario que se tomara consciencia de la distorsión detectada con la finalidad de plantear una cierta relativización de la situación.
Por todo esto se puede, en un momento dado, derivar en un comportamiento reactivo, porque basta una mala experiencia para actuar siempre del mismo modo. Detrás de quien muestra su enfado a la vez que manifiesta una continua ofensa con cierta facilidad, hay un fino cristal que corre el riesgo de romperse en cualquier momento. Entender esta realidad nos puede ayudar no solo a lidiar mejor con estas situaciones porque más que una dimensión propia, es un síntoma de una realidad más profunda. Pero asumamos que, ni todo está tan bien, ni todo está tan mal. Ni todo lo contrario, se podría añadir. Por ello debemos tomar en consideración que la sociedad está bajo la influencia del entorno, pero no toda la sociedad la percibe de la misma forma. Esa reactividad se puede deber a factores metabólicos de las organizaciones que le confiere fragilidad a la vez que falta de seguridad de sus actuaciones debido a lo efímero de las circunstancias, las cuales, como si de un mensaje secreto se tratara, se destruye en menos de diez segundos.
La circunstancia central del mundo contemporáneo es la de una creciente preocupación por el futuro, donde los procesos sociales se articulan de una manera sin precedente, generando nuevas dinámicas y sinergias impredecibles a la vez que sorpresivas. Es decir, se trata de vivir en una crisis continua cuya solución requiere de nuevos paradigmas en todos los campos de la realidad a través del desarrollo de un marco conceptual multidisciplinar funcional para el análisis de las relaciones. Esta hipótesis parte de que la susceptibilidad responde a un déficit de seguridad de lo qué se hace y de cómo se hace. Pero no pensemos en personas. Pensemos en instituciones. Pensemos en partidos políticos. Pensemos en ideologías y en formas y maneras de hacer las cosas. Pensemos en promesas y realidades. Pensemos en problemas y sus soluciones. Si lo unimos todo y cerramos los ojos seguro que a la mente nos llega una imagen que nos da escalofríos que son una respuesta física, pero esta vez al miedo y no a una sensación placentera. ¿Y cuál es el resultado? que se enlentece la respuesta y se paraliza la huida.