Basura, alteración del paisaje, daños graves a la flora local, destrucción del hábitat de varias especies o creación de puntos negros de acumulación de orina y materia fecal. El ‘cruising’ se ha convertido en una verdadera amenaza para la conservación de las Dunas de Maspalomas. Un estudio científico, elaborado por un equipo multidisciplinar de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y firmado por Leví García Romero, Carolina Peña Alonso, Patrick Hesp, Antonio Hernández Cordero y Luis Hernández Calvento, ha puesto de manifiesto algunas de las consecuencias que esta práctica sexual está teniendo en este ecosistema tan frágil y complejo. Una actividad prohibida en este espacio que, sin embargo, se produce de manera habitual y reiterada. Este estudio ha localizado casi tres centenares de puntos en los que se practica sexo de manera habitual. No es un tema nuevo, ni mucho menos. Lo novedoso es que, por primera vez, se ha medido de manera pormenorizada el impacto de esta actividad en el lugar a través de un cuidadoso trabajo de campo que se traduce en una batería de datos estadísticos y geográficos. Y los perjuicios no sólo son de carácter ecológico o medioambiental. También tienen otras consecuencias. Por ejemplo, hace ya varios años que no se pueden programar visitas escolares en el interior de la reserva.
Esto “no es un ataque a ninguna comunidad”, explica uno de los autores del estudio algo que se pone de manifiesto en el propio estudio científico. La idea, asegura Leví García, es “denunciar la actividad en sí misma”; una práctica “que tiene un impacto muy negativo en un espacio natural protegido y frágil”. El investigador añade que “hay muchas parejas heterosexuales que practican sexo en esta zona” aunque las encuestas y datos que han recolectado para elaborar este estudio ponen de manifiesto que es el turismo gay el que, en mayor número, practica el cruising en el sur de Gran Canaria. En el caso de la Reserva Natural Especial de Las Dunas de Maspalomas, se han localizado 298 puntos en los que se mantienen relaciones sexuales de manera habitual. 242 de estos ‘sex spots’, como se denominan en el estudio, están dentro de la zona de uso restringido y otros 46 en plena área de exclusión. Es decir, en la porción de mayor valor ecológico de la reserva y la más restrictiva en cuanto al tránsito de personas.
El cruising (crucero) es una actividad de carácter sexual que comprende dos fases. La primera implica largas caminatas donde los participantes “se exhiben” a la búsqueda de potenciales parejas ocasionales. La segunda es el acto sexual en sí, que se realiza en “nidos” construidos ‘ex profeso’ para conseguir intimidad. “Estos largos paseos se hacen, en muchas ocasiones, fuera de los senderos permitidos y el pisoteo constante ya ocasiona los primeros daños importantes al ecosistema dunar”, señala Leví García Romero. Pero lo peor sucede en los alrededores de los puntos sexuales. Lo primero, denuncian, es que para construir esos nidos se arranca y acumula mucha flora (hasta tres especies endémicas de Gran Canaria están sufriendo una presión alta por esta tala indiscriminada) lo que ocasiona un doble daño. El más obvio e s el que se ejerce sobre la propia flora. Pero es que también se está alterando el paisaje. “Las raíces fijan la arena y cuando no éstas no están la dejan bastante suelta. Esto se traduce en efectos de erosión y se puede dar lugar a un impacto geomorfológico importante en el sistema dunar. Esta actividad modifica la geomorfología de las propias dunas a través de la desestabilización de la arena”, alerta el científico.
Pero hay un segundo impacto que preocupa de manera importante a los científicos y a los técnicos de la Consejería de Medio Ambiente del Cabildo de Gran Canaria. En los puntos sexuales se han recolectado una gran cantidad de residuos entre los que se encuentran preservativos, toallitas higiénicas y hasta juguetes sexuales. “Nos sorprendió la cantidad de residuos que nos encontramos”, explica Levi García. “No nos esperábamos tanto. De hecho haciendo la campaña fue cuando, realmente, nos dimos cuenta de no sólo están esos puntos de encuentros sexuales sino baños asociados en los que se orina y se defeca y de los que no nos habíamos percatado hasta ahora. Se pasa mucho tiempo en esta zona y cuando surge una necesidad fisiológica se hace ahí mismo, en el espacio natural”, comenta el científico de la ULPGC.
Medio Ambiente se pone al lío
En mayo de 2020 el Cabildo de Gran Canaria y el Ayuntamiento de San Bartolomé de Tirajana anunciaron el refuerzo de las tareas de vigilancia sobre el espacio natural a través de la asignación de cuatro agentes medioambientales y dos policías locales con capacidad sancionadora que se sumarían al equipo de técnicos que cuidan de este importante espacio natural. Pronto se anunciaron las primeras sanciones por transitar por lugares no permitidos. Y los autores del estudio reconocen este cambio de rumbo después de “treinta años de vía libre”. “A la vista está que en los últimos meses está funcionando muy bien el control en la zona para que no se produzcan este tipo de actividades y otras. Tampoco hay que olvidar que hay muchísimos visitantes que se salen de los caminos autorizados y que hacen lo que quieren. Pero eso algo nuevo, porque en los últimos 30 años no se les ha tocado para nada a esta gente. Nadie los ha vigilado; nadie los ha sancionado; nadie les ha llamado la atención”, señala el coautor del estudio. Un ejemplo de esta nueva política de gestión sobre el espacio fue la campaña que permitió, entre 2018 y 2019, la limpieza de 159 de estos puntos sexuales y la retirada de 1244,49 m3 de vegetación rota y seca muerta.
Leví García asegura que parte de los turistas que frecuenta la zona asume que tiene “derechos adquiridos sobre este espacio”. “En las encuestas, muchos de los participantes de esta actividad dentro de la zona protegida dicen que si ellos se van y dejan de venir a la isla como turistas nosotros nos vamos al garete porque dependemos económicamente de ellos”, expone el coautor del estudio. La presión sobre la reserva es tal, indica, que “a partir de las once de la mañana teníamos que dejar de hacer el trabajo de campo para evitar problemas”. Los autores del estudio esperan que la publicación del mismo sirva para que estos turistas sean conscientes del daño que este tipo de prácticas ocasiona en ecosistemas frágiles como el de Maspalomas.