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El lagarto endémico de Gran Canaria: un gigante abocado a la extinción

El lagarto gigante de Gran Canaria (Gallotia stehlini) es una especie endémica de la Isla, que tuvo que empequeñecerse desde la llegada de los primeros pobladores, que debieron buscar toda suerte de leyendas, más cercanas a la magia que a las cosas de esta mundo, para explicar cómo podía ser que existiera aquella especie de dragón pequeño sin alas, con codos y esa papada en los machos adultos que imprime en ellos, y a los ojos de los humanos, cierto aire de sabiduría y resignación.

Por desgracia, no podemos saber qué pensaban los aborígenes canarios de estos seres, ni si les causaban simpatía o miedo y rechazo, pero sí sabemos que alcanzaban un gran tamaño (mayor que el actual, los 80 centímetros de longitud aproximadamente), y lo que de ellos escribieron los conquistadores castellanos en las crónicas: “...Hay lagartos grandes como un gato, pero no hacen ningún daño y no son muy repugnantes de ver”, escribieron en Le Canarien.

El lagarto de Gran Canaria gusta de vivir en cardonales, tababaibales, en los claros de los pinares canarios, en bosques termófilos, en los muros de los malpaíses, en las zonas agrícolas y en los campos de cultivo. Todos ellos, sitios que le permiten pasar buena parte del día tomando sol y absorber todo el calor posible. Son del color de la tierra donde viven, una combinación de rojos, anaranjados, con reflejos azules y verdosos. Apenas ha sufrido declive desde la llegada de los seres humanos a la isla, a diferencia de los lagartos gigantes de El Hierro y La Gomera. Se extiende por toda la isla, desde el nivel del mar hasta mayores altitudes, de casi 2000 metros. También ha sido introducido en Fuerteventura y puede encontrarse en La Palma.

El historiador grancanario Marín de Cubas escribiría del reptil en el siglo XVIII: “... de dos codos, son atrevidos y matan una cabra y se la comen; y miran a un hombre para embestirle”. Ser el mayor de su género, con 25 dientes dispuestos en su boca, ese aire temerario, el sonido que emiten y su cierta tendencia al canibalismo han contribuido a que del lagarto de Gran Canaria se cuenten todo tipo de leyendas y de historias, algunas rescatadas de la tradición oral de la Isla que se cuentan de padres a hijos, parecido a las pesadillas, de lagartos enormes que trepan hasta el pecho de mujeres que están amamantando, pero estos omnívoros son prácticamente inofensivos, como se advirtió desde muy pronto, otra vez en Le Canarien: “...Y se encuentran lagartos grandes como un gato, pero no hacen ningún daño y no tienen ningún veneno”.

Su esperanza de vida roza la década, pero a la lista de depredadores tradicionales, como los gatos domésticos, el cuervo, el águila ratonera, el búho chico o el cernícalo, hay que añadir desde hace más de una década a la invasora culebra californiana, introducida de manera imprudente por el ser humano en los años 90, y que actualmente campa a sus anchas por los barrancos de las medianías de la Isla depredando sin encontrar resistencia y afectando gravemente los vulnerables ecosistemas de Gran Canaria. Por esto motivo, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), en la actualización anual de su Lista Roja de Especies Amenazadas, que las clasifica según su mayor o menor riesgo de desaparición, añadió en junio de este año a las especies abocadas a la desaparición.

El gigantismo insular

Lo que fascinó al naturalista Charles Darwin de las Islas Galápagos, y que fue un punto determinante en su Teoría de la Evolución  (1869), es aquello que los conquistadores castellanos no atinaron a expresar en las crónicas y que quedó en el imaginario colectivo en forma de cuentos que se contaban a los niños donde los protagonistas eran lagartos enormes. Es el fenómeno del gigantismo que se da en los entornos insulares. 

Se puede decir que las especies crecen tanto como les permite el medio, como cuando uno tiene mucho espacio para estirar las piernas, pero influyen otros motivos.

La evolución además de adaptación es azar genético y siempre y cuando estos factores le confieran a la especie otras ventajas, pero el gigantismo puede darse por la ausencia de depredadores, por la adaptación a presas de mayor tamaño en la Isla, por una suerte de regulación térmica que favorece el mayor tamaño y la acumulación de reservas para hacer frente a la escasez de recursos insulares.