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Soria siempre mintió así

Parece que Soria se marcha. Parece. Si lo hace, no lo hará pacíficamente, no forma parte de su comportamiento patológico, perfectamente descrito en múltiples publicaciones científicas en las que se dibuja con precisión el patrón por el que se rige este tipo de sujetos: gran capacidad verbal y encanto superficial, tendencia a mentir de forma patológica, autoestima exagerada, comportamiento malicioso y manipulador, carencia de culpa o cualquier tipo de remordimiento, carencia de empatía; crueldad o insensibilidad, actitud impulsiva, incapacidad patológica para aceptar la responsabilidad sobre sus propios actos… El modo con el que José Manuel Soria va a poner punto final a su carrera política, o al menos a este ciclo de su carrera política, es envenenándose con su propio veneno y desnudándose por completo ante todo el mundo para que no quede ninguna duda de cómo se ha conducido durante todos estos 21 años de trayectoria pública. Porque la primera satisfacción que me produce verlo caer no es su caída, sino la confirmación absoluta de que, como hemos venido sosteniendo reiteradamente en este periódico, ha engañado demasiado tiempo a demasiada gente y que ese engaño ha durado más de lo debido, precisamente gracias a sus indiscutibles dotes para el engaño, la manipulación y la mentira. No cae por un caso flagrante de corrupción ni por un delito prescrito o por prescribir, por mucho que falte aún un rosario de trapisondas por aflorar y entre ellas pueda haber cosas gruesas. Soria cae por sus mentiras, las mismas que le han permitido paradójicamente llegar hasta aquí. A partir de estos momentos, los que creyeron sus historias las revisarán para llegar a la enojosa conclusión de que nunca les dijo una sola verdad.

 

 

Rajoy, estafado

Por rango institucional, el mayor estafado es Mariano Rajoy. Al presidente del Gobierno todos le hemos escuchado defender públicamente en muchísimas ocasiones la honorabilidad de su ministro de Industria y ejemplarizar en él la pena del telediario por la supuesta persecución a la que fue sometido por el caso salmón. Muy pocos periodistas de Madrid conocen con precisión en qué consistió aquel engaño; la mayoría cree que, efectivamente, una cacería urdida por un periodista, una juez, un fiscal, un ministro socialista y algún inevitable masón, le condujo ante el TSJ de Canarias para responder por un cohecho impropio que acabó en archivo porque el avión privado en el que viajó con su mujer y su hijo, en aparente prebenda por una recalificación urbanística, iba a volar de todos modos. Cuando se liberó de aquella cruz, tras el apoteósico vuelo de los burros que a menudo pueblan las buhardillas de los palacios de justicia, puso en marcha la contracampaña, consistente en hacerse pasar por víctima. Y Rajoy se lo compró con una bisoñez que ahora debería costarle también su puesto como presidente y aspirante a continuar siéndolo. Porque todo era una arrebatadora mentira: los hechos de la denuncia quedaron absolutamente probados y sólo las amplias puñetas del tribunal que investiga a los aforados le libró de males mayores.

 

Cómo se ensoleró el contrato falso del caso chalet

Pero, además de Rajoy, Soria ha engañado a su partido y a los electores, a los medios de comunicación, a colectivos empresariales y sindicales, a jueces, fiscales y periodistas. O al menos a los que se dejaron engañar. Porque a lo largo de estos años ha habido demasiadas evidencias como para no caer en la cuenta del juego del gran impostor. Esta misma semana nos hemos enterado en Canarias Ahora cómo se redactó  y cómo se sometió a un proceso forzado de envejecimiento el falso contrato de alquiler que fue presentado ante un juzgado para desmentir nuestras informaciones del caso chalet, aquellos 21 meses que la familia de Soria vivió de gorra en un lujoso chalet de Santa Brígida mientras le construían su actual mansión. Una empleada del empresario Javier Esquivel, propietario del chalet, lo pegó primero con cinta adhesiva a una ventana de las oficinas de OPCSA, y al comprobar que el proceso de envejecimiento era demasiado lento, optó por extender los papeles en el suelo de una terraza y sujetarlos con unas piedras para que el sol le diera de lleno y aquella falsificación adquiriera rasgos de antiguo. No pagó ni un duro y encima tuvo la desfachatez de querellarse contra nosotros por injurias y calumnias, pedir para este periodista 2 años de prisión y al periódico una indemnización total de 750.000 euros. Embarcó al empresario y a su esposa para que falsificaran el contrato y unos recibos de chicha y nabo. Sabía que todo lo que decíamos era verdad, y por lo tanto, que todo lo que él sostenía ante el juez era mentira. Había que verlo en el juicio escenificando su indignación y haciéndose pasar por víctima de nuestros desafueros periodísticos. Le ganamos el juicio porque aportamos el libro mayor de caja de la empresa que le puso a su disposición el chalet, y le condenaron a las costas. Una generosa Audiencia Provincial de Las Palmas se las perdonó después de que, en un inédito ejercicio de prudencia, sólo recurriera esa parte del fallo y no el fondo de la cuestión. Más burros voladores en el Palacio de Justicia.

 

Lo último: Punta Cana y la Fiscalía

Podría relatar media docena más de escandalosos casos en los que Soria ha hecho retorcer la verdad para acomodarla a sus caprichos. Pero vamos a los dos últimos acontecimientos. El primero, sus vacaciones del verano pasado en Punta Cana. Lo sorprendimos en un hotel de lujo a cuerpo de rey a un coste ridículo, apenas 280 euros por cuatro noches en suite presidencial que quiso justificar con un resguardo de tarjeta de crédito posiblemente correspondiente a cualquier servicio extra del establecimiento. Y como no podía admitir su error, lo negó todo con la misma contundencia y la misma solemnidad con la que ahora niega tener empresas en paraísos fiscales. Y nos interpuso una demanda civil de protección de su honor para reforzar su enorme falacia. Este próximo martes Ignacio Escolar y yo tenemos en Madrid la vista previa de ese montaje. Vamos a ganar, estamos seguros, porque hicimos las comprobaciones pertinentes y la verdad terminará resplandeciendo, no sin que los periodistas tengamos que padecer una vez más el precio de desenmascararlo. En noviembre pasado logró que la Fiscalía de Las Palmas abriera unas estrambóticas e ilegales diligencias preprocesales contra Victoria Rosell (mi pareja) aportándole un contrato en el que aparece mi firma a ver si, con la ayuda de dos fiscales (y un juez que se sumó solícito al chalaneo) podía comprometer su carrera como jueza y sus primeros pasos en la política. Como aquel primer montaje fracasó con una declaración de ilegalidad de las investigaciones (sentencia del TSJC), con la ayuda de Eligio Hernández y su menguada credibilidad ha interpuesto querella en el Supremo, donde parece que ha encontrado cierto caldo de cultivo propicio. Pasarán cosas grandiosas, ya lo verán, pero acabará imponiéndose la verdad y varios de los impostores que se han prestado a este juego sucio se tirarán de los pelos por creer en las cosas del ministro. Después de lo que le han visto hacer esta semana, seguro que ya se están arrepintiendo. Tiempo al tiempo. Porque Soria no acaba aquí.

Parece que Soria se marcha. Parece. Si lo hace, no lo hará pacíficamente, no forma parte de su comportamiento patológico, perfectamente descrito en múltiples publicaciones científicas en las que se dibuja con precisión el patrón por el que se rige este tipo de sujetos: gran capacidad verbal y encanto superficial, tendencia a mentir de forma patológica, autoestima exagerada, comportamiento malicioso y manipulador, carencia de culpa o cualquier tipo de remordimiento, carencia de empatía; crueldad o insensibilidad, actitud impulsiva, incapacidad patológica para aceptar la responsabilidad sobre sus propios actos… El modo con el que José Manuel Soria va a poner punto final a su carrera política, o al menos a este ciclo de su carrera política, es envenenándose con su propio veneno y desnudándose por completo ante todo el mundo para que no quede ninguna duda de cómo se ha conducido durante todos estos 21 años de trayectoria pública. Porque la primera satisfacción que me produce verlo caer no es su caída, sino la confirmación absoluta de que, como hemos venido sosteniendo reiteradamente en este periódico, ha engañado demasiado tiempo a demasiada gente y que ese engaño ha durado más de lo debido, precisamente gracias a sus indiscutibles dotes para el engaño, la manipulación y la mentira. No cae por un caso flagrante de corrupción ni por un delito prescrito o por prescribir, por mucho que falte aún un rosario de trapisondas por aflorar y entre ellas pueda haber cosas gruesas. Soria cae por sus mentiras, las mismas que le han permitido paradójicamente llegar hasta aquí. A partir de estos momentos, los que creyeron sus historias las revisarán para llegar a la enojosa conclusión de que nunca les dijo una sola verdad.