El blog de Carlos Sosa, director de Canarias Ahora
Tragarse la bandera
Una vez más, tenía razón el presidente del Cabildo grancanario cuando anunció urbi et orbi que aquellos infieles disconformes con la megabandera se la iban a tragar. Debían andar pasando por debajo de la enseña los miles y miles de disconfomes la madrugada de este sábado, cuando a eso de las cinco y veinte, con viento de levante, cayóse por unas débiles costuras, quizás confeccionadas por algún rojo inflitrado en la empresa adjudicataria. No tuvo desperdicio el comunicado emitido el mismo sábado por el Grupo Postigo, responsable de la instalación del engendro, que aseguró que la bandera de Gran Canaria no se cayó sino que “descendió por su propio peso de forma controlada hasta la base del mástil”. Es textual, lo juramos. Porque sólo puede caer de modo controlado a la par que elegante una bandera colocada con tan buenas intenciones, sin concurso, encargada a dedo al yerno de un consejero insular del PP, pagada por todos los grancanarios por un montante de 360.000 euros e izada a mayor gloria de la megalomanía y la manipulación insularista más perniciosa.
Una vez más, tenía razón el presidente del Cabildo grancanario cuando anunció urbi et orbi que aquellos infieles disconformes con la megabandera se la iban a tragar. Debían andar pasando por debajo de la enseña los miles y miles de disconfomes la madrugada de este sábado, cuando a eso de las cinco y veinte, con viento de levante, cayóse por unas débiles costuras, quizás confeccionadas por algún rojo inflitrado en la empresa adjudicataria. No tuvo desperdicio el comunicado emitido el mismo sábado por el Grupo Postigo, responsable de la instalación del engendro, que aseguró que la bandera de Gran Canaria no se cayó sino que “descendió por su propio peso de forma controlada hasta la base del mástil”. Es textual, lo juramos. Porque sólo puede caer de modo controlado a la par que elegante una bandera colocada con tan buenas intenciones, sin concurso, encargada a dedo al yerno de un consejero insular del PP, pagada por todos los grancanarios por un montante de 360.000 euros e izada a mayor gloria de la megalomanía y la manipulación insularista más perniciosa.