El blog de Carlos Sosa, director de Canarias Ahora
El avión de Malabo que en realidad venía de Mali
Todo empezó, como siempre, con el anuncio de un leve retraso, de media hora, en concreto. Los pasajeros ni se inmutaron ante esa trastada tan habitual de la compañía. Pero, de repente, la media hora convenientemente comunicada pasó a tres horas de retraso en las pantallas del aeropuerto, sin luz ni taquígrafos, lo que condujo a los pasajeros del JK 5208 al mostrador de la compañía, donde se acumulaban otros viajeros de los demás vuelos demorados. La primera explicación fue que el avión se había retrasado en su aeropuerto de partida, el de Malabo, pero tal excusa resultó falsa porque, cinco horas después, el piloto que hizo el vuelo a Gran Canaria comunicó al pasaje, tras las consabidas disculpas, que el avión había partido de Mali. Pero no coló ninguna de las dos procedencias, porque aquel aparato en el que iban a volar lo habían visto estacionado desde hacía horas en el aeropuerto catalán de bandera. Pero volvamos a las horas previas, cuando el retraso había pasado de treinta minutos a tres horas. El cabreo de los clientes era monumental, pero lo acrecentaba de manera absolutamente irresponsable un chiquillaje que la compañía tenía tras el mostrador, que en lugar de ejercer con profesionalidad su tarea y aplacar con información y destreza el natural cabreo del respetable, se dedicó a tomarle el pelo, ora con las hojas de reclamaciones (facilitaba las internas de la compañía y se negaba a firmar la copia del cliente), ora negándose a dar explicaciones de por qué no podía cambiar el billete a los afectados. Por no haber, no había ni folletos de derechos del pasajero en español, tan solo en inglés. La tensión se disparó ante los desplantes del tolete de turno, lo que condujo a la primera aparición de la Guardia Civil en el lugar de los hechos. La cosa no pasó a mayores, pero tras la benemérita apareció una responsable de Spanair, que tras unos aspavientos por teléfono con un interlocutor desconocido, desapareció por completo y para siempre de allí.
Todo empezó, como siempre, con el anuncio de un leve retraso, de media hora, en concreto. Los pasajeros ni se inmutaron ante esa trastada tan habitual de la compañía. Pero, de repente, la media hora convenientemente comunicada pasó a tres horas de retraso en las pantallas del aeropuerto, sin luz ni taquígrafos, lo que condujo a los pasajeros del JK 5208 al mostrador de la compañía, donde se acumulaban otros viajeros de los demás vuelos demorados. La primera explicación fue que el avión se había retrasado en su aeropuerto de partida, el de Malabo, pero tal excusa resultó falsa porque, cinco horas después, el piloto que hizo el vuelo a Gran Canaria comunicó al pasaje, tras las consabidas disculpas, que el avión había partido de Mali. Pero no coló ninguna de las dos procedencias, porque aquel aparato en el que iban a volar lo habían visto estacionado desde hacía horas en el aeropuerto catalán de bandera. Pero volvamos a las horas previas, cuando el retraso había pasado de treinta minutos a tres horas. El cabreo de los clientes era monumental, pero lo acrecentaba de manera absolutamente irresponsable un chiquillaje que la compañía tenía tras el mostrador, que en lugar de ejercer con profesionalidad su tarea y aplacar con información y destreza el natural cabreo del respetable, se dedicó a tomarle el pelo, ora con las hojas de reclamaciones (facilitaba las internas de la compañía y se negaba a firmar la copia del cliente), ora negándose a dar explicaciones de por qué no podía cambiar el billete a los afectados. Por no haber, no había ni folletos de derechos del pasajero en español, tan solo en inglés. La tensión se disparó ante los desplantes del tolete de turno, lo que condujo a la primera aparición de la Guardia Civil en el lugar de los hechos. La cosa no pasó a mayores, pero tras la benemérita apareció una responsable de Spanair, que tras unos aspavientos por teléfono con un interlocutor desconocido, desapareció por completo y para siempre de allí.