En todos los centros educativos, principalmente en aquellos que acumulan varios lustros de existencia, hay determinados eventos periódicos que, de alguna manera, por su naturaleza, atesoran tal grado de simbolismo representativo que se acaban convirtiendo en una expresión constatable de la identidad intrínseca que posee su comunidad educativa. En el IES José Zerpa, sito en Santa Lucía de Tirajana y funcionando desde 1991, este evento no lo representan la semana de la solidaridad, que se celebra en octubre y que ya va por su vigésima edición; ni el programa tan variado que ofrece su semana cultural, con tres décadas ya a sus espaldas; o cada una de las dieciséis ediciones celebradas de las doce horas de lectura colectiva, que se realizan cada 23 de abril. Estas tres significativas convocatorias —que independientes bastarían por sí mismas para adquirir la condición de emblemas de cualquier entorno educativo que se precie—, quedan en una suerte de segundo plano cuando hace acto de presencia la cita anual con la obra de teatro (perdón, me he quedado corto: LA OBRA DE TEATRO), un admirable quehacer que vienen coordinando con prodigiosa maestría Susana Hidalgo Ferreras y Patricia Hernández Curbelo desde hace muchos, muchos, muchos años; tantos, que todas las generaciones de discentes y docentes que han pasado por el instituto sienten que se trata de una tradición inveterada, un ritual que viene adherido a la esencia misma de la institución académica.
Tengo claro el porqué de esta afirmación: porque, de un modo u otro, se trascienden los márgenes de lo que es un acto ejecutado como mero ejercicio escolar —un pasatiempo didáctico de cierta envergadura— para convertir su desarrollo en una especie de ceremonia donde toda la comunidad educativa (familias, PAS, alumnado, profesorado e individuos con vínculos personales y/o profesionales con el centro) se concentra en un lugar concreto —un punto específico dentro de los estrechos límites del sistema solar— con el fin de compartir el placer de una pieza teatral que, además, ha sido preparada con mirífico esmero, con plausible atención hacia todos los detalles (decoración, vestuario, música, peluquería, luces…) para que las actrices y cuantas personas estén vinculadas con la representación den de sí lo mejor y, con ello, nos ofrezcan una prueba fehaciente de que el arte y la pedagogía son indisolubles, y de que sin la manifestación creativa no es posible el conocimiento ni la toma en consideración de cuanto nos rodea y de cuanto somos en tanto que componentes activos —sintientes, vivientes— de una colectividad. El talento a raudales y el expedito gozo captados por el entendimiento contribuyen a consolidar una conciencia tan profunda como clara de que todo lo que se contempla es importante; importante y necesario; necesario y trascendente.
Si así no fuera, estoy convencido de que no hubiese brotado en el hondo pozo de mi memoria, sentado en el patio de butacas del Víctor Jara el 10 de abril, el cálido recuerdo de algunas humildes “teatraciones” de cuando fui discente: en EGB, en el Fernando León y Castillo de Telde, de la mano de mi siempre querida y admirada María del Carmen Hernández Domínguez, con quien llegué a participar en un fragmento de La rosa del azafrán, zarzuela de Jacinto Guerrero estrenada en 1930; y en BUP, en el José Arencibia Gil, junto a mi no menos querida y admirada Conchi Bueno y ese Aquí no paga nadie de Darío Fo (1974) que, de tanto en tanto, rememoro en forma de reconfortante felicidad; lejana, efímera, puntual, sí, pero felicidad, al fin y al cabo.
Pienso en estas queridas y admiradas dos maestras y en cuánto me gustaría que supieran lo importante, necesario y trascendente que fue lo que hicieron animándonos a que nos implicáramos en las iniciativas que promovían y que, entre ensayo y ensayo, nos hacían madurar gracias a los diálogos, las risas, la confraternidad y la cohesión emocional. Desde una perspectiva divertida y enriquecedora, dos equipos compuestos por muchas y desiguales idiosincrasias se confabularon en distintos espacios y momentos (86/87 en EGB; 89/90 en BUP) para sacar adelante unas propuestas que se grabaron a fuego en el corazón de cuantos vivimos todo aquello y que, de vez en cuando, de manera inopinada, aparecen en el huerto de los episodios memorables que todos poseemos para causarnos un instante de regocijo, un huequito por donde una sonrisa de ventura se muestra y consigue que la jornada adquiera una luminosidad singular. Qué bueno estar vivo para disfrutar de ese soplo de júbilo. Por eso, porque conozco a la perfección el valor que atesora cuanto expongo, sé cuán importante, necesario y trascendente es lo que han realizado estas dos queridas y admiradas maestras del Zerpa (Susana y Patricia, Patricia y Susana) con La muñeca de la modista de Agatha Christie —la obra de este año— y, de paso, con todos los montajes teatrales han dirigido durante muchísimos años, disponibles por suerte en la web del centro educativo.
Cualquier análisis que se haga de la obra que este año nos ha convocado en el teatro santaluceño queda supeditado al bien mayor que representa la iniciativa como símbolo de la comunidad educativa. La adaptación del texto literario es impecable por cuanto se logra captar el ambiente de angustia que traslada el relato original; los elementos escénicos, magníficos; las actrices, excelentes, demostrando en todo momento el inmenso cariño con el que han acometido los diferentes papeles que les han tocado desarrollar —mención especial, por el tiempo que han estado en el escenario, a las alumnas Carla Casalla, Claudia Medina y Laura Barrera—; la dirección…, ay, la dirección: ¡un monumento se merecen Susana y Patricia, Patricia y Susana! A ráfagas (es lo que tiene merodear en otro turno y estar de lleno en tantos menesteres), a ráfagas, repito, he podido constatar la entrega, la pasión, la energía tan envolvente, inspiradora y deslumbradora que estas directoras han transmitido a los que hemos formado parte de la obra; porque sí, digámoslo ya con claridad: todos hemos formado parte de esta representación. Unas debían estar en las tablas; el resto, en el patio de butacas. El IES José Zerpa fue el miércoles 10 de abril La muñeca de la modista. Todos hemos intervenido en el feliz encuentro y eso se lo debemos, en gran medida, a los dos ángeles que cuidan el jardín del teatro zerpiano.
Quiero recoger aquí los nombres de todas las personas que han hecho realidad La muñeca de la modista. ¿Importa esta relación? Sí, importa. Este texto es una botella más de las muchas que se lanzan al océano de Internet con la esperanza de que, en cualquier costa, haya ojos curiosos que sientan la apetencia de dedicar unos minutos a conocer su contenido. Cuando alguien recale en el escrito porque así lo ha querido la fortuna, ya sea en breve, ya al cabo de muchos años (cuando algunos ya no estemos para saber de la llegada y las fabulosas actrices que han participado en la obra estén enorgulleciendo a la comunidad educativa que las ha visto crecer y formarse como ciudadanas activas y comprometidas con la sociedad donde viven), cómo se le va a negar a este notorio hallador el conocimiento de quienes, de algún modo, tendrá que inmortalizar en su recuerdo de lector para que mantenga igual de brillantes, semejantes en lo estelar —tal y como las conocimos sobre la escena del Víctor Jara—, a cuantas hicieron posible otra noche mágica del IES José Zerpa. Cómo vamos a usurpar a este descollante descubridor la constancia de una singular gratitud: la de un público que contempló admirado cómo el arte y la pedagogía, cómo la creatividad y la capacidad de transmitir conocimientos y valores, se unieron en un lugar concreto —un punto específico dentro de los estrechos límites del sistema solar— para dar forma a LA OBRA DE TEATRO, así, en grandito, para que se capte bien su importancia, su necesidad, su trascendencia.
Por eso, quiero homenajear con el nombramiento a cuantas presto encerraré en la botella de este artículo que, espero, flote en la red de redes y en los corazones de los corazones durante cientos, miles de años: Carla Casalla (Alice), Claudia Medina (Sybil), Laura Barrera (muñeca), Dulce María Rodríguez (Esperth), Marta Moreno (Marlene), Isabella Trujillo (Nillie), Margherita Luise (Margaret), Zahia Armas (Sra. Grove), Tziara Ruíz (niña); María del
Carmen Pérez Suárez (Sra. Fellows) y Arianna Cabrera Sánchez (narradora), espléndidas docentes además de magníficas compañeras de claustro; Ángeles González (diseño gráfico) y, por supuesto, cómo no, mis dos queridas y admiradas directoras, Susana Hidalgo Ferreras y Patricia Hernández Curbelo.