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OPINIÓN | 'En el límite', por Antón Losada

Viejos recelos

A Arcadio Díaz Tejera todavía no se le perdonan en el PSC capitalino algunos gestos producidos desde su llegada. Por ejemplo, le recuerdan como un paracaidista que cayó del cielo y que, sin encomendarse a los santos varones del socialismo local, lanzóse a pontificar y a liderar un proceso de recuperación que, dicho sea sin ánimo de ofender, nadie se atrevió a encabezar. Las encuestas le dan unos muy buenos resultados -en estos momentos se produce incluso un empate en intención de voto con el PP- pero no es el candidato más querido por la militancia, según dicen. Algunas de sus posiciones últimas en algún acalorado pleno municipal, o su sonora agarrada con el ministro José Antonio Alonso por un quítame allá esa cárcel de La Isleta, le han granjeado muchas críticas en la Agrupación Local. Luego está lo del riqui-raca, el bañador Turbo o sus pulsos con Nardy Barrios. El caso es que no todos le quieren bien.

A Arcadio Díaz Tejera todavía no se le perdonan en el PSC capitalino algunos gestos producidos desde su llegada. Por ejemplo, le recuerdan como un paracaidista que cayó del cielo y que, sin encomendarse a los santos varones del socialismo local, lanzóse a pontificar y a liderar un proceso de recuperación que, dicho sea sin ánimo de ofender, nadie se atrevió a encabezar. Las encuestas le dan unos muy buenos resultados -en estos momentos se produce incluso un empate en intención de voto con el PP- pero no es el candidato más querido por la militancia, según dicen. Algunas de sus posiciones últimas en algún acalorado pleno municipal, o su sonora agarrada con el ministro José Antonio Alonso por un quítame allá esa cárcel de La Isleta, le han granjeado muchas críticas en la Agrupación Local. Luego está lo del riqui-raca, el bañador Turbo o sus pulsos con Nardy Barrios. El caso es que no todos le quieren bien.