La Sección Oficial del pasado Festival de Cine de Las Palmas de Gran Canaria estuvo compuesta de veintidós películas. Andarilho, del brasileño Cao Guimarães, fue una de ellas y la ganadora final del certamen. Un largometraje arriesgado, que refleja un punto de vista alternativo a la temática social predominante en las modernas producciones cinematográficas brasileñas. El cine de favelas, corrupción y violencia opaca a menudo un conjunto de obras tan válidas como otras que, aun cuando omiten uno de los problemas más graves del país, sí destapan una realidad que nunca podrá ausentarse, la de los conflictos del espíritu. En este sentido, Andarilho se puede considerar una prueba más de la riqueza y diversidad de un país cuyos innumerables movimientos y aciertos artísticos particulares han paliado nuestro ayuno estético en tantas ocasiones.
Brasil aúna millones de kilómetros y, en consecuencia, de caminos por recorrer, que nos acercan a lugares populosos, pero también a zonas desérticas de gran belleza, cuyo horizonte está continuamente vinculado a una ruta y un lugar de paso donde descansar. Esta natural invitación al viaje, aceptada por muchísimos brasileños, le da la oportunidad al director de Andarilho de llevar a cabo un proyecto cinematográfico ambicioso, con una gran carga lírica de resultados diversos.
La película busca ahondar en la relación existente entre el hecho de progresar en el camino y la acción simultánea de transgredir con el pensamiento todo lo recorrido y por recorrer. En suma, el proceso claustrofóbico de avanzar y reflexionar al mismo tiempo. Para ello cuenta con la colaboración impagable de tres individuos que transitan en la realidad una parte del vasto territorio brasileño. Como en tantas ocasiones en la historia del cine, la encomiable intervención de sus propias personalidades aporta veracidad pero también lirismo e incluso dramatismo al filme. A partir de la presencia o ausencia de sus conversaciones y soliloquios, la cinta queda estructurada en dos bloques que se invaden mutuamente. Uno que traza el marco o macrocosmos donde se desenvuelven estas personas, el espacio de la soledad, y otro, el del hombre o microcosmos, tan lírico o más que el anterior, en el que se da voz a la palabra fatigada. Las excéntricas conversaciones y soliloquios que descubren sus espíritus, el galimatías constante, son equivalentes a la búsqueda terrenal que realizan. Dios en el centro de estas reflexiones, tambaleado con el discurso delirante del caminante central. El vaivén que provoca, la sensación de navegar tierra adentro es una de las ideas que mejor está plasmada en la producción, aunque no de forma plausible. En ocasiones se llega a forzar en demasía la inquietante actuación del caminante protagonista, un individuo de dudosa cordura. Sus pintorescos razonamientos bastan para dejar al espectador atónito y unido involuntariamente al final de la película. Sin embargo, no se logra la correcta dosificación del sujeto. Éste es manoseado, utilizado sin demasiado control, con una disminución de su potencial estético como malograda consecuencia.
Para los protagonistas, el mejor camino es el camino recorrido. Y esto requiere tiempo: el día, la noche. Las artes temporales en este sentido parten con ventaja a la hora de medir el espesor de un determinado devenir. El cine, especialmente apto para esta empresa, se enfrenta aquí a la tarea sin el éxito que cabría esperarse. Quizá la característica más indiscutible de este lenguaje sea la de lograr la comunicación mediante múltiples lenguas. Más que nunca, todo lleva a alguna parte, cada elemento del sistema es una señal que se debe seguir para encontrar el camino del entendimiento general de la obra, no hay nada al azar. Un guion puede fijar los lindes de una historia o la profundización en el perfil de un personaje; el vestuario sugerir el emplazamiento cronológico; la angulación de la cámara manifestar la debilidad o la fortaleza de un protagonista frente a sus coprotagonistas; un encuadre puede provocar la risa o la sonrisa ante la misma escena. La expresión de la densidad del tiempo es uno de los desafíos más interesantes a los que se enfrentan los directores. En el caso de Andarilho, predomina un marcado estatismo, el tiempo es especialmente espeso, similar al calor y a la soledad del espacio. Por desgracia, su materialización fílmica no resulta del todo convincente. En ocasiones, el director se conforma con instalar la cámara a ras del suelo para observar los coches que se suceden de forma eventual. En otros momentos, simplemente elige un plano de conjunto en lo alto de una colina, pero, en cualquier caso, durante un periodo desmesurado de tiempo. Como si la extensión de éste fuera una muestra de aquél. Si la mera exposición estática y prolongada de un plano en repetidas ocasiones fuera capaz por sí misma de establecer una comunicación con el espectador, habría que revisar las grabaciones realizadas por las cámaras de seguridad repartidas por el país en busca de obras de cinemateca. Este recurso es, en efecto, muy delicado y del que no se debería abusar en el cine, sea éste el de las grandes salas de proyección o el de las pequeñas.
Esta rama artística tiene tantas lenguas que resulta sorprendente. Cuando se piensa que un fotograma no puede dar más de sí, que todo está ya interpretado, entonces observamos que los aspectos fotográficos han actuado donde no lo había hecho el resto. La luz o el grano de la película pueden seguir desempolvando el mundo que hay debajo. Faceta de facetas en el cine, la fotografía es en esta película el logro más evidente. Con ella se crea una realidad nueva, la estética, que se opone frontalmente a la burda realidad real. Un cosmos por momentos onírico, donde la riqueza cromática está bastante aprovechada. Con procedimientos no del todo novedosos, se consiguen escenas que confiesan la quietud del camino, el estatismo, el calor, la soledad. En síntesis, casi toda la nómina argumental y temática de la película. Imágenes de gran carga plástica, donde los vehículos del camino son absorbidos hacia el subsuelo o los insectos son gigantes torpes obnubilados por su propia atmósfera.
Representaciones poéticas de enorme plasticidad que no llegan a salvar el resultado general de la obra. Un análisis global, detenido y, sobre todo, sincero, puede demostrar con nitidez la debilidad de la película, que con movimientos pendulares se termina decantando por el lado erróneo. En ese sistema que es el cine, los elementos de Andarilho no están articulados de forma equilibrada, los abusos regulares empañan un largometraje que partió del lugar correcto pero al que le fue imposible alcanzar la redondez de la composición artística total. Producción valiente que, si bien no llegó a ser la obra que podía haber sido, cumple una vez más con la premisa inicial de todo buen intento: sortear cada una de las engañosas brumas hasta situarse en un lugar nuevo, extenso, un camino tan fatigoso como ineludible por donde transitarán los trabajos venideros.