Miguel de Unamuno: la inmortalidad contra toda lógica

Miguel de Unamuno (Bilbao, 29 de septiembre de 1864 – Salamanca, 31 de diciembre de  1936) cumple hoy 158 años. Y digo cumple porque el escritor cuya obra versa sobre la principal agonía existencial humana, la batalla entre la realidad de la muerte y la esperanza de  la inmortalidad sigue estando vivo, tanto por su legado literario como por su esfuerzo para  reconciliar semejante enfrentamiento que a todos en algún momento nos asalta. 

Aunque no fue considerado un filósofo per se, la obra del escritor vasco se inspiró en el  perenne debate filosófico entre lo racional y lo metafísico. Influenciado por Søren Kierkegaard, Unamuno dudó siempre, y siempre vivió en ese –y quizás por ese– debate: un enfrentamiento existencial nunca resuelto que se evidenciaría desde su crisis religiosa  presente en sus versos, prosa y ensayos, hasta en su forma de ver la política a lo largo de la  Guerra Civil española. 

“Quiere decirse que tu esencia, lector, la mía, la del hombre Spinoza, la del hombre Butler, la  del hombre Kant y la de cada hombre que sea hombre, no es sino el conato, el esfuerzo que pone en seguir siendo hombre, en no morir” (1). 

Unamuno vivió en una constante tensión: creer o no creer. Su ensayo, Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos intenta ofrecer una solución al  antagonismo entre la razón y la fe, cuestiones que él veía tan enfrentadas como dependientes  la una de la otra. Así, el existencialista español se aparta del binarismo excluyente entre el racionalismo hegeliano y los dogmas religiosos. En su lugar, Unamuno propone fundirlos de  manera que lo racional y lo deseable sea querer creer; buscar la inmortalidad en la filología, en  el verbo, en la trascendencia, en como él interpretaba la conducta del Quijote: una postura  ante la vida. 

“Los más locos ensueños de la fantasía tienen algún fondo de razón, y quién sabe si todo  cuanto puede imaginar un hombre no ha sucedido, sucede o sucederá alguna vez en uno o en  otro mundo. Las combinaciones posibles son acaso infinitas. Sólo falta saber si todo lo imaginable es posible” (2).

Unamuno entiende que centrar el significado de la existencia humana en el racionalismo científico es un acto de suicidio, pues sin fe se despoja al individuo de la razón para vivir, al tiempo que rechaza la fe como respuesta pues el racionalismo científico la destruye. Hay en la  mente del escritor una diferencia entre vivir y existir. Así, la existencia, la supervivencia humana, se impulsa por la esperanza de una vida que no termina con el agotamiento del ser de “carne y hueso”. Para Unamuno, el fondo del abismo es el “irreconciliable conflicto entre la razón y el sentimiento vital”. 

Niebla (Unamuno de, M. Niebla, Alianza Editorial, 1990) es la obra en la que Unamuno expone  todo lo anterior desde la ficción. Una novela dentro de una novela en la que el propio escritor  interviene como personaje y autor al que Augusto Pérez, el protagonista, se enfrenta. Pérez  pretende decidir sobre la lógica de su propia y ficticia existencia por encima de los caprichos  literarios de su creador. Pero no hay escapatoria para ninguno, pues como Pérez finalmente esgrime, todos, hasta los lectores, son seres que están a merced de los caprichos de Dios. 

Después de matar a Pérez, Unamuno tiene que asumir que una vez ejecutada la sentencia  ya no puede resucitarlo, pues no se puede fabular al mismo ser dos veces. Contra toda lógica,  incluso la cristiana, pues ni el mismísimo Dios puede hacerlo. 

Anotaciones:

(1) Unamuno de, M.: Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos, Renacimiento, 1913, p. 8.

(2) Unamuno de, M.: Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos, Renacimiento, 1913, p. 109.