Alegranza es un pequeño pedazo de tierra situado en mitad del mapa. Este pequeño islote tiene una superficie de 10 kilómetros cuadrados y una protección especial que impide que sea transitado. La isla forma parte del parque natural canario del Archipiélago Chinijo, pero en los años 40 fue comprada por la familia Jordán Martinón. Ni ellos, ni los turistas pueden entrar en ella. Sin embargo, cada vez que los científicos y voluntarios la visitan, valiéndose de un permiso específico del Cabildo de Lanzarote, retiran cantidades ingentes de basura. En seis expediciones que tuvieron lugar entre julio y octubre de 2020 se recogieron 321 kilos de escombros derivados del tráfico marítimo que fueron arrastrados a Alegranza por las corrientes.
La tarea de los investigadores se concentró en Caleta del Trillo. En este tramo de costa de 100 metros de largo se localizaron 3.667 objetos, sin contar los de madera. Un 97,7% de ellos eran botellas de plástico. Así lo recoge el estudio First inventory of marine debris on Alegranza, an uninhabited island in the Northeast Atlantic, elaborado por investigadores de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC) y miembros del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF).
Por su situación geográfica, Alegranza es “un punto caliente de acumulación de basura marina”, ya que todos los residuos arrastrados por la Corriente de Canarias se depositan en su costa nororiental, cuenta el estudio. Algunos de los desechos clasificados por los investigadores fueron botellas de plástico, mecheros, boyas, redes, trampas para langostas o cajas de pescado.
Las etiquetas de los elementos recopilados han permitido conocer que buena parte de ellos proceden de la costa este de Estados Unidos y Canadá y datan de 1999 hasta 2018, lo que evidencia la tardanza de los plásticos en degradarse. “Esto se debe al giro subtropical del Atlántico Norte que construye la famosa isla de basura, que no es una isla como tal sino una acumulación grande de residuos. Pueden quedarse ahí flotando y luego con el tiempo bajan hasta la costa de Canarias a través de la Corriente de Canarias, una rama descendente de la Corriente del Golfo”, explica Alicia Herrera, una de las investigadoras de la ULPGC.
De acuerdo con el estudio, se producen 400 millones de toneladas de plástico al año y el 79% se queda en el entorno natural, ya que el aumento de los residuos generados no va acompañado de una mejor gestión. Reducir la producción y el consumo de residuos es la única vía para evitar que estos lleguen al mar. “Un porcentaje de ellos siempre llegará al océano. Hay estudios que indican que, aunque se lleven a cabo todas las políticas medioambientales planteadas por la Unión Europea, en 2030 seguirá llegando una enorme cantidad de basura al mar. No hay otra forma, no se puede poner una barrera y mucho menos sacar del mar los plásticos pequeños”, advierte Herrera.
El destino del plástico de Alegranza
Toda la basura recogida por los voluntarios e investigadores es cargada en bolsas hasta el puerto de Órzola, en Lanzarote. Allí es depositada en contenedores orgánicos porque no se puede reciclar. “Ecoembes no recoge este tipo de plástico porque viene bastante sucio y contaminado”, explica Alicia Herrera. Por otra parte, todos los escombros de madera se quedan en la costa ante la imposibilidad de moverlos. “No tenemos capacidad logística, no tenemos espacio en los barcos con los que vamos porque son pequeños”, señalan los expertos.
La madera es un material natural y biodegradable, y su permanencia en el entorno no es tan perjudicial como el plástico. Sin embargo, muchos de los palés arrastrados hasta la costa de Alegranza están tratados con productos tóxicos. “Lo ideal sería tener la capacidad de retirarlo. No solo por una cuestión estética, ya que es triste encontrar en una isla que tendría que ser virgen tanta cantidad de basura, sino también porque es una zona de cría de aves. Cuanto menos basura de cualquier tipo haya, mejor”, asevera Herrera.
Los microplásticos que no pueden ser recogidos, muchas veces terminan en el estómago de las pardelas cenicienta, una especie protegida que habita en este islote del Archipiélago Chinijo. Este grupo de científicos está ahora inmerso en un nuevo estudio sobre el contenido estomacal en estas aves. “El 90% de las pardelas que estudiamos tenían plástico en el estómago. La mayoría derivada de redes de pesca”.
Otro de los riesgos para los animales es el enmallamiento. “Encontramos una pardela completamente enredada en una cuerda. También muchísimas tortugas mueren enredadas en estos residuos”, concluye Alicia Herrera.