'Pacheco': literatura al ritmo del minutero

Christian Santana posa con su última novela, 'Pacheco'

Eva González

Las Palmas de Gran Canaria —

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Una novela escrita al ritmo de nuestros días. La secuencia de minutos es vital tanto en la trama, como en la estructura. Todo ocurre durante 24 horas en un mismo pueblo. Empieza, ya casi, a contrarreloj y los minutos pasan y parecen marcar el ritmo de los ojos del lector que recorre sus páginas. Al llegar al final del relato, se tiene la impresión de que todo ha ocurrido en un solo parpadeo, pero es justo en ese instante, en el que se cierran las páginas del libro cuando surgen las preguntas. Ya es tarde. El libro terminó y la historia está contada.  La vida de Pacheco, como la de cualquiera de nosotros, pasa a ritmo de minutero y lo que queda al final es el silencio. 

Llegar a ese silencio antes de cerrar las páginas de nuestra vida es a lo que nos invita Christian Santana con su última novela, Pacheco. Cuando aún hay tiempo de reacción, de tomar decisiones, de comunicar lo que queremos decir y escuchar lo que nos dicen, de agarrar las riendas de la vida y conquistar la autonomía de nuestros actos, de llamar a las cosas por su nombre y dejarse de tanto oropel, porque, “cuanto antes lo hagamos mejor nos irá todo, y cuanto antes aceptemos que somos imperfectos, mejor será.” 

Los hechos suceden en un pueblo pequeño que solo existe en la novela y que el autor ubica a las afueras de Sevilla. En Almanzor reina un calor asfixiante y la actividad más atractiva son las fiestas del pueblo. Un ambiente rural que, en principio, invita a sentarse, a parar y hablar pacíficamente, se convierte de la noche a la mañana en el escenario de un brutal crimen. A la luz de las pruebas y pistas que van apareciendo y podrían ayudar a resolver el asesinato va cayendo la sombra de Pacheco, que crece sin remedio ni retroceso dejando pequeño tanto al padre como al policía que es. Una sombra que lo acabará oscureciendo todo, hasta engullir al propio “Yo”.  El personaje transita por todas sus aristas, impotente y sorprendido y a la velocidad que le exigen los acontecimientos.  Un hilo argumental sencillo, que se lee con facilidad y capaz de sostener el interés sobre un tema complejo, como es el comportamiento humano.  El estilo ameno con el que está escrita la novela no salva al lector de la sacudida y la agitación. 

Poco más de ciento ochenta páginas por las que desfila una serie de personajes, que tienen como anclaje a su protagonista, Pacheco. Un hombre marcado por la indefensión aprendida, concepto que se refiere a la condición de un ser humano  que ha “aprendido” a comportarse pasivamente, con la sensación subjetiva de no poder hacer nada y que no responde a pesar de que existen oportunidades reales de cambiar la situación aversiva.

La trama se va desarrollando entre olvidos y tapadillos, silencios más o menos conscientes y relativos a asuntos que se mueven, desde los más traumáticos a otros sin aparente importancia. El caso es que no se dice, no se comunica y no se habla. Una red de situaciones tejidas sobre asuntos escondidos, silenciados, no puede ser un buen sostén en la vida de nadie, aunque si lo es para la trama de la novela, a la que hace crecer y la conduce a un final para el que no hay remedio. Un fin con su punto negro.

 “Hoy podemos ser unos auténticos benditos y las circunstancias nos pueden llevar a cometer actos dignos de encomio, pero también actos malévolos, tanto por subsistir como por mil circunstancias”. Así lo asegura el autor de esta novela, quien añade que cada persona tiene sus aristas. “Estamos envenenados por nuestras pasiones, lo que los clásicos llamaban la Teoría de los cuatro humores. Pacheco, como cualquier ser humano es fútil, dubitativo y ondulante”.

El autor construye un personaje con las profundidades de la condición humana y que arrastra un modelo aprendido de su progenitor en el que la comunicación brilla por su ausencia y es sustituida por la violencia. Aunque el personaje no parece adoptar en un principio el mismo esquema aprendido, la realidad se manifiesta contra su propia voluntad.

La creencia de que nuestras vidas puedan estar determinadas por la historia psicológica de las generaciones anteriores no es nueva. Christian Santana prefiere la idea de no etiquetar, no echar responsabilidades fuera y afirma que serán las circunstancias las que nos llevarán a conocernos. El lector tiene ante sí un personaje a quien efectivamente lo determinan las circunstancias y tendrá que decidir en cuestión de segundos.  La toma de decisiones marcará para siempre su destino y el de todos sus allegados. Vuelve a ponerse de manifiesto la importancia del tiempo que corre por esta novela a la misma velocidad que nos impide sentarnos a unos frente a otros, mirarnos a los ojos y escucharnos.

El novelista no vacila al presentar ciertas escenas, a pesar de ser crudas y desagradables. Un ramalazo del naturalismo del siglo XIX, cuyo padre fue Émile Zola, sopla sobre las páginas de Pacheco.  Se manifiesta la pretensión del autor de penetrar en los aspectos de la vida humana para descubrir los males de la sociedad. Hay un intento de llegar al conocimiento científico de las supuestas leyes que determinan los fenómenos de la conducta humana y el novelista se enfrenta a un inconveniente grave; A diferencia de otros ramos de la ciencia, el estudio de las pasiones humanas en su medio social no dispone de los conocimientos que permitan determinar, a ciencia cierta, lo que “tal pasión, operando en tal ambiente y en tales circunstancias, producirá desde el punto de vista del individuo y de la sociedad”.

Una idea que encaja con la que Christian nos muestra en Pacheco. Ante los ojos del público aparece un personaje que actúa movido por sus pasiones.  Lejos de ser una narración acorde al pensamiento de Horacio y su noción de Novela como obra de ficción en prosa, producto de la imaginación y destinado a deleitar enseñando (fábula o idea de cuento), Pacheco, como defendía Zola, se acerca más a un estudio de la condición humana.

Christian Santana, estudioso y conocedor de la obra del escritor William Shakespeare, hace un guiño al dramaturgo con el final de Pacheco. “Yo quiero que el lector se pregunte… ¿Y esto?, ¿ahora qué?  Ahora” -responde Christian-, “ahora no hay segunda parte, ahora te toca a ti, en donde estés. Te toca todos los días de tu vida enfrentarte a ese silencio desde donde único nos podemos analizar, conocer, aceptar, darnos cuenta de cómo son las cosas en esta vida y cómo deberíamos comportarnos ante ellas, -comenta Christian apasionado-. Al final de esta novela, como en Hamlet, lo que queda es el silencio.

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