La Orquesta Sinfónica del Teatro Mariinsky de San Petesburgo, dirigida por la batuta del gran Valery Gergiev, venció este lunes las dudas sobre la acústica del rehabilitado Teatro Pérez Galdós a base de saber hacer. Tres obras dispares entre sí sirvieron a la orquesta para calentar motores antes de la maratón musical que les espera con el Nibelungo wagneriano y que dejan a las claras la versatilidad y la precisión que caracterizan a este director.
Si bien es verdad que la acústica deslució un tanto la majestuosidad que requería la obra de Tchaivkosky (la compleja Sinfonía nº 6 en si menor Patética), el comienzo no pudo ser más prometedor: el capricho español, op. 34 del ruso Nikolai Rimski-Korsakov, interpretada a velocidad de vértigo de forma impecable, a pesar de ser una pieza difícil por su variedad de matices y ritmo frenético.
La elección de esta pieza fue sin duda un guiño al público que llenó el Teatro Pérez Galdós, gracias a su motivo de aire español pero apuntalado por la concisión y la pasión rusa. “Una muestra de la mezcla de culturas entre España y Rusia”, como apuntó Gergiev en su rueda de prensa previa al concierto.
En la segunda obra del programa destacó por encima de todo la expresiva voz de Cristina Gallardo, que parecía romper en lágrimas en cada Non voglio morir, de la aria de Puccini, piezas de profunda tristeza. Gallardo demostró oficio en una obra que supone un reto para cualquier cantante lírica, por la carga emocional de su letra y melodía, dejando entusiasmado a un público que no respetó en esta ocasión las obligadas pausas entre movimientos para romper en una ovación.
La noche se cerró con la famosa sinfonía nº6 de Tchaivkosky, una obra extensa y compleja que va subiendo en intensidad desde el adagio inicial hasta la explosión frenética del allegro molto vivace, que vuelve a reposar en calma con un apoteósico Adagio lamentoso y andante, sin duda la parte más emotiva de la obra.
Gergiev demostró, con una dirección comedida y sin aspavientos, una seguridad pasmosa al frente de la orquesta, así como un conocimiento absoluto de la obra de Tchaivkosky, ya que ni siquiera precisó en esta última interpretación seguir la partitura, a pesar de ser, sin duda, la pieza más arriesgada del programa.