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Lo llaman ''el ministro disgusto''

No hace mucho, el periodista Fernando Garea, corresponsal político de El País y uno de los periodistas más influyentes en la villa y corte, relataba en su periódico una frase atribuida a Javier Arenas según la cual “El problema de Soria es que, si sube en un ascensor, antes de llegar al tercer piso ya ha discutido con todos”. En Génova, la sede central del PP hace mucho tiempo que conocen a nuestro José Manuel, y Arenas, político astuto donde los haya, quizás fuera el primero en cogerle la matrícula. Otros opinantes madrileños que prefieren guardar el anonimato decían hace tiempo del líder del PP canario que “su problema es que hace mucho ruido al pisar, quiere hacerse oír demasiado”. Puede ser, quizás, un problema de carácter, ese que le tienen detectados todos los que alguna vez han sido y hoy son colaboradores suyos. Puede ser también un mecanismo de autodefensa ante la evidencia de que es un incompetente que trata de aparentar lo contrario marcando tan compulsivamente el terreno que pisa, que acaba por cabrear a todo su entorno, el afín y el desafecto. En tierras tan conservadoras como Castilla y León, por poner ya ejemplos más alejados del núcleo duro de Génova, ya lo han definido de dos maneras muy contundentes: tonto del culo y ministro disgusto.

No hace mucho, el periodista Fernando Garea, corresponsal político de El País y uno de los periodistas más influyentes en la villa y corte, relataba en su periódico una frase atribuida a Javier Arenas según la cual “El problema de Soria es que, si sube en un ascensor, antes de llegar al tercer piso ya ha discutido con todos”. En Génova, la sede central del PP hace mucho tiempo que conocen a nuestro José Manuel, y Arenas, político astuto donde los haya, quizás fuera el primero en cogerle la matrícula. Otros opinantes madrileños que prefieren guardar el anonimato decían hace tiempo del líder del PP canario que “su problema es que hace mucho ruido al pisar, quiere hacerse oír demasiado”. Puede ser, quizás, un problema de carácter, ese que le tienen detectados todos los que alguna vez han sido y hoy son colaboradores suyos. Puede ser también un mecanismo de autodefensa ante la evidencia de que es un incompetente que trata de aparentar lo contrario marcando tan compulsivamente el terreno que pisa, que acaba por cabrear a todo su entorno, el afín y el desafecto. En tierras tan conservadoras como Castilla y León, por poner ya ejemplos más alejados del núcleo duro de Génova, ya lo han definido de dos maneras muy contundentes: tonto del culo y ministro disgusto.