Habrá parques eólicos, tanto en tierra como en mar. También paneles solares en las casas, los edificios, los colegios y universidades, las construcciones públicas y privadas. Las centrales térmicas funcionarán con hidrógeno verde. Los coches serán eléctricos y se podrán encender las luces de las viviendas gracias a la geotermia. Canarias 2040 es una especie de sueño tecnológico de las energías limpias. Ese año, el Archipiélago pretende convertirse en la primera comunidad española en lograr la descarbonización de su territorio, pero, aunque resulte contradictorio, aún seguirá emitiendo gases contaminantes a la atmósfera, y tendrán que ser las propias Islas las que absorban esas emisiones restantes actuando como un enorme sumidero de carbono.
La Estrategia Canaria de Acción Climática, la hoja de ruta que marcará el camino de la región en las próximas dos décadas pero que aún carece de utilidad al no haberse aprobado la Ley Canaria de Cambio Climático, pide “potenciar y reforzar” los sumideros de carbono, aquellos espacios naturales que actúan como grandes depósitos de gases de efecto invernadero (GEI). La fórmula es simple: si la cantidad de dióxido de carbono (CO2) absorbida es mayor que la de CO2 emitida, la formación vegetal (ya sea bosque, cultivo, matorral…) es un sumidero de carbono. Y si ocurre lo contrario, una fuente de CO2.
Canarias expulsa cerca de 13 millones de toneladas de dióxido de carbono anualmente. Es de prever que ese número vaya disminuyendo cada curso y pase a 7,4 millones en 2030 y 0,862 en 2040. Para entonces, el Gobierno autonómico espera que ese pequeño valor de emisiones remanentes sea captado por sumideros, “logrando de este modo el escenario de neutralidad climática”. Pero no todo son buenas noticias. Actualmente, el Ministerio para la Transición Ecológica estima que la biomasa viva de las 95.905 hectáreas de bosque de las Islas absorbe 0,423 millones de toneladas de CO2, un 5% de las emisiones GEI de 1990 y un 3% de las de 2018. Habría que aumentar en un 103,7% esa capacidad.
Los datos, eso sí, no son del todo concluyentes. La Consejería de Transición Ecológica y Lucha Contra el Cambio Climático del Gobierno de Canarias ha encargado al Departamento de Botánica, Ecología y Fisiología Vegetal de la Universidad de La Laguna (ULL) estudiar la cuantificación de la potencialidad de los ecosistemas terrestres canarios para la captura de carbono. Una normativa europea obliga a todos los estados miembros a hacer lo mismo. El objetivo, en resumidas cuentas, es estimar la biomasa y necromasa acumulable por hectárea y la tasa anual de asimilación máxima de carbono bajo diferentes condiciones naturales de temperatura, disponibilidad hídrica, edad y estado.
Si la intención es doblar la capacidad de absorción de los sumideros de carbono del Archipiélago para el año 2040, antes debe saberse qué especies secuestran más CO2 que otras y en qué zonas sería ideal reforestar vegetación. “Todavía no tenemos resultados definitivos, porque han salido nuevas ecuaciones mejoradas, pero lo que sí está claro es que hay un gran potencial para el secuestro de carbono y estamos en el proceso de estimarlo”, adelanta Natalia Sierra Cornejo, bióloga e investigadora del trabajo. El proyecto concluye a finales de 2023.
Entre los recientes hallazgos de los expertos, destacan varios datos: la laurisilva, por ejemplo, captura de promedio 4,8 toneladas de CO2 por hectárea cada año. El pinar, en este caso concreto el de Tenerife, triplica esa cifra, según las primeras estimaciones. Si se multiplican esos registros por la extensión total de cada ecosistema en Canarias, es razonable augurar esa “gran potencialidad” mencionada por Sierra que permitiría secuestrar los 0,862 millones de toneladas de dióxido de carbono que presumiblemente expulsará el Archipiélago en 2040.
Además, en la Estrategia de Acción Climática, el Gobierno canario asegura que, si se ejecutara el Programa de Repoblación Forestal del Plan Forestal de las Islas y se gestionaran las superficies repobladas, la captura de CO2 podría llegar a incrementarse en torno a 0,03 millones de toneladas al año. Para ello, continúa el Ejecutivo, es esencial incrementar la masa forestal y también fomentar el desarrollo de huertos y masas arbóreas urbanas.
Sin embargo, Sierra recuerda que hay que tener cuidado con las “zonas potenciales” para la reforestación en las Islas, porque muchas de ellas podrían estar ya ocupadas por asentamientos o actividades agrícolas. Volviendo con la laurisilva, un estudio publicado en 2004 por académicos de la ULL señala que este tipo de bosque en las islas occidentales se encuentra restringido a menos de un 10% de su superficie potencial y en Gran Canaria a menos de un 1%.
Para el Ejecutivo regional, es evidente que “todavía existe un amplio margen de tierra susceptible de ser forestada”, pero esa no será la única acción para “optimizar” los sumideros de carbono. También se prevé fomentar la gestión forestal sostenible, reducir la desertificación y aumentar el carbono orgánico de los suelos agrícolas, grandes aliados en la lucha contra la crisis climática, pero en pleno declive en el Archipiélago. En 2007, había 51.595 hectáreas de superficie cultivable en la comunidad. En 2021, poco menos de 40.000.
“Los suelos son de vital importancia para el almacenamiento de carbono. A través de la respiración de los microorganismos y edafofauna [indicador biológico de la fertilidad del suelo], se pierde CO2 a la atmósfera”, explica Sierra, “[mientras que] la contribución de carbono al suelo se hace mediante la materia muerta”, como puede ser el conjunto de hojas secas caídas de árboles y plantes que cubre la superficie.
La hoja de ruta canaria tampoco cierra la puerta al uso de “tecnologías de emisiones negativas”, herramientas capaces de retirar dióxido de carbono de la atmósfera, aunque este tipo de técnicas son muy incipientes y no ha sido hasta este año cuando el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC) ha abierto la puerta a su posible empleo en el futuro.
Para Sierra, “lo primero es conservar lo que ya tenemos”. Y luego ya se verá cómo reforestar donde se pueda. “[Haciendo esto] No solo vamos a ganar en carbono, sino también en biodiversidad, evitar la erosión y que no entren plantas invasoras, protección del régimen hidráulico…”, añade la bióloga. De no promover la protección de los bosques, estos pueden pasar de sumidero de CO2 a fuente en décadas, según un artículo publicado en el portal The Conversation, alterando ecosistemas y las propias predicciones de los gobiernos.
Un ejemplo claro, apunta Sierra, es el bosque tropical del Amazonas, donde está siendo “muy clara” la tendencia a futuro a convertirse en un emisor de dióxido de carbono debido a la importante mortalidad que están sufriendo sus árboles por la sequía, un fenómeno climático que también afecta especialmente a Canarias.