La producción anual de plátanos, tomates, papas y uvas en Canarias genera en torno a 234.744 toneladas de residuos. La mayor parte de los mismos acaba en vertederos, donde lo hace el 52,97% de la basura total producida en el Archipiélago, según el último informe del Ministerio de Transición Ecológica. Pero el camino hacia la descarbonización de las Islas, que busca fuentes de energía limpia en todos los rincones del territorio para enterrar el uso de combustibles fósiles, parece el escenario perfecto para darles una mejor vida, si se puede decir de alguna forma. Convertir los desechos agrícolas en electricidad para casas, coches y plantas industriales cubriría casi el 5% de la demanda de la Comunidad Autónoma. ¿La mala noticia? La fertilidad del suelo podría resentirse, según expertos.
Investigadores del departamento de Ingeniería Química de la Universidad de La Laguna (ULL) acaban de publicar un estudio en el que calculan cuánto y de qué forma podrían ayudar los restos de los principales cultivos canarios a alcanzar la ansiada neutralidad climática del Archipiélago, fechada para 2040. El trabajo, publicado en la revista Journal of Cleaner Production, estima la disponibilidad de biomasa residual de plátano, tomate, papa y uva en base a la producción anual de cada plantación entre 2012 y 2021, la superficie cultivada, la consulta directa con los agricultores locales y la orientación de expertos en la materia.
De esta forma, los firmantes de la investigación determinaron una ratio de residuos por producto que proyecta de forma generalizada la cantidad de desechos por cultivo producido. Y con eso, analizaron mediante cálculos teóricos el potencial energético de cada resto de basura generado en el campo (descartes en la misma plantación, poda, rechazos en el envasado…) teniendo en cuenta, primero, el contenido de humedad, pues un alto porcentaje de esta puede requerir pasos adicionales de secado de la biomasa antes de ser convertida en energía; segundo, el poder calorífico inferior, que básicamente expresa el exceso de calor liberado por unidad; y, tercero, la tecnología a emplear: gasificación, pirólisis o digestión anaeróbica, entre otros.
Los resultados del estudio muestran que, de las 34.545 hectáreas de superficie cultivada de los productos mencionados (plátano, tomate, papa y uva), se produjeron anualmente de media 584.752 toneladas de alimentos entre 2012 y 2021. De ese total, la generación de residuos supuso 234.744 toneladas. Y con ese dato, según las estimaciones de los expertos, es posible obtener 382.580 megavatios (MW), lo que significa cerca del 5% del consumo eléctrico de las Islas (8.064.475 MW), de acuerdo con las cifras de 2021. Las conclusiones de la investigación muestran, por un lado, el nivel “relativamente alto” de biomasa residual de los cultivos en el Archipiélago, “haciendo que las evaluaciones regionales a medida sean una necesidad”; y, por otro, “la importante fuente de energía que representan estos residuos, con potencial para contribuir significativamente al panorama de producción bioenergética de Canarias”.
El trabajo académico detalla, además, que el principal cultivo generador de residuos es el plátano, con un 57,07% de la producción de desechos. Le siguen el tomate (18,44%), la papa (13,96%) y la uva (10,53%). Del cómputo total de desperdicios (234.744 toneladas), son teóricamente aprovechables alrededor de 90.000 toneladas. La poda de la uva y los tomates desechados en el campo presentan el potencial más elevado.
“Las energías renovables ayudan y aumentan cada vez más su porcentaje de contribución en la Comunidad Autónoma. Pero con ellas, por sí solas, no vamos a poder cubrir toda la demanda que tenemos. La idea [de esta investigación] y del grupo en general es el aprovechamiento de todos los residuos que se puedan generar en Canarias, ya sean de mataderos o industriales, para ayudar a ese mix energético”, argumenta Karina Elvira Rodríguez, profesora del departamento de Ingeniera Química de la ULL.
En 2021, la energía eólica generó el 16,3% de la producción en el Archipiélago, la fotovoltaica el 3,2% y la hidroeléctrica el 0,4%. La biomasa y minihidráulica representaron menos del 0,2%. El resto, claro está, provino de los combustibles fósiles. La intención de los expertos es que la producción de energía con residuos agrícolas forme parte de un “ciclo cerrado”, de tal manera que el dióxido de carbono (CO2) emitido durante el procedimiento sea capturado nuevamente para que las plantas vuelvan a crecer.
También, agregan los investigadores, que los desechos del campo pasen del vertedero, donde acaban principalmente, a una instalación de valorización energética eliminaría progresivamente las emisiones de metano (CH4) producidas por la acumulación y descomposición de residuos en basureros gigantescos. Un gramo de CH4 atrapa 86 veces más calor que uno de CO2 en un plazo de 20 años, según el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, en sus siglas en inglés). Puede llegar a ser más perjudicial para el efecto invernadero que el propio dióxido de carbono. “La bioenergía favorece porque estamos eliminando residuos, cogiendo el metano de estos para generar energía y después, como subproducto, podrías obtener un fertilizante”, añade José Aythami Pérez, también del grupo de Ingeniera Química de la ULL.
El estudio en cuestión ha sido cofinanciado con fondos europeos y forma parte del proyecto ACLIEMAC sobre la adaptación al cambio climático de los sistemas energéticos de la Macaronesia. Del mismo solo parecen desprenderse oportunidades, sin embargo, expertos en gestión de residuos exponen objeciones.
Alexis Sicilia, economista y especialista en gestión óptima de residuos, recuerda que “el recurso más escaso para la fertilidad sostenible [de los suelos] es la materia orgánica”. Que extraerla para luego generar energía “aumenta la desertificación”. Y que eso, en Canarias, hay que pensarlo, como mínimo, dos veces.
El Archipiélago presenta un riesgo de desertificación muy elevado, que alcanza el 100% en las islas orientales y un mínimo del 70% en las occidentales, expuso la catedrática en Edafología María Luisa Tejedor en un foro hace unos años. Los datos de la Dirección General de Biodiversidad, Bosques y Desertificación ilustran que la materia orgánica de los suelos está por debajo del 0,5% en muchos puntos de las Islas. Por lo tanto, alterar el ciclo del carbono extrayendo parte de la materia orgánica para posteriormente quemarla, continúa Sicilia, haría que el agua del suelo de la Comunidad Autónoma se evaporase o filtrase, lo que sería a medio y largo plazo “el suicidio de la tierra” de la región.
El asunto no es baladí. La Unión Europea (UE) reconoce que la resiliencia del continente frente al cambio climático “depende del nivel de materia orgánica y fertilidad del suelo”, así como de su capacidad de retención, filtración del agua y resistencia a la erosión. Unos suelos capaces de almacenar CO2 pueden absorber más agua de lluvia, reducen la intensidad de las inundaciones y mitigan los efectos negativos de los periodos de sequía. De hecho, la estrategia de la UE sobre la biodiversidad de aquí a 2030 señala que resulta “indispensable” redoblar los esfuerzos para proteger la fertilidad del suelo, reducir su erosión y aumentar su materia orgánica mediante la adopción de prácticas sostenibles.
Sicilia cree que en Canarias no deberían subvencionarse proyectos en los que la biomasa suponga una fuente de energía renovable sin antes presentar un estudio de impacto ambiental. En un territorio con gran potencial de energía eólica, solar, mareomotriz e incluso geotermia, prosigue, la valorización energética debe ser “el último paso”. Antes, en su opinión, es prioritario reducir, reutilizar y reciclar.
Por su parte, Pilar Álvarez, experta en Educación Ambiental, ahonda en la misma línea y cuestiona la “huella ecológica” que tendrían este tipo de procedimientos, que, sugiere, “no tienen en cuenta los efectos colaterales”. Para ella, una solución alternativa para los residuos agrícolas generados en Canarias sería fomentar el compostaje, esto es, la descomposición de la materia orgánica que tiene como resultado un producto fertilizante y regenerador del suelo de alta calidad.
La UE, por su parte, regula que los Estados miembros deben garantizar que los biorresiduos se recojan de forma separada o se reciclen en origen, por ejemplo, mediante compostaje. La ley estatal de residuos también establece que las entidades locales tienen que incentivar esta práctica en los municipios.