Espacio de opinión de Canarias Ahora
Votar para botar
La técnica de la voladura de edificios y, por extensión, de estructuras de gran envergadura consiste en la eliminación de apoyos o puntos críticos de la construcción de modo que, ante la fuerza de la gravedad, esta caiga por su propio peso. Para que sea viable la demolición se requiere de explosivos que se colocan estratégicamente en el interior de lo que se desea destruir. Estos —leemos en Wikipedia— «se detonan de forma progresiva, con pequeños lapsos de demora entre sí, en toda la estructura. De esta manera, los explosivos en los pisos inferiores inician el derrumbe controlado».
La técnica de la voladura de la democracia —la real, la verdadera, la de la equidad— consiste en la eliminación desde el interior de las instituciones de todo aquello que satisface el cumplimiento de los derechos humanos, la justicia social y la convivencia en paz. En ocasiones —¿muchas?, ¿pocas?—, los explosivos que se utilizan para destrozar los consensos y la magnanimidad de los representantes públicos se colocan estratégicamente en los escaños gracias al ímprobo quehacer de algunos togados y gacetilleros ingenieros civiles, quienes aprovechan los periodos electorales para ubicar las sustancias fulminantes donde mejor pueden llevar a cabo su controlada función destructiva.
Así es como la extrema derecha pretende acabar con este inconmensurable edificio que las sociedades avanzadas aceptan como único sistema admisible para que sea factible ese otro mundo mejor en el que muchos creemos; así es, desde dentro, desde la nitroglicerina de su odio hacia la democracia y el lubricante de su anhelo por los totalitarismos.
Hay que votar, sí, por supuesto, sin dudarlo; porque hemos de dotarnos de garantes que atiendan al cumplimiento señalado y, al mismo tiempo, porque hemos de hacer lo posible por botar al vertedero de la indigencia moral, social e intelectual a quienes, desde el fanatismo más recalcitrante (como sucede con Netanyahu, con Milei, con…), nos consideran sus enemigos y, en consecuencia, merecedores del más atroz de los sufrimientos.
La técnica de la voladura de edificios y, por extensión, de estructuras de gran envergadura consiste en la eliminación de apoyos o puntos críticos de la construcción de modo que, ante la fuerza de la gravedad, esta caiga por su propio peso. Para que sea viable la demolición se requiere de explosivos que se colocan estratégicamente en el interior de lo que se desea destruir. Estos —leemos en Wikipedia— «se detonan de forma progresiva, con pequeños lapsos de demora entre sí, en toda la estructura. De esta manera, los explosivos en los pisos inferiores inician el derrumbe controlado».
La técnica de la voladura de la democracia —la real, la verdadera, la de la equidad— consiste en la eliminación desde el interior de las instituciones de todo aquello que satisface el cumplimiento de los derechos humanos, la justicia social y la convivencia en paz. En ocasiones —¿muchas?, ¿pocas?—, los explosivos que se utilizan para destrozar los consensos y la magnanimidad de los representantes públicos se colocan estratégicamente en los escaños gracias al ímprobo quehacer de algunos togados y gacetilleros ingenieros civiles, quienes aprovechan los periodos electorales para ubicar las sustancias fulminantes donde mejor pueden llevar a cabo su controlada función destructiva.