El blog de Carlos Sosa, director de Canarias Ahora
Parar a Soria por la calle
José Manuel Soria no solo sabe de geografía, de política y de economía. No sólo puede presumir de saber lo que atesoran en sus entrañas los fondos marinos cercanos a Canarias, la cantidad de traquita que tiene en sus entrañas la montaña de Tebeto o los coches que deben vender sus amigos del sector importador para ser felices con ayudas públicas. Dese ahora ya sabemos que también es un reputado experto en demoscopia, en conocer con precisión los asuntos que afligen a los ciudadanos para, de ese modo, actuar con la diligencia propia de un gestor eficaz, lo que él precisamente no es. No es la primera vez que el ministro de Industria utiliza esa muletilla prepotente de “nadie me ha parado por la calle para preguntarme por eso” para así despreciar los asuntos que ponen sus adversarios políticos sobre la mesa. Lo hizo no hace mucho con la reforma del Estatuto de Autonomía que, ciertamente, no es fenómeno que haya detenido las partidas de dominó en los bares o paralizado los secadores de pelo en las peluquerías. Despejar a córner los asuntos importantes con el alegato infantil y chulesco de “la gente no me para por la calle para pedirme eso”, es sencillamente de político de tres cuartos. Nadie le pidió que se obligara a pedir certificado de residencia para viajar, ni que se retiraran las primas a las renovables metiendo en un atolladero peligrosísimo a cientos de empresas y miles de trabajadores. Nadie le paró por la calle para pedirle que metiera en el Congreso una docena de decretos sobre el sistema eléctrico para quedarse finalmente con el culo al aire con un sistema que ni él mismo es capaz de explicar. Y por supuesto, nadie le pidió en uno de sus paseos por la calle Cano que autorizara a Repsol hacer prospecciones en las aguas cercanas a Canarias, ni mucho menos que se convirtiera en su director de relaciones públicas. En Madrid ya ha pasado a ser uno de los ministros más vituperados por la prensa, que lo sitúa al nivel mismo del bono basura.
Repsol resuelve su problema argentino, pese a Soria
Preguntar por José Manuel Soria en los cenáculos políticos y periodísticos de Madrid equivale inmediatamente al bochorno. Abochorna a un canario escuchar los calificativos con los que los que ya conocen a este paisano en la capital definen su gestión al frente del Ministerio de Industria y su comportamiento personal con sus subordinados, con sus socios de aventuras políticas y empresariales y con la prensa. Nadie da un duro por él, aunque acto seguido todos reconozcan que sigue gozando extrañamente de la protección de Rajoy, pero por motivos que nada tienen que ver con sus aciertos ministeriales, que no ha tenido ninguno. No ha contentado a casi nadie estos dos años y pico de ejercicio madrileño: las grandes empresas de los sectores que le incumben lo ponen a caer de un burro, le llaman inútil sin miramientos, y le responsabilizan anticipadamente de los enormes desembolsos que tendrá que hacer el contribuyente español por las demandas que se anuncian al venirse abajo la seguridad jurídica para inversores de todo el mundo en el negocio de las renovables. Las eléctricas retiran sus inversiones de España y el sector industrial ya no cuenta con ninguna decisión a su favor. Entonces es cuando el interlocutor propone a los conocedores de la marcha ministerial de Soria una empresa satisfecha con el canario, Repsol. Y te cuentan que -salvo el asunto de las prospecciones, que se tambalea ante la posibilidad nada remota de que Medio Ambiente no apruebe la Declaración de Impacto Ambiental- en la compañía que preside Antonio Brufau también lo consideran un zoquete. La gestión que hizo de la crisis con Argentina en la primavera de 2012 la cuentan los directivos de la petrolera con un nudo en la garganta. Tras aquellas amenazas lanzadas en un vídeo oficial, distribuido por sus servicios de propaganda desde Polonia, se sucedieron una serie de despropósitos que tuvieron su cénit en la visita que el ministro realizó a las autoridades argentinas. Le acompañaron en ese viaje en el jet corporativo de Repsol, los integrantes de su staff directivo, con Nemesio Fernández Cuesta a la cabeza. Por el camino trataron de instruirlo acerca de la complejidad del problema y de lo que se iba a encontrar. Lejos de aprender y dejarse asesorar, Soria no sólo complicó enormemente aquella nacionalización cabreando soberanamente a los argentinos, sino que impidió que los directivos de Repsol pudieran participar en la reunión para al menos tener más posibilidades de entendimiento. La compañía acaba de resolver la disputa tras un lapso de más de un año abierto por culpa de las torpezas de nuestro insigne ministro.
Carlos Dávila, premiado en Enresa
Lo más comentado estos días en Madrid respecto al ministro Soria ha sido la entrevista que concedió al diario económico Cinco Días. El canario se enfrentaba a una de las periodistas más expertas en energía del país, que consiguió plasmar en su pieza la baja calidad política de su entrevistado. Quizás tras el paso accidentado del meridiano de Greenwich por El Hierro, sea una de las respuestas a esa entrevista el patinazo más memorable de Soria. Cuando Carmen Monforte le pregunta por sus decisiones contra las renovables, Soria contesta diciendo que es tan bueno lo que ha inventado que “hasta hay países que están mirando el modelo de estándares de España para intentar resolver el problema que también tienen con las renovables?”
- “¿Qué países?”, pregunta la periodista
- “No lo sé aún”, contesta el ministro
La entrevista había sido pactada con el ministro a través de su asesora María Zabay, ex periodista del Grupo Intereconomía que Soria se llevó al ministerio en cuanto pudo. La asesora actuó como directora de comunicación, un puesto que sigue vacante en Industria desde que tirara la toalla el hasta entonces incombustible Juan Santana, rebajado voluntariamente a jefe de prensa de la delegada del Gobierno en Canarias y del PP canario. No fue la señora Zabay el único rescate que Soria hizo del grupo ultraconservador: el periodista Carlos Dávila ha visto recompensados sus desvelos por el ministro recibiendo como premio la dirección de comunicación de la Empresa Nacional de Residuos Radiactivos, Enresa, con un salario que ronda los 120.000 euros al año. Como recordarán nuestros más atentos lectores, Dávila dirigía la revista Época cuando Soria aflojó al grupo editorial la módica cantidad de 182.000 euros para que le hicieran la campaña del Soriagate, consistente en un reportaje titulado “Un Gal sin crímenes en Canarias”. Aquel engendro periodístico desplegaba la tesis que ahora estamos viviendo en el juicio del caso Grupo Europa: que hubo una conspiración entre López Aguilar, el jefe superior de Policía, la Fiscalía Anticorrupción y Canarias Ahora para joderle la vida a las ursulinas descalzas que ahora calientan banquillo en la Ciudad de la Justicia de Las Palmas de Gran Canaria.
Juan Negrín por López Aguilar
Muy concurrida, a la par que solemne, resultó la presentación del libro de Juan Fernando López Aguilar Juan Negrín López (1892-1956), celebrada la tarde-noche de este jueves en la Sala Constitucional del Congreso de los Diputados. En el ambiente y en las intervenciones de los ponentes se respiraba la regeneración que la figura del ilustre catedrático canario lleva unos años disfrutando gracias a iniciativas como las de la fundación que lleva su nombre o gracias a obras de historiadores o de apasionados socialistas como el que este jueves presentaba libro. Acompañaron en la tribuna al eurodiputado canario el presidente del Congreso, Jesús Posada; el historiador Ángel Viñas, y el vicepresidente del Gobierno canario, historiador y secretario general del PSOE en las islas, José Miguel Pérez. Todos coincidieron en la injusticia histórica, ahora en reparación, sufrida por el doctor Negrín, y todos coincidieron en que la obra de López Aguilar es una contribución importante por el novedoso enfoque del análisis de sus discursos e intervenciones parlamentarias. Porque el libro está editado por el Congreso de los Diputados, cuyo presidente se comprometió ante la audiencia a mejorar y ampliar la distribución de esta colección de biografías hacia todas las bibliotecas importantes del mundo. Entre el público, diputados y políticos de casi todos los partidos, especialmente del PSOE (Elena Valenciano, José Segura, Enrique Barón, José Blanco, Manolo Medina…) y muchos amigos del autor, entre los que destacaron muchos colaboradores suyos de la etapa ministerial. Lo más reseñable, sin embargo, cabría situarlo en las palabras del eurodiputado canario cuando refirió las cualidades más destacables de Juan Negrín. Por momentos parecía que estuviera hablando de sí mismo: europeísta, apasionado, políglota, víctima del sectarismo y purgado por su propio partido. Juan Negrín por López Aguilar, o a la inversa.
José Manuel Soria no solo sabe de geografía, de política y de economía. No sólo puede presumir de saber lo que atesoran en sus entrañas los fondos marinos cercanos a Canarias, la cantidad de traquita que tiene en sus entrañas la montaña de Tebeto o los coches que deben vender sus amigos del sector importador para ser felices con ayudas públicas. Dese ahora ya sabemos que también es un reputado experto en demoscopia, en conocer con precisión los asuntos que afligen a los ciudadanos para, de ese modo, actuar con la diligencia propia de un gestor eficaz, lo que él precisamente no es. No es la primera vez que el ministro de Industria utiliza esa muletilla prepotente de “nadie me ha parado por la calle para preguntarme por eso” para así despreciar los asuntos que ponen sus adversarios políticos sobre la mesa. Lo hizo no hace mucho con la reforma del Estatuto de Autonomía que, ciertamente, no es fenómeno que haya detenido las partidas de dominó en los bares o paralizado los secadores de pelo en las peluquerías. Despejar a córner los asuntos importantes con el alegato infantil y chulesco de “la gente no me para por la calle para pedirme eso”, es sencillamente de político de tres cuartos. Nadie le pidió que se obligara a pedir certificado de residencia para viajar, ni que se retiraran las primas a las renovables metiendo en un atolladero peligrosísimo a cientos de empresas y miles de trabajadores. Nadie le paró por la calle para pedirle que metiera en el Congreso una docena de decretos sobre el sistema eléctrico para quedarse finalmente con el culo al aire con un sistema que ni él mismo es capaz de explicar. Y por supuesto, nadie le pidió en uno de sus paseos por la calle Cano que autorizara a Repsol hacer prospecciones en las aguas cercanas a Canarias, ni mucho menos que se convirtiera en su director de relaciones públicas. En Madrid ya ha pasado a ser uno de los ministros más vituperados por la prensa, que lo sitúa al nivel mismo del bono basura.