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Dando vueltas al fondo del caldero

A don Pepito se le pegaba el potaje y por eso pidió al equipo médico habitual que buscara alguna cuchara de madera con la que revolver el fondo, o sea, un revulsivo, cualquier estímulo que permitiera que la pastoral dominical de ayer fuera un poquito más lejos que la media. En realidad la expresión que empleó a sus dos escribanos fue “banderín de enganche”, que es término castrense muy apropiado para esos cuarteles de la avenida de Buenos Aires donde un día se cocina una algarada militar o al siguiente se redacta la rendición de Paulino Rivero ante la clamorosa evidencia de la constitución de la República Independiente de Canarias. “Búsquenme un banderín de enganche para el domingo, algo que nos permita insistir en la misma tesis, que necesitamos la independencia, que Paulino Rivero es un déspota político y que debe mandarse a mudar”. Ricardo y Andrés se miraron entre inquietos y desbordados; a estas alturas ya no saben qué conejo sacar de la chistera para satisfacer los deseos presuntamente independendistas de su jefe. Así que tiraron de diccionario de la Real Academia de la Lengua, que abrieron por última vez por la e, de empero, y le dieron un meneo. Fue Andrés el que lo sugirió. Oye, Ricardo, ¿qué te parece si le proponemos al viejo la palabra manumisión? ¿Y eso qué es?, preguntó Ricardo levantando la vista un minuto sobre sus gafas, concentradas las dos en su artículo. Joder, Ricardo, esto tiene que ver con la esclavitud, con la decisión de los amos de dejar libres a sus esclavos. ¿Y no será eso muy fuerte en estos tiempos?, insistió Ricardo en un rapto de prudencia. Tú déjame a mí, que yo se lo cuento y verás como le entusiasma.

A don Pepito se le pegaba el potaje y por eso pidió al equipo médico habitual que buscara alguna cuchara de madera con la que revolver el fondo, o sea, un revulsivo, cualquier estímulo que permitiera que la pastoral dominical de ayer fuera un poquito más lejos que la media. En realidad la expresión que empleó a sus dos escribanos fue “banderín de enganche”, que es término castrense muy apropiado para esos cuarteles de la avenida de Buenos Aires donde un día se cocina una algarada militar o al siguiente se redacta la rendición de Paulino Rivero ante la clamorosa evidencia de la constitución de la República Independiente de Canarias. “Búsquenme un banderín de enganche para el domingo, algo que nos permita insistir en la misma tesis, que necesitamos la independencia, que Paulino Rivero es un déspota político y que debe mandarse a mudar”. Ricardo y Andrés se miraron entre inquietos y desbordados; a estas alturas ya no saben qué conejo sacar de la chistera para satisfacer los deseos presuntamente independendistas de su jefe. Así que tiraron de diccionario de la Real Academia de la Lengua, que abrieron por última vez por la e, de empero, y le dieron un meneo. Fue Andrés el que lo sugirió. Oye, Ricardo, ¿qué te parece si le proponemos al viejo la palabra manumisión? ¿Y eso qué es?, preguntó Ricardo levantando la vista un minuto sobre sus gafas, concentradas las dos en su artículo. Joder, Ricardo, esto tiene que ver con la esclavitud, con la decisión de los amos de dejar libres a sus esclavos. ¿Y no será eso muy fuerte en estos tiempos?, insistió Ricardo en un rapto de prudencia. Tú déjame a mí, que yo se lo cuento y verás como le entusiasma.