Los orígenes de María Montez están estrechamente vinculados a la isla de La Palma. Es en esta isla donde nació su padre, Isidoro Gracia García, y donde aún se conserva la casa familiar, en la localidad de Garafía. Isidoro era hijo de Joaquín Gracia Anadón, aragonés afincado en La Palma, y de María Antonia García Martín, palmera de nacimiento. Las dificultades económicas de la familia obligaron a Isidoro y a su hermano Joaquín a emigrar en busca de fortuna, primero a Cuba y posteriormente a la República Dominicana, donde fijaron su residencia en la localidad de Barahona. Ahí fue donde Isidoro conoció a la que se convertiría en su compañera y, tras casi dieciséis años de convivencia, en su esposa, María Teresa Vidal Recio. Fruto de esta unión nacieron diez hijos. La segunda de estos fue María África Gracia Vidal, que para la posteridad ha quedado inmortalizada como María Montez..
Gracias a las investigaciones de Antonio Pérez Arnay, el principal biógrafo de la actriz, ha quedado establecido que su fecha de nacimiento fue el 6 de junio de 1912 y no otras fechas posteriores en hasta ocho años, como se encargarían de proclamar los agentes publicitarios y la propia María, consciente de que intentaba abrirse camino en el cine ya al borde de la treintena, una edad relativamente tardía en aquellos tiempos. Su espléndido físico contribuía a hacer pasar como verdadera esta pequeña argucia.
Desde pequeña, María demostró poseer una personalidad soñadora y altamente extrovertida, que contagiaba de optimismo a todos cuantos la rodeaban. También, en medio de una familia tan numerosa, supo desarrollar ciertas dotes de mando con el fin de hacerse notar y no pasar inadvertida entre toda esa marabunta. Con diecisiete años, María tendría oportunidad de conocer tierra canaria, pero no por voluntad propia. A finales de 1929, María viajó con su padre a Santa Cruz de Tenerife, donde sería internada en un colegio de religiosas. La intención paterna era hacerle olvidar a un cincuentón del que María pretendía estar enamorada. Aunque María obviamente no fue feliz durante el tiempo que duró esta reclusión, posteriormente recordaría con cariño este período de su vida. Incluso en una de sus películas, Tangier (1946), su personaje, interrogado por sus orígenes, responde: “Soy de Tenerife, en las Islas Canarias”. No resulta difícil imaginar que esta línea de diálogo fuera una aportación de la propia María al guión del film.
En octubre de 1930, María regresó a Barahona, donde, pese a la oposición paterna, reanudó sus relaciones con el banquero irlandés William G. MacFeeters, con el que terminaría casándose en 1932. El matrimonio se trasladó a Puerto Rico y María inició su proceso de sofisticación entre el selecto grupo de amistades de su marido. Pero esta vida un tanto vacua no terminaba de satisfacer a la inquieta María, la cual, encantada, aceptó la invitación de unos duques alemanes para pasar unas vacaciones en Nueva York. Lo que en principio iba a ser una corta estancia se convirtió en el fin de su matrimonio, ya que María, tras saborear el ritmo vertiginoso de la gran urbe, no estaba dispuesta a regresar a su vida anterior. La futura actriz siempre guardaría, no obstante, un gran cariño hacia su primer marido.
En Nueva York, no tardó en destacar gracias a su atractivo y a su capacidad para estar en los lugares adecuados en el momento justo. Así, consiguió pronto trabajo como modelo y de ahí a hacer unas pruebas para entrar en el mundo del cine solo había un pequeño paso. María terminó aceptando una oferta de los estudios Universal y en julio de 1940 se trasladó a Hollywood, donde, ya desde un primer momento, se convirtió en María Montez, nombre que los agentes consideraban más sonoro que el suyo auténtico. Sus primeras apariciones en la gran pantalla consistieron en películas de bajo presupuesto, alternadas con alguna pequeña intervención en películas de mayor envergadura. Descontenta con el tratamiento que se le daba y a la espera de que llegase su gran oportunidad, María se autopromocionaba con campañas publicitarias como MMF (Make Montez Famous). También entraba en los sitios anunciándose: “Soy la Montez”. Ella misma fue, sin duda, su principal agente de ventas.
Su gran salto llegó con La Venus de la selva, que dio paso a uno de sus films más famosos y el primero de la serie de fantasías orientales por las que es hoy más recordada, Las mil y una noches, de 1942. Es en este mismo año cuando María Montez conoce al que se convertiría, en 1943, en su segundo marido, el también actor Jean Pierre Aumont.Los años de la Segunda Guerra Mundial son los años de gloria de la actriz, sucediéndose grandes éxitos como Ali Baba y los 40 ladrones o La reina de Cobra, ya que el público estaba ávido de este tipo de vehículos escapistas y llenos de colorido para olvidar por unas horas la terrible realidad de la guerra. Coincidiendo con el fin de la contienda, los espectadores comienzan a cansarse de esta fórmula y las películas de María van decreciendo en popularidad, siendo varias de ellas filmadas en blanco y negro y con un presupuesto reducido. En 1946, María da a luz a su hija María Christina, que con el tiempo se convertiría también en actriz, primero como Tina Marquand (apellido de su entonces marido, el actor Christian Marquand) y, tras su divorcio, como Tina Aumont, que es el nombre por el que se la recuerda.En 1949, tras el fracaso comercial de La Atlántida, que, por otro lado, permanece como uno de los títulos emblemáticos de María Montez, el matrimonio Aumont decide abandonar Hollywood y se trasladan a París, con la intención de abrirse camino en el cine europeo.
En este período, María actuó incluso en una obra de teatro escrita por su marido, L'ille heureuse. Participó además en un puñado de películas de nacionalidad francesa e italiana. Con ocasión del estreno de una de ellas, El ladrón de Venecia, recibió las mejores críticas de su vida por su trabajo como actriz. Pero siempre declaraba que su mayor ambición artística era rodar una película en español. Y este deseo estaba a punto de convertirse en realidad con un proyecto del productor Cesáreo González titulado La maja de Goya, cuando aconteció su trágica muerte, el 7 de septiembre de 1951, a la edad de treinta y nueve años. María tenía la costumbre de tomar baños muy calientes como medida preventiva para el sobrepeso. En esta ocasión, se produjo un fallo cardiaco que hizo que su cuerpo se deslizara suavemente bajo el agua. Cuando su hermana Adita la encontró, nada pudo hacerse por reanimarla. El 11 de septiembre, el coche fúnebre atravesó las calles de París, cubierto de flores y en medio de un gran silencio. Sus restos reposan en el cementerio de Montparnasse.