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Clavijo y el factor Evaristo

Carlos Sosa

Las Palmas de Gran Canaria —

Toda La Laguna era un clamor. Toda La Laguna susurraba el nombre de Evaristo González a partir del mismo momento en el que se descubrió el cadáver cosido a balazos del que fuera su socio, Carlos Machín, en el aparcamiento de la Escuela de Idiomas. Machín era un testigo incómodo que prometía ser decisivo a poco que alguien le interrogara correctamente en alguno de los juicios aún pendientes del caso Corredor, en el que quedaba al descubierto el funcionamiento de la mafia de la noche en la ciudad, con ramificaciones hacia funcionarios policiales y municipales, con la necesaria complicidad por acción o por omisión del poder político. La mafia opera así: a los amigos los protege, a los enemigos, los elimina. Y por eso desde el principio la Policía sospechó de Evaristo González aplicando las preguntas básicas: ¿quién puede ganar con la desaparición del asesinado? y ¿a quién había que mandar una tarjeta de visita así para que supiera lo que le puede pasar si hace lo que está pensando?

El trabajo de la Policía ha sido lento y seguramente desesperante, pero esta vez ha dado sus frutos. Hay varias personas detenidas, y al empresario de la noche lagunera, también abogado, se le atribuye ser el autor intelectual del crimen, lo que habrá de ser investigado en la instrucción y demostrado, en su caso, en un juicio con todas las garantías. Pero lo que parece ahora mismo evidente es que el clamor lagunero ha terminado coincidiendo con las pesquisas y las conclusiones policiales.

Falta que, a partir de estos momentos y teniendo a Evaristo González en una nueva posición procesal, la de investigado por un delito de inducción al asesinato, la justicia pueda indagar todas las actividades presuntamente delictivas, sospechosas de ser delictivas, gamberras, guarras o molestas e insalubres que se hayan podido cometer por él o por sus presuntos secuaces, no vaya a ser que cogiéndosela con papel de fumar el capo se vuelva a ir de rositas y pueda (es un suponer) decretar el asesinato de un periodista.

En esa posición de investigado por algo más que un delito fiscal o contra la Seguridad Social, seguramente será más fácil conseguir del capo de la noche lagunera información relevante de cómo pudo desaparecer de los juzgados de La Laguna el tomo del sumario del caso Corredor en el que teóricamente estaba el auto por el que se prorrogaban las escuchas telefónicas en las que aparecía el presidente del Gobierno de Canarias trajinando con las viviendas de Las Chumberas y los votos y afiliaciones de gente del PSOE que había que atraerse a Coalición Canaria. Aquella misteriosa desaparición, más la extraña impericia de una jueza y de un fiscal para reconstruir los autos birlados, desembocaron en el archivo de la causa respecto a Clavijo. Por eso ahora al menos habría que intentarlo. Es de justicia.

Toda La Laguna era un clamor. Toda La Laguna susurraba el nombre de Evaristo González a partir del mismo momento en el que se descubrió el cadáver cosido a balazos del que fuera su socio, Carlos Machín, en el aparcamiento de la Escuela de Idiomas. Machín era un testigo incómodo que prometía ser decisivo a poco que alguien le interrogara correctamente en alguno de los juicios aún pendientes del caso Corredor, en el que quedaba al descubierto el funcionamiento de la mafia de la noche en la ciudad, con ramificaciones hacia funcionarios policiales y municipales, con la necesaria complicidad por acción o por omisión del poder político. La mafia opera así: a los amigos los protege, a los enemigos, los elimina. Y por eso desde el principio la Policía sospechó de Evaristo González aplicando las preguntas básicas: ¿quién puede ganar con la desaparición del asesinado? y ¿a quién había que mandar una tarjeta de visita así para que supiera lo que le puede pasar si hace lo que está pensando?

El trabajo de la Policía ha sido lento y seguramente desesperante, pero esta vez ha dado sus frutos. Hay varias personas detenidas, y al empresario de la noche lagunera, también abogado, se le atribuye ser el autor intelectual del crimen, lo que habrá de ser investigado en la instrucción y demostrado, en su caso, en un juicio con todas las garantías. Pero lo que parece ahora mismo evidente es que el clamor lagunero ha terminado coincidiendo con las pesquisas y las conclusiones policiales.