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Canarias Suma: estorbaba Antona

Asier Antona debe estar a estas horas entendiendo qué fue lo que le pasó. Que su partido, el PP, lo desplazara de la presidencia en Canarias para darle poder nacional al frente de la secretaría de Política Autonómica no casaba mucho (o más bien nada) con el castigo que pretendía infligírsele por la política de pactos que llevó a cabo tras las elecciones de mayo. El palmero era incapaz de dar una explicación coherente cada vez que se le preguntaba por su defenestración, por la dimisión que se vio obligado a presentar, sobre todo teniendo en cuenta que había conseguido en las circunscripciones en las que se presentaba mejores resultados que sus otros compañeros, incluida la presidenta que ahora le sustituye interinamente, Australia Navarro. Y que, con su estrategia de pactos, la que le llevó a la perdición, había logrado reducir el poder de Coalición Canaria a la mínima expresión, al peor escenario de su historia.

Las respuestas había que buscarlas por otro lado: el resurgir de un viejo sueño de su principal enemigo, José Manuel Soria, de agrupar al centroderecha canario en torno a una sola marca que diera lugar a una potencia electoral y, lo que es más importante, a un reparto territorial del poder que dejaría en pañales a cualquier reino de Taifas.

Todo se desveló esta misma semana tras conocerse que el Partido Popular había registrado en varias comunidades autónomas la marca Suma, un remedo de lo que le funcionó en Navarra a Ciudadanos y a la Unión del Pueblo Navarro, tradicional aliado de los populares en esa comunidad.

Se trata de un viejo anhelo de personajes como José Manuel Soria, conocedor como pocos de la idiosincracia del voto isleño y de la imposibilidad de conseguir batir en determinados feudos a los partidos que están en los orígenes de Coalición Canaria. La idea de una Unión del Pueblo Canario, pero de derechas, estuvo rondando por las cabezas de algunos teóricos de ese agrupamiento ideológico cuando el Partido Popular tocó techo electoral en Gran Canaria y la Agrupación Tinerfeña de Independientes (ATI) hizo lo mismo en Tenerife.

Eran tiempos en que resultaba ineludible que el pacto en Canarias fuera entre CC y el PP, incluso frente a derrotas tan abultadas como las que les infligió en 2007 Juan Fernando López Aguilar (26 diputados sobre 60), condenado a la oposición por Soria y por Paulino Rivero antes incluso de que se celebraran las elecciones.

Soria aprendió pronto que tenía que compartir el poder con ATI exigiendo un reparto territorial del poder que significara que él tendría autonomía plena en las instituciones de Gran Canaria y en las áreas del Gobierno regional que le correspondiera, en la proporción en que sus socios harían lo propio en Tenerife. Quedaba al albur de cada momento lo que debía ocurrir en las demás islas, en el bien entendido que el PP y cada una de las marcas locales de CC se respaldarían en función de las circunstancias.

Compartir el poder territorial como pretendía Soria era en realidad que le dejaran a él las manos libres, porque de hecho ATI ya lo venía haciendo en Tenerife de manera casi permanente las últimas décadas, y gracias al invento que resultó ser CC, lo había logrado extender al resto de la región.

Soria quería un modelo así para Gran Canaria: controlar la Autoridad Portuaria (como consiguió que le permitiera Clavijo en esta última legislatura), el Cabildo, la Consejería de Hacienda con todas sus empresas de promoción económica… Poder y dinero, los dos pilares sobre los que siempre quiso el exministro panameño asentar su vida política.

No está claro por qué no llegó a prosperar aquella UPN a la canaria, pero todos los datos apuntan a que fue la profunda desconfianza que a Paulino Rivero le despertaba José Manuel Soria. Los cuatro años que gobernaron juntos fueron un ejemplo de desencuentros que se mantuvieron disimulados hasta que se produjeron incidentes como el del caso Tebeto. Soria ejercía como consejero de Hacienda sin rendir cuentas a nadie y aprovechando la información que le proporcionaba la Intervención General de la Comunidad Autónoma para filtrar a la prensa asuntos tan llamativos como lo que se pagó por las escobillas de los baños de la residencia presidencial de Ciudad Jardín.

Paulino Rivero lo aguantaba todo con el estoicismo y la retranca propia de su carácter, hasta que encontró una oportunidad para colocar a su consejero de Hacienda al filo del despeñadero: Soria se desentendía de modo clamoroso de una reclamación de 102 millones de euros formulada por el empresario Rafael Bittini sobre unos derechos mineros inexistentes en la montaña de Tebeto (Fuerteventura). Gracias a un expediente pésimamente gestionado en la Consejería de Industria, del que fue titular su hermano Luis, la tramitación acabó en sus manos con la falsa apariencia de que nada podía hacer la Comunidad Autónoma ante una reclamación así.

Cuando estaba dispuesto a firmar la orden de pago, Paulino Rivero le retiró las competencias sobre la materia, llevó el asunto al Tribunal Supremo y, tras una sentencia favorable, consiguió que los canarios nos ahorráramos aquel tremendo pastizal que, seguramente, ya estaba gastado de antemano.

Era la excusa que le faltaba al presidente del Gobierno y hasta entonces líder indiscutible de CC para negarle a su socio cualquier posibilidad de alianza eterna. Soria cayó en desgracia ante aquel nacionalismo canario, y el siguiente pacto ya lo hizo Rivero con el PSOE de José Miguel Pérez, con José Manuel Soria echado al monte de las prospecciones y de los continuos desplantes a Canarias. Era la confirmación de que aquel PP no era de fiar.

Pero no lo entendieron del todo sus compañeros de ATI, particularmente Ana Oramas, Carlos Alonso y Fernando Clavijo, quienes maniobraron en cuanto pudieron para acabar con la carrera política de Paulino Rivero. Les ayudaron, cómo no, empresarios de Gran Canaria escogidos por Soria que, a cambio, colocaron a dos consejeros en el Gobierno de Clavijo que acaba de fenecer. Pero ésa ya es otra historia.

La caída del exministro panameño aparcó el intento de la upenización de la derecha canaria, y las estrategias contra CC que activó Asier Antona en cuanto los números le dieron, se encaminaban a condenarlo a la gaveta de los asuntos imposibles. Pero el pánico que inundó la sede central del PP tras las elecciones generales de marzo y el deseo irrefrenable de sus descerebraos dirigentes de volver a agrupar a todas las derechas y las ultraderechas bajo su manto a cualquier precio, han resucitado el invento. A lo que el exministro ha contribuido desde su retiro espiritual para tratar de retener en lo posible su capacidad de influencia, imprescindible para la buena marcha de sus negocios.

De momento no habrá Canarias Suma, pero no porque no lo quiera el PP de Australia Navarro, ni la CC de Oramas, Alonso o Clavijo. Que al fin y al cabo hablamos de un partido “regionalista”, como lo definen en Génova, 13, que vota a favor del 155 para Catalunya. No habrá Canarias Suma porque en estos momentos de alto riesgo de desintegración de CC, lo que le faltaba al partido es una escisión por la izquierda que termine engordando a Nueva Canarias y reduzca al invento a Tenerife. Con suerte.

Asier Antona debe estar a estas horas entendiendo qué fue lo que le pasó. Que su partido, el PP, lo desplazara de la presidencia en Canarias para darle poder nacional al frente de la secretaría de Política Autonómica no casaba mucho (o más bien nada) con el castigo que pretendía infligírsele por la política de pactos que llevó a cabo tras las elecciones de mayo. El palmero era incapaz de dar una explicación coherente cada vez que se le preguntaba por su defenestración, por la dimisión que se vio obligado a presentar, sobre todo teniendo en cuenta que había conseguido en las circunscripciones en las que se presentaba mejores resultados que sus otros compañeros, incluida la presidenta que ahora le sustituye interinamente, Australia Navarro. Y que, con su estrategia de pactos, la que le llevó a la perdición, había logrado reducir el poder de Coalición Canaria a la mínima expresión, al peor escenario de su historia.

Las respuestas había que buscarlas por otro lado: el resurgir de un viejo sueño de su principal enemigo, José Manuel Soria, de agrupar al centroderecha canario en torno a una sola marca que diera lugar a una potencia electoral y, lo que es más importante, a un reparto territorial del poder que dejaría en pañales a cualquier reino de Taifas.