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Mena, siempre Mena

Es un patrón de comportamiento. No tributar el mínimo respeto a la institución a la que sirves, la que te paga, la que está ahí para hacer la vida más fácil a los ciudadanos, no solamente a los que en ella trabajan. José Luis Mena, el jefe del servicio de Urbanismo de Telde, es de esos personajes que dañan al colectivo de los trabajadores públicos. Lo dañó cuando se descubrió lo que todo el mundo sospechaba en la ciudad: que se valía de su privilegiado puesto para hacerse rico, para favorecerse y favorecer a quien le daba la gana. En la operación Faycan hay varios hitos perfectamente probados por la Policía que lo colocan como un funcionario sin escrúpulos que, si tuviera un mínimo de vergüenza, hubiera aprovechado su última salida de los calabozos, a donde acudió en dos ocasiones distintas como consecuencia de ese mismo comportamiento, para abandonar la función pública y dedicarse en exclusiva a lo que más le gusta hacer, pero desde un despacho profesional, sin cobrar de los vecinos de Telde. La lentitud de la Justicia, la batería de recursos de todos los abogados, la incapacidad para separar la paja del trigo, la caradura de unos cuantos? han provocado que el caso Faycan se haya eternizado, que todavía no haya habido juicios y que dos de los más ilustres implicados, Mena y el interventor, Enrique Orts, se hayan incorporado tan ricamente a sus puestos en el Ayuntamiento como si nada hubiera pasado. Es cierto, completamente cierto, que siguen siendo presuntos inocentes, pero también es cierto que produce grima poner al zorro a cuidar de las gallinas. Sobre todo cuando el patrón de comportamiento no cambia.

Es un patrón de comportamiento. No tributar el mínimo respeto a la institución a la que sirves, la que te paga, la que está ahí para hacer la vida más fácil a los ciudadanos, no solamente a los que en ella trabajan. José Luis Mena, el jefe del servicio de Urbanismo de Telde, es de esos personajes que dañan al colectivo de los trabajadores públicos. Lo dañó cuando se descubrió lo que todo el mundo sospechaba en la ciudad: que se valía de su privilegiado puesto para hacerse rico, para favorecerse y favorecer a quien le daba la gana. En la operación Faycan hay varios hitos perfectamente probados por la Policía que lo colocan como un funcionario sin escrúpulos que, si tuviera un mínimo de vergüenza, hubiera aprovechado su última salida de los calabozos, a donde acudió en dos ocasiones distintas como consecuencia de ese mismo comportamiento, para abandonar la función pública y dedicarse en exclusiva a lo que más le gusta hacer, pero desde un despacho profesional, sin cobrar de los vecinos de Telde. La lentitud de la Justicia, la batería de recursos de todos los abogados, la incapacidad para separar la paja del trigo, la caradura de unos cuantos? han provocado que el caso Faycan se haya eternizado, que todavía no haya habido juicios y que dos de los más ilustres implicados, Mena y el interventor, Enrique Orts, se hayan incorporado tan ricamente a sus puestos en el Ayuntamiento como si nada hubiera pasado. Es cierto, completamente cierto, que siguen siendo presuntos inocentes, pero también es cierto que produce grima poner al zorro a cuidar de las gallinas. Sobre todo cuando el patrón de comportamiento no cambia.