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OPINIÓN | 'En el límite', por Antón Losada

Un alcalde negligente

El alcalde de Las Palmas de Gran Canaria ha reducido a un problema de “civismo” el bochornoso espectáculo del domingo en el Estadio de Gran Canaria. “Somos una ciudad con importantes valores (...) y no podemos permitir que la conducta de unos pocos empañen el extraordinario civismo de la gran mayoría”, dijo en su solemne discurso con motivo de la entrega de honores y distinciones de la ciudad, la víspera de San Juan. Como casi todos somos cívicos, educados y personas de orden, no hay que preocuparse por los incívicos, gamberros y anarquistas (en descorazonadora aportación de José Miguel Bravo de Laguna al debate), porque son minoría y casi nunca nos tropezamos con ellos. Y menos aquella noche plácida en el teatro Pérez Galdós, al que sólo se podía acceder por estricta invitación, como al pregón de José Manuel Soria en igual festividad sanjuanera en Telde. Los cívicos formamos un círculo cerrado, un planeta de buenas personas, ajenas a la escoria de los incívicos. Penoso. Lo peor que puede hacer un gobernante es no apreciar el tamaño del problema que tiene delante porque el entorno le aplaude y le hace creer que lo está haciendo de puta madre (uy, perdón por el exabrupto incívico). Hay problemas sociales que hay que acometer de raíz, aunque se tarden años en arreglar, aunque pasen uno o quinientos mandatos políticos. Hay que tener sensibilidad y valentía para saber identificarlos y para pactar con todas las instituciones y con todas las fuerzas políticas presentes y futuras la manera de resolverlos. Taparlos con floridos discursos, con buenas intenciones y programas imposibles de cumplir solo contribuye a una generar una decepción tras la otra y a que las inmensas grietas sociales se agranden hasta convertirse en irreparables.

Un escenario en vez de un centro de día

¿Cuántas veces hemos oído eso de que esta ciudad es una olla a punto de estallar? ¿Cuántas veces hemos pronunciado con sordina la palabra “caracazo”? ¿Cuántos expertos han teorizado sobre los solidarios mecanismos familiares y ciudadanos que se han activado en silencio para aliviar en alguna medida ese magma de desgracias y rebelión que hierve bajo la panza de burro? Y, por el contrario, ¿cuántas medidas están tomando las administraciones públicas para aplacar el problema? ¿Alguien ha planteado un plan de emergencia para una ciudad con 55.000 personas en el paro, de las que 30.000 no cobran ni un solo euro de prestaciones? Nada. El Ayuntamiento de la ciudad, con un Juan José Cardona que se echa cada mañana a la calle vestido de de Peter Pan, se dedica a pregonar grandes proyectos que se frustran en cuanto alguien lo plasma sobre un papel y hace cálculos de probabilidades. ¿Se acuerdan de la capital europea de la juventud? ¿O de la recuperación del barranco del Guiniguada? ¿Qué fue del scalextric de Las Alcaravaneras, de la regasificadora en La Isleta o de ese más reciente carril reversible en la avenida marítima? El viejo cuartel de Manuel Lois ha pasado de recurso para la participación, según la herencia socialista, a sede de las relaciones con África, para esta pasada semana ser nominado a gran remedo hollywoodense. Pero siendo grave que las ocurrencias se diluyan casi de inmediato como azucarillos en el café, es que proyectos que podían servir para corregir graves problemas sociales directamente se anulen. Ocurrió, por ejemplo, con el centro de día para menores con riesgo de exclusión de Ciudad Alta. Situado en Cruz de Piedra, se construyó con 400.000 euros del plan Feile (Zapatero) en 2009 precisamente para atender a jóvenes como los que pudieron verse haciendo el bestia este domingo en el Estadio de Gran Canaria. En lugar de a esa función, el Ayuntamiento de Cardona ha preferido destinarlo a local social para cursos y reuniones de los vecinos con los concejales del distrito. Eso sí, las duras reclamaciones que condujeron a los vecinos a manifestarse ante el Ayuntamiento hace un año ya han dado sus frutos: un escenario para verbenas que ha costado 140.000 euros. Ni plan de mejora del barrio, con un 60% de paro, ni un gesto de reactivación, ni por supuesto, un centro de menores en riesgo de exclusión. ¿Para qué?

152.000 euros para “acción social juventud”

Las políticas sociales no son, desde luego, el fuerte del Partido Popular, allí donde quiera que gobierne. Hay un error ideológico de partida: no cree en la igualdad sino en la ley de la selva, el que pueda que escape, y el que no, que se quede en la cuneta. Así se entiende, por ejemplo, que las partidas en gastos sociales no se hayan incrementado en un solo euro desde que Cardona y los suyos llegaron a la sexta planta de las oficinas municipales de Las Palmas de Gran Canaria. Es más, en cada presupuesto consignan por debajo de esa cantidad y es a la vista de la cada vez más dramática demanda cuando van llegando a ese tope con modificaciones presupuestarias. ¿Y cuánto invierte el PP, digamos, en políticas sociales? Pues la magra cantidad de 45 millones de euros, de los que casi la mitad, veinte, se van en “administración general de servicios sociales”, es decir, en nóminas y gastos corrientes. En definitiva, solo el 9,5% del presupuesto municipal de Las Palmas de Gran Canaria se dedica a “actuaciones de protección y promoción social”, según consta en la documentación oficial. En ese cajón de sastre encontramos casi 23 millones en “acción social”, partida de donde salen las ayudas a las ONG y las directas a personas que lo necesitan, o 2 millones para “fomento de empleo” en una ciudad con 50.000 parados. ¿Y cuánto para ayudas sociales a la juventud? Pues nada más y nada menos que 152.000 euros mondos y lirondos, a los que podríamos sumar, en un rapto de generosidad municipal, otros 155.000 para “acción social salud joven”. Con esos mimbres es muy difícil construir un buen sereto.

A conejo ido, palos a la madriguera

Ya han pasado casi tres días desde los sucesos del Estadio de Gran Canaria y la conmoción continúa instalada en la ciudadanía. No pasa un minuto de conversación sin que salga el asunto. Hay versiones para todos los gustos, y desde luego no salen muy bien paradas ni las instituciones ni la UD Las Palmas, casi casi a partes iguales. La Policía se ha sacudido las pulgas en cuanto ha podido, y ha disparado al entrecejo de Miguel Ángel Ramírez, presidente del club, que las ha asumido encantado de la vida. No es para menos. Primero, claro, porque la ley responsabiliza teóricamente al organizador del acto de lo que allí suceda. Y segundo, porque la división de Seguridad Privada está en manos del Cuerpo Nacional de Policía, que es el que inspecciona a compañías como Seguridad Integral Canaria, de la que es propietario el presidente de la UD Las Palmas. A ver si no. Es falso que Ramírez disparara indiscriminadamente para la Policía un minuto después de ver cómo se le venía abajo el mundo con el gol postrero del Córdoba. Lo que dijo, en respuesta a un periodista, era que la responsabilidad de orden público es de la Policía Nacional, cuyo coordinador tiene allí más autoridad que él mismo. Es más, ese coordinador, el inspector Dionisio Vega, le ordenó que regresara a la tribuna cuando el presidente de la UD bajó al césped a tratar de poner orden y a rebajarle el cabreo al árbitro. El debate parece centrarse ahora en la apertura de puertas cuatro minutos antes del término del encuentro, circunstancia que aprovecharon los coyotes para colarse en el estadio al grito de esto también es mío y aquí mismo me cago yo. Y es muy probable que muchos de los que dieron el bochornoso espectáculo tuvieran esa procedencia y este proceder. Pero más cierto es que a) el coordinador de seguridad, el inspector Vega, sabía que las puertas se abren diez minutos antes del término de cada partido; b) nadie previó, ni en la junta de seguridad ni en ningún sitio que había que desplegar en cada puerta agentes (públicos y privados) que dejaran salir, pero no entrar. Como dice un veterano del Cuerpo Nacional de Policía, “si tú pones un equipo (seis UIP) con puchero (con casco y demás artilugios antidisturbios) por ahí no entra ni dios”. Nada de eso se hizo.

Ni un atestado, ni un detenido…

Los errores de seguridad, coyotismo aparte, hay que buscarlos y encontrarlos en la organización previa. Resulta incomprensible que un partido así no se declarara de alto riesgo. “Es que teóricamente no lo es”, dicen los que tuvieron que ver con las decisiones. Ya, claro, “¿pero si el árbitro pita un penalti contra Las Palmas en el último minuto?, ésas son las cosas que hay que prever”, recuerda el veterano policía que hemos consultado para la ocasión. El dispositivo policial fue claramente insuficiente, y seguro que el de guardias privados también, pero es la Subdelegación del Gobierno la que fija esos efectivos, y nadie ha dicho hasta ahora cuántos había allí. Un misterio. La Policía no se empleó con muchas ganas, basta con repasar las imágenes para comprobarlo. Parecía como si aquello no fuera con los agentes allí desplegados. El comentario más extendido en las redes sociales sigue siendo el contraste entre las hostias que reparten en las manifestaciones contra el petróleo o a favor de la república y la pasividad con la que se movieron en el estadio. Circula por esas mismas redes la cadena que formaban cientos de policías nacionales en el Insular el día del ascenso del mismo equipo hace doce años, qué tiempos aquellos, y el escaso despliegue de agentes el domingo. La pasividad se evidenció también en la ausencia de detenciones y/o identificaciones, lo que complicará mucho el trabajo judicial que haya de hacerse. Pero, sobre todo, llama la atención de que ni ese domingo ni el lunes siguiente entrara en el juzgado de guardia ni un mísero atestado para dar cuenta a la autoridad judicial de lo que allí había ocurrido. Porque parece evidente que delitos hubo alguno. La fiscalía dice que abre diligencias de oficio, lo que es todo un acontecimiento. Veremos si a ese órgano la Policía le lleva algo con lo que empezar que no sea un quejido del jefe superior.

El antecedente de 1962

Por si éramos pocos, en algún archivo policial debe constar lo ocurrido en el Estadio Insular el 4 de marzo de 1962, casualmente en un partido que enfrentaba a la UD Las Palmas con el Córdoba. Y con circunstanciasa parecidas: como cuenta en su blog nuestro compañero Enrique Bethencourt, los canarios se jugaban en ese partido sus posibilidades de ascenso y una victoria frente al Córdoba era vital. Un polémico penalti (las crónicas de la época aseguran que el balón se quedó en la línea, sin entrar), pitado por el árbitro a tres minutos del final, dio el triunfo al Córdoba y dejó a la UD en la estacada, sin los añorados dos puntos de entonces para colocarse en posición de ascender. La tangana fue mayúscula, calentada por el ambiente independentista que había fomentado Canarias Libre, lo que provocó “los desórdenes públicos jamás vistos en Las Palmas de Gran Canaria, en los que se tiraron piedras dentro y fuera del estadio”. Si hubiera existido entonces el “partido de alto riesgo”, seguramente no lo habrían declarado como tal nuestros lustrosos responsables policiales. Pueden leer la historia completa en La Tiradera. No se la pierdan.

El alcalde de Las Palmas de Gran Canaria ha reducido a un problema de “civismo” el bochornoso espectáculo del domingo en el Estadio de Gran Canaria. “Somos una ciudad con importantes valores (...) y no podemos permitir que la conducta de unos pocos empañen el extraordinario civismo de la gran mayoría”, dijo en su solemne discurso con motivo de la entrega de honores y distinciones de la ciudad, la víspera de San Juan. Como casi todos somos cívicos, educados y personas de orden, no hay que preocuparse por los incívicos, gamberros y anarquistas (en descorazonadora aportación de José Miguel Bravo de Laguna al debate), porque son minoría y casi nunca nos tropezamos con ellos. Y menos aquella noche plácida en el teatro Pérez Galdós, al que sólo se podía acceder por estricta invitación, como al pregón de José Manuel Soria en igual festividad sanjuanera en Telde. Los cívicos formamos un círculo cerrado, un planeta de buenas personas, ajenas a la escoria de los incívicos. Penoso. Lo peor que puede hacer un gobernante es no apreciar el tamaño del problema que tiene delante porque el entorno le aplaude y le hace creer que lo está haciendo de puta madre (uy, perdón por el exabrupto incívico). Hay problemas sociales que hay que acometer de raíz, aunque se tarden años en arreglar, aunque pasen uno o quinientos mandatos políticos. Hay que tener sensibilidad y valentía para saber identificarlos y para pactar con todas las instituciones y con todas las fuerzas políticas presentes y futuras la manera de resolverlos. Taparlos con floridos discursos, con buenas intenciones y programas imposibles de cumplir solo contribuye a una generar una decepción tras la otra y a que las inmensas grietas sociales se agranden hasta convertirse en irreparables.

Un escenario en vez de un centro de día