El blog de Carlos Sosa, director de Canarias Ahora
Otra vez obligado a renunciar
Lo dije cuando dimitió y todavía hoy lo sostengo: José Manuel Soria sigue vivo, vivito y coleando. Y seguirá intentando sacar la cabeza de su madriguera cada vez que tenga ocasión. Está absolutamente convencido de que todo el mundo tiene que rendirse a sus pies, que todas sus decisiones son justas e incontestables; que somos los demás los que nos equivocamos y los que nos comportamos de manera inmoral. Por eso tuvieron que gritarle al oído Cospedal y Rajoy que se marchara, que dimitiera, cuando quedó al descubierto su trama empresarial en paraísos fiscales y su altísima capacidad para mentir. Fue de tal calibre el escándalo de los papeles de Panamá en los que aparecía que la orden fue que tenía que renunciar a todos sus cargos, incluida su acta de diputado y la presidencia del Partido Popular de Canarias. La condena política total.
Entonces, como ahora, no estaba imputado, ni investigado, ni condenado, ni inhabilitado. Sencillamente se había descubierto que no era de fiar y por eso lo echaron, no sin esfuerzos.
Soria solamente obedeció cuando se vio solo y sin más recursos dialécticos, cuando comprobó que ya no cabían más mentiras que estirar y estirar para escapar de su propio engaño. Y se marchó lejos, a Boston (Estados Unidos), para poner tierra de por medio y evitar incidentes desagradables en España, concretamente en Canarias, donde ya había sufrido alguno después de que se confirmaran todas sus trapisondas.
Había que matar el tiempo en hacer algo de provecho en lo que Rajoy cumplía su promesa de otorgarle el puesto que le había prometido: director ejecutivo del Banco Mundial, un cargo de representación de España reservado generalmente a técnicos y economistas del Estado con amplios y relumbrantes currículos. Soria no lo tenía: sólo ha ejercido cinco años como técnico comercial del Estado, plaza que obtuvo por oposición al tercer intento y en un puesto nada destacado de su promoción, la misma en la que alcanzó el mismo título su amigo Luis de Guindos. La vocación por su profesión no venció a la tentación de la política, a la que se incorporó en 1995 como alcalde de Las Palmas de Gran Canaria por el PP. Desde entonces, no ha abandonado nunca el coche oficial.
Su lugar en el escalafón de técnicos comerciales del Estado era el 247 cuando ocupaba la presidencia del Cabildo de Gran Canaria (2003-2007), y entonces se encontraba en excedencia, lo que supone no acumular méritos de ningún tipo. Pero al convertirse en ministro de España, su salto ha sido fulminante, adelantando en el escalafón a otros colegas con mucho mejor currículo y hoja de servicios que él. Estaba cantado desde esta primavera que el puesto sería para el ex ministro, por eso se retiraron otros que tenían opciones.
Su renuncia al cargo de director ejecutivo del Banco Mundial a petición del Gobierno es la mejor confirmación de que se trata de un cargo de libre designación, discrecional, evidentemente político. De no haber sido ministro y de no haber sido seleccionado por una comisión técnica compuesta por altos cargos designados por el PP, probablemente Soria no habría sido propuesto jamás.
Porque, en realidad, el cargo de ministro que le ha catapultado en el escalafón de su carrera profesional como funcionario nunca debió computársele porque se vio obligado a abandonarlo por no ser digno de él: como dijo Montoro, “nadie que haya operado en paraísos fiscales puede estar en el Gobierno”. Ni en el Banco Mundial, habría que añadir a continuación, dada la cruzada que teóricamente libra este organismo contra los paraísos fiscales.
Siempre previsor, Soria ya había empezado a prepararse posibles echaderos desde marzo de 2015, cuando desde el Ministerio de Industria se modificaron las exigencias para ser consejero o consejera de Turismo en embajadas de España en el exterior. Luego, ya en la primavera de 2016, salieron a concurso las plazas, con unos requisitos en los que solo faltaba incluir el número de DNI del entonces ministro. Pero lo descubrió eldiario.es y esa escapatoria quedó invalidada. En agosto se adjudicaron y Soria no apareció. Pero hay una nueva convocatoria para ciudades como Londres o Miami, con las que el ex ministro mantiene estrechos vínculos familiares y afectivos. Así que atentos, que es capaz de volver a pedir.
Soria fue despedido con una cerrada ovación por sus compañeros del PP de Canarias cuando recaló por las islas tras su dimisión en Madrid. Lo siguen considerando un líder indiscutible, como acaba de confirmar su sustituto, Asier Antona, en un esfuerzo que se tornó ridículo pocas horas después. Antona dijo este mismo martes algo insólito: que “se le ha masacrado y linchado en lo personal”. Hay que ser muy rebenque o estar muy abducido para sostener una cosa así: los padecimientos que haya podido sufrir el ex ministro canario en su ámbito personal habrán sido en todo caso consecuencia de su atrabiliario y corrupto comportamiento público. Nadie ha hecho la menor mención jamás a su comportamiento privado porque Soria ha tenido la suerte de que los demás no somos como él.
A Antona y a otros palanganeros que todavía le quedan en activo a José Manuel Soria, como el presidente de la patronal de Las Palmas o el presidente del consejo asesor de Endesa Canarias, se les vino abajo el quiosco de improviso porque nadie les avisó que había quedado invalidado el argumentario del PP. Ya no era un nombramiento técnico; ya no era un concurso limpio; ya no era un derecho indiscutible del profesional: una decisión política ha sido anulada por otra decisión política.
Pero Soria, como les decía al principio, sigue vivo. Y en el mejor de los casos procurará morir matando. Lo veremos muy pronto.
Lo dije cuando dimitió y todavía hoy lo sostengo: José Manuel Soria sigue vivo, vivito y coleando. Y seguirá intentando sacar la cabeza de su madriguera cada vez que tenga ocasión. Está absolutamente convencido de que todo el mundo tiene que rendirse a sus pies, que todas sus decisiones son justas e incontestables; que somos los demás los que nos equivocamos y los que nos comportamos de manera inmoral. Por eso tuvieron que gritarle al oído Cospedal y Rajoy que se marchara, que dimitiera, cuando quedó al descubierto su trama empresarial en paraísos fiscales y su altísima capacidad para mentir. Fue de tal calibre el escándalo de los papeles de Panamá en los que aparecía que la orden fue que tenía que renunciar a todos sus cargos, incluida su acta de diputado y la presidencia del Partido Popular de Canarias. La condena política total.
Entonces, como ahora, no estaba imputado, ni investigado, ni condenado, ni inhabilitado. Sencillamente se había descubierto que no era de fiar y por eso lo echaron, no sin esfuerzos.