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Fraga, Abreu, Franquis

José Miguel Pérez amagó con marcharse para su casa, es cierto. Él que puede marcharse para su casa y no perder dinero con el cambio, sino más bien al contrario. Es catedrático de Universidad, y no de la conspiración, y por eso corta por lo sano, en ocasiones con modales poco habituales en la vida orgánica del PSOE, cualquier atisbo de chantaje. Y para él fue un chantaje lo que le proponía Javier Abreu, uno de los líderes socialistas en Tenerife: quiero para mí la secretaría de Organización, es decir, el puesto considerado como el número dos del partido. Y Pérez le dijo que no, que al secretario general se le elige y, una vez es elegido, forma el núcleo duro de su Ejecutiva en base a personas de su confianza y el resto, en base a ese absurdo equilibrio territorial que tanto hipoteca a organizaciones políticas y a gobiernos enteros hasta convertirlos en una factoría de inútiles y de estómagos agradecidos. Pero diciéndole que no a Abreu, Pérez decía que no también a otro hombre fuerte del movimiento de alcaldes tinerfeños, José Miguel Rodríguez Fraga, alcalde de Adeje, anfitrión del congreso. También Rodríguez Fraga abandonaba las lealtades a quien lo colocó nada menos que en la dirección federal del PSOE. Cierto es que algunos alcaldes socialistas tinerfeños habían iniciado meses atrás algún movimiento crítico con la secretaría general, y que llegaron a tontear con un Hernández Spínola, que rechazó de plano moverle la silla a su compañero vicepresidente del Gobierno. Pero bien es cierto también que muchos de esos municipalistas críticos deben el machito al tan denostado pacto con Coalición Canaria, propiciado por José Miguel Pérez desde mayo de 2011. La negativa a ceder ante las presiones tinerfeñas generaron muchas tensiones en el congreso hasta el punto de que se escucharan unos nada cariñosos epítetos de los delegados de esa isla dirigidos contra el mentado Spínola y Lola Padrón, una de las más conspicuas defensoras de la gestión del secretario general.

José Miguel Pérez amagó con marcharse para su casa, es cierto. Él que puede marcharse para su casa y no perder dinero con el cambio, sino más bien al contrario. Es catedrático de Universidad, y no de la conspiración, y por eso corta por lo sano, en ocasiones con modales poco habituales en la vida orgánica del PSOE, cualquier atisbo de chantaje. Y para él fue un chantaje lo que le proponía Javier Abreu, uno de los líderes socialistas en Tenerife: quiero para mí la secretaría de Organización, es decir, el puesto considerado como el número dos del partido. Y Pérez le dijo que no, que al secretario general se le elige y, una vez es elegido, forma el núcleo duro de su Ejecutiva en base a personas de su confianza y el resto, en base a ese absurdo equilibrio territorial que tanto hipoteca a organizaciones políticas y a gobiernos enteros hasta convertirlos en una factoría de inútiles y de estómagos agradecidos. Pero diciéndole que no a Abreu, Pérez decía que no también a otro hombre fuerte del movimiento de alcaldes tinerfeños, José Miguel Rodríguez Fraga, alcalde de Adeje, anfitrión del congreso. También Rodríguez Fraga abandonaba las lealtades a quien lo colocó nada menos que en la dirección federal del PSOE. Cierto es que algunos alcaldes socialistas tinerfeños habían iniciado meses atrás algún movimiento crítico con la secretaría general, y que llegaron a tontear con un Hernández Spínola, que rechazó de plano moverle la silla a su compañero vicepresidente del Gobierno. Pero bien es cierto también que muchos de esos municipalistas críticos deben el machito al tan denostado pacto con Coalición Canaria, propiciado por José Miguel Pérez desde mayo de 2011. La negativa a ceder ante las presiones tinerfeñas generaron muchas tensiones en el congreso hasta el punto de que se escucharan unos nada cariñosos epítetos de los delegados de esa isla dirigidos contra el mentado Spínola y Lola Padrón, una de las más conspicuas defensoras de la gestión del secretario general.