'El Gran Amor de Galdós', de Santiago Gil
Creo que el mundillo literario (si acaso los poetas y autores de esta isla llegamos a constituir tal estado), llevaba cierto tiempo esperando la última novedad en prosa de Santiago Gil. Se sabía que era una novela centrada en un episodio crucial, aunque casi desconocido para el gran público lector de Galdós, tanto local como nacional. La historia oculta y terrible, por sus trágicos tintes y su devastador efecto sentimental, que supuso para un jovencísimo Benito Pérez Galdós, el primer y consumado amor con María Josefa Washington Galdós, parienta suya por doble partido. Un amor violentamente contestado y reprimido por su familia, que, movidos por imperativos racistas, biológicos y sociales, no particularmente especiales sino generales y epocales, hizo todo lo posible (con éxito) para que se malograra. Este artículo se refiere en todo momento a la segunda versión de la novela y no a la primera.
La historia en sí sorprenderá a algunos galdosianos expertos (que la conocerán, aunque no en detalle) y a casi todos sus paisanos grancanarios que somos los herederos espirituales del maestro Galdós. El estatus de este libro como novela de revelación es incontestable, y su éxito que debería producirse a escala nacional, reflejaría este hecho. Sin dejar de reconocer esto, la importancia de esta nueva obra de Santiago Gil, se mide para el crítico, con otros baremos, quizás a ultranza más duraderos. El gran amor de Galdós representa un significativo –y anhelado- cambio de ruta literaria. No quiero ni desvirtuar ni menoscabar la obra anterior de este prolífico escritor. Santiago Gil ya sabe quién es y nosotros también. Pero estimo necesario subrayar esta transformación, y espero que transición cualitativa hacia otros modos de escrituras.
Llega en la vida de todo escritor serio un momento en que este ya no tiene miedo a “meterse en la piel” de otro autor, de un maestro que admira, en este caso Galdós. Los escritores vemos una parte de nuestro destino literario y una parte de nuestra identidad encarnada en la escritura de aquellos que nos preceden. Quizás, durante las primeras épocas creativas, este influjo, esta vida paralela y fraterna desvelada, se esconde inconscientemente bajo la pulsión de la originalidad. Mas, con el paso del tiempo, el otro autor surge desde el interior de la propia escritura, y se sienta cómodamente a nuestro lado. Es un proceso de crecimiento artístico y moral, y Santiago Gil acaba de iniciarlo.
Gil narra esta segunda versión y edición con el ojo neutral de la tercera persona, que en él suele ser austera. A esto se añade la inmersión vertiginosa en el meollo de la ficción, rasgo sobresaliente de su realismo. Desde las primeras páginas penetramos en el drama amoroso que se desarrolló entre Galdós y Sisita, esa niña criolla y exótica importada al corazón de la vieja ciudad conservadora y religiosa que era Las Palmas a mediados del siglo diecinueve. De la narración objetiva, el texto procede al diálogo recreado y al monólogo. A veces las expresiones son del propio Galdós, otras, no resulta tan claro. Gil navega por las traicioneras aguas que supone hacer hablar al otro, al gran escritor interiorizado, de poner en boca de Galdós las palabras que expresan la pasión total del amor. Ningún autor consigue robar la voz de los maestros, siempre fracasaremos en esto, pero debemos arriesgarnos, y Gil lo hace. Yo he intentado hacer hablar a Kafka, recientemente, y no creo que lo haya logrado muy bien. Pero es un riesgo necesario. Si no, no escribes.
Esta novela presenta el amor pasional y su trágico envés. Es la exploración de una huella traumática y de una represión brutal. Un ejercicio de psicoanálisis muy puro que genera un fantasma determinante, una sombra fantasmática que se proyectará durante toda la vida del autor. Ese amor juvenil tan cruelmente reprimido tendría implicaciones delictivas en la actualidad para los represores y sus cómplices. El daño es tan profundo, y esto lo ha sabido proyectar Gil perfectamente, que ni siquiera don Benito lo menciona en sus Memorias de un desmemoriado. Es un episodio que probablemente sesgó e imposibilitó la plenitud amorosa del hombre Galdós. Simplemente calló: “Lo otro, lo que vivió antes de esos primeros años en Madrid, prefiere contárselo a sí mismo...” – reza el texto.
En el Madrid de sus primeros años peninsulares en que abandona los estudios y vive la bohemia literaria, Galdós encuentra un símil físico de Sisita, que Gil encarna en la persona de una prostituta cubana. El sufrimiento, la crisis, el desasosiego lo llevan a calmarse en el lupanar. Algo habitual para los jóvenes pudientes del siglo diecinueve (para Flaubert, Maupassant, o Kafka y una larga lista). Pero la Sisita rediviva como la copia de la mujer amada para Alfred de Musset en la figura de otra chica de la calle, solo inquieta y perturba. El fantasma anima los rasgos de sus heroínas literarias, se sublima en una serie de mujeres infelices, víctimas de la manipulación y la violencia: “. Habrá lectores que le pondrán cara a Marianela, a Inés, a Fortunata o a Isidora Rufete, y en cada una de ellas hay algo de las mujeres que amó y del recuerdo de la bella cubana”.
Santiago Gil enriquece este drama del amor no expresado, y por tanto tan difícil de recrear, con relatos secundarios que se entretejen en la trama principal y con viñetas de la vida en Gran Canaria durante el siglo diecinueve Aflora su sensibilidad social. Recuerda y evoca la pobreza rural, los abusos ancestrales contra el campesinado (como el derecho de pernada), o casos como el del pasante asesino de emigrantes. Los pobres rondan las calles urbanas y transitan los caminos del campo. Esta es una isla de tremendas asimetrías sociales, de injusticias de diversa índole, como el caso de los parientes declarados enfermos mentales para ser desposeídos de sus riquezas o no tratados con la atención médica correcta.
A la vez, no olvida la multiculturalidad y la riqueza étnica de Canarias, las razas y las culturas que se fusionan en sus calles, y como Galdós, echa en falta ese clima y ese exotismo sincretista que es lo mejor de nuestra civilización atlántica al llegar a Madrid. Se pasean por sus páginas otros grandes grancanarios, como el amigo del novelista, Fernando de León y Castillo, que ayuda a rescatarlo de su severa depresión. Pienso que El gran amor de Galdós tiene más de novela atlántica e hispanoamericana que de novela “europea”, siéndolo, por supuesto. Que su idioma, su realidad y su historia tan distinta se leería mejor en Cuba, en Venezuela, en México. ¿Se comprenderá bien en nuestro territorio a este Galdós anterior al Galdós Gloria de las Letras Españolas? Desde luego, Santiago Gil se lo merece. Mi única crítica a esta obra clave de Santiago Gil es cierta falta de extensión en la recreación de los ambientes sensoriales, en la pasta descriptiva de las escenas: más páginas para evocar la Noche de San Daniel, barridos más largos y detallistas de la cámara que filma los rincones de Las Palmas y Madrid (que el autor puede listar sin problema al hablar de ellos espontáneamente), pues su naturaleza biográfica y melancólica lo avala.
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