Desde 2005, el artista visual Rubén Acosta cartografía sitios que no figuran en los mapas oficiales de Canarias. Durante sus escapadas personales, ha fotografiado antiguos poblados de pescadores, casas-cueva y refugios marinos construidos por “arquitectos anónimos”. El resultado: La costa afortunada.
Al regresar a casa, después de estar trabajando en Asia, el lanzaroteño Rubén Acosta empezó a hacer fotos para relajarse. Por pura diversión. Le llamaron la atención los pueblos más “peculiares” de Canarias, empezando por Tenésara y Playa Quemada, en Lanzarote.
“Cada vez que viajaba a Tenerife y a Gran Canaria buscaba un huequito para escaparme a nuevos sitios”, cuenta Rubén desde Las Palmas. En 2009 se dio cuenta de que aquel proyecto estaba adquiriendo cierta seriedad y consistencia. Paró, analizó el trabajo y acometió una segunda fase que no concluyó hasta principios de 2016. En realidad no ha terminado. “Sigo buscando”.
El urbanismo siempre ha sido el tema principal de sus trabajos más personales. Y con esa perspectiva empezó a explorar estos universos costeros, construidos en acantilados, aprovechando salientes de roca, con conchas y jallos tapizando las fachadas. Majanicho y Jacomar (Fuerteventura), Tufia y la costa norte de Gáldar (Gran Canaria), Boca Cangrejo y Caletón de la Matanza (Tenerife), el Poris de Tijarafe, el Remo, (La Palma), el Pozo de las Calcosas (El Hierro) o el Pescante de Agulo (La Gomera)... Ejemplos de arquitectura orgánica que rinde pleitesía al entorno natural y recicla al máximo.
“Me di cuenta de que su estilo de vida era tan importante como su vivienda”. Y descubrió a gente muy “ecléctica”. Tadeo, “que es para hacer un libro sólo de él”; el joven César, que trabaja en la Reserva de la Biosfera de El Hierro y pasa los veranos en una casa heredada de su familia en el El Pozo de las Calcosas, o Nicanor, “un anacoreta que sólo se desplaza haciendo dedo o a caballo”.