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La violencia del 15-M y la otra

Es evidente que esas no son formas. No se puede impedir a los parlamentarios acceder a las cámaras, ni ponerles la mano encima, ni rociarlos con spray o intentar robarle el perro guía a un diputado ciego, ni obligarlos a garrapatear por encima de los coches en desastradas huidas. Son acciones delictivas. Sin embargo, quizá sea el momento de plantear que nada hacen o han hecho los políticos para dar respuesta a unas reivindicaciones con las que se identifica buena parte de la población. Han mostrado, eso sí, comprensión y algunos hasta simpatía con el movimiento. Pero les delata el tono paternalista que denota lo poco que se hacen cargo de la grave situación sin futuro de jóvenes y no tan jóvenes. Tengo la sensación de que la clase política trata de aguantar el chaparrón, uno más, a la espera de que los indignados se cansen y puedan seguir en lo suyo. En Cataluña, pongo por caso, los sucesos ocurrieron en la sesión convocada para aprobar los presupuestos de la Comunidad; los mismos presupuestos que ya estaban preparados antes del 15-M con fuertes recortes sociales. Ni caso, pues.

Condenemos la violencia ejercida sobre el Parlament y la habida en Valencia y Madrid, pero señalemos que los políticos no dan la impresión de haber reflexionado sobre lo que plantean los indignados, que es, en términos generales, la reforma del sistema, comenzando por la ley electoral (que no interesa al bipartidismo de hecho PSOE-PP ni a los nacionalistas) y siguiendo por una distribución más justa de la carga de la crisis de la que se ha liberado el sector financiero especulativo que la desató y que recoge ahora los beneficios. Sin olvidar efectos no tan colaterales como el retroceso en derechos sociales y las vías de liquidación en que está el conjunto del Estado de bienestar; lo que no contenta a determinados sectores del empresariado de mentalidad decimonónica. Confían los políticos en que el 15-M se desinfle y tener, al fin, la fiesta en paz.

Presentar los actos de violencia del otro día como la verdadera cara del 15-M, como hace la derecha mediática es una generalización más que injusta, que lo es, peligrosa. No hablemos de justicia en un país poco habituado a ella y sí de que peor que la indignación es la frustración y la desesperación. La actitud reivindicativa del 15-M indica un resto de esperanza, la creencia de que la democracia española puede ir a mejor. No hacer caso e ignorar el clamor de la calle en la seguridad de que ya se cansarán los indignados es asumir el riesgo de que, en efecto, se cansen si se convencen de que no hay manera, de que las buenas palabras de los políticos no se corresponde a la desvergüenza con que celebran, por ejemplo, las victorias electorales en compañía de imputados y corruptos elegidos o reelegidos. Eso también es violencia. Y un juego peligroso que puede acabar de llenarle el buche a quienes se echaron a la calle y a los que tragan sin salir de casa. Estamos ante un grave problema social y político que va más allá hasta de las estadísticas de paro, que ya es decir.

Es evidente que esas no son formas. No se puede impedir a los parlamentarios acceder a las cámaras, ni ponerles la mano encima, ni rociarlos con spray o intentar robarle el perro guía a un diputado ciego, ni obligarlos a garrapatear por encima de los coches en desastradas huidas. Son acciones delictivas. Sin embargo, quizá sea el momento de plantear que nada hacen o han hecho los políticos para dar respuesta a unas reivindicaciones con las que se identifica buena parte de la población. Han mostrado, eso sí, comprensión y algunos hasta simpatía con el movimiento. Pero les delata el tono paternalista que denota lo poco que se hacen cargo de la grave situación sin futuro de jóvenes y no tan jóvenes. Tengo la sensación de que la clase política trata de aguantar el chaparrón, uno más, a la espera de que los indignados se cansen y puedan seguir en lo suyo. En Cataluña, pongo por caso, los sucesos ocurrieron en la sesión convocada para aprobar los presupuestos de la Comunidad; los mismos presupuestos que ya estaban preparados antes del 15-M con fuertes recortes sociales. Ni caso, pues.

Condenemos la violencia ejercida sobre el Parlament y la habida en Valencia y Madrid, pero señalemos que los políticos no dan la impresión de haber reflexionado sobre lo que plantean los indignados, que es, en términos generales, la reforma del sistema, comenzando por la ley electoral (que no interesa al bipartidismo de hecho PSOE-PP ni a los nacionalistas) y siguiendo por una distribución más justa de la carga de la crisis de la que se ha liberado el sector financiero especulativo que la desató y que recoge ahora los beneficios. Sin olvidar efectos no tan colaterales como el retroceso en derechos sociales y las vías de liquidación en que está el conjunto del Estado de bienestar; lo que no contenta a determinados sectores del empresariado de mentalidad decimonónica. Confían los políticos en que el 15-M se desinfle y tener, al fin, la fiesta en paz.